EN REINO UNIDO

Expediciones low-cost con clientes sin experiencia, cóctel mortal en el Everest

La temporada récord de ascensiones al techo del mundo ha terminado con un sabor agridulce. Once muertos son demasiados y algunas autoridades en Nepal empiezan a reflexionar sobre las causas y cómo corregirlas.

Kilian Jornet durante su intento al Everest en 2016  (©Summit of my Life)
Kilian Jornet durante su intento al Everest en 2016
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Las laderas del Everest (8.848 m) vuelven a estar tranquilas y despobladas, después de un par de meses de frenética actividad. Los respectivos campamentos base de las vertientes nepalí y tibetana lo estarán pronto, cuando las expediciones terminen de desmantelar sus estructuras, cada día más sofisticadas. Es la hora de los balances y de iniciar las reflexiones. El techo del mundo ha registrado más cumbres que nunca, con más de 800 personas en la cima durante la primavera, pero también ha contabilizado el número de muertes no accidentales más alto de la historia.

Una fotografía viral, que refleja una larga cola de expedicionarios esperando su turno en la parte más elevada de la ruta del Everest, ha dado el salto a los medios de información general de todo el mundo. Las críticas han llovido sobre la gestión del turismo de altura en Nepal y especialmente en el Everest, lo que ha provocado las primeras reacciones del gobierno. Aunque la experiencia dice que las buenas palabras de los funcionarios nepalíes tienen poco valor, lo cierto es que parece que una nueva corriente de pensamiento va calando en aquellos que tienen capacidad para cambiar las cosas.

La masificación no es todo el problema

Los análisis más superficiales han acusado a la masificación como el gran problema del Everest y la causa de tantas muertes evitables esta primavera. Resulta obvio que, si hay que esperar dos horas más de lo previsto a tal altitud, es más probable caer en el agotamiento, pasar más frío y correr más riesgos de que se agoten las reservas de oxígeno (algo que es tremendamente peligroso para alguien que no ha aclimatado sin oxígeno).

Pero varias fuentes tan expertas como Alan Arnette (el cronista oficioso del Everest) o algunos alpinistas como David Göttler, han puntualizado que esa no es la única o ni tan siquiera la principal causa de los fallecimientos en el Everest. De hecho, el alemán explicó con un post en sus redes sociales, que él ya sabía que tendría que compartir ruta con muchísima gente en la vertiente sur del Everest: fue suya la decisión de intentarlo igualmente y también fue suya la decisión de darse la vuelta cuando estaba por encima de los 8.600 metros, valorando todos los factores, como la hora, la méteo y la cantidad de gente que bajaba.

Expedicionarios inexpertos

En este sentido, cada vez son más las personas que intentan ascender el Everest sin apenas experiencia en alta montaña. Los alpinistas se llevan las manos a la cabeza cuando son testigos de las clases que algunos reciben, ya en el campo base, sobre cómo calzarse unos crampones, cómo utilizar una máscara de oxígeno o cómo progresar por una cuerda fija con un jumar.

Evidentemente, este tipo de expedicionarios son totalmente incapaces de tomar una decisión como la de David Göttler, basada en el conocimiento de sí mismo y de su material, en la formación técnica, la preparación física y una larga experiencia. Dependen totalmente de los guías sherpa que los acompañan.

Expediciones low-cost

Sin embargo, la reducción de precios en las ofertas de muchas agencias (básicamente nepalíes) para sus expediciones al Everest implican necesariamente una reducción de costes que resultan en menos recursos materiales (menos oxígeno, material de altura de peor calidad) y en la contratación de sherpas con menor preparación y apenas experiencia.

La combinación de un cliente inexperto y poco preparado, acompañado por un sherpa sin experiencia ni conocimientos y con un material escaso y de mala calidad serían el verdadero foco del problema. Si a todo ello se une un contexto de masificación, el cóctel es extremadamente peligroso.

¿Limitar accesos?

Algunos alpinistas experimentados han alzado la voz en redes sociales y medios de comunicación para exigir una limitación de los permisos de ascensión al Everest basada en la experiencia de los candidatos. Así lo decía días atrás el catorceochomilista Òscar Cadiach, que ha subido dos veces al Everest sin oxígeno. Y el estadounidense Conrad Anker –quien halló el cuerpo de Mallory en la montaña– abogaba por estudiar cuál es la capacidad máxima de la ruta urgentemente.

A preguntas del periódico The New York Times, el parlamentario nepalí Yagya Raj Sunuwar aseguraba que “ha llegado la hora de revisar todas las antiguas leyes”. Igualmente, la funcionaria del ministerio de turismo Mira Acharya afirmaba que “estamos hablando acerca de reformar algunas cuestiones, incluidos los criterios para cada candidatura al Everest”, y que en una reunión reciente había “salido el tema de los escaladores inexpertos”.

Desde hace años, los expertos insisten en que los candidatos a ascender el Everest deberían acreditar experiencia previa en algún otro ochomil, algo que ayudaría a descongestionar el techo del mundo y a repartir a los turistas de altura entre varias montañas. Al mismo tiempo, la medida serviría para que el gobierno ingresara las tasas de los permisos de ascensión de varias montañas para cada expedicionario. Sin embargo, un país tan empobrecido como Nepal no está por la labor de arriesgarse a cambios que pudieran poner en peligro los varios millones de dólares que ingresa anualmente gracias al turismo en el Everest.


 

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