Líder del cuarteto austro-alemán que conquistó por primera vez la norte delEiger en 1938, fallecía hace pocos días en Baviera a los 98 años.
Desde aquella histórica tentativa de 1938, la primera con el éxito de la cima,el nombre de Anderl Heckmair (Alemania, 1906) quedó para siempre ligado a laimponente cara norte del Eiger, la más temida de los Alpes. Junto a sus trescompañeros de aventura Harrer, Kasparek y Vörg, el guía alemán lograba loque tanto había soñado y buscado a lo largo de muchos años e intentos: unagran ascensión que le introdujera en la historia del alpinismo.
La Eigerwand fue unos de los tres últimos problemas de los Alpes (título de su libro publicado por Ediciones Desnivel), yprobablemente, el más codiciado y difícil. Atado a Ludwig Vörg, y uniendo fuerzas ya en la pared con Harrer y Kasparek, Heckmair fue el auténtico líder de aquella ascensión hasta la misma cima del Eiger. Después, cuando Cassin, Esposito y Tizzoni acudieron también a por esta primera, se la encontraron ya resuelta por austriacos y alemanes, y desde allí, Cassin enfiló hacia la Walker, donde sin tener mayor conocimiento del itinerario, logró la primera ascensión entre el 4 y 6 de agosto de 1938.
Diferentes destinos

Tras la cima, y la posterior condecoración de Hitler (obligada por los tiemposque vivía Alemania, pero nunca aceptada) el destino de los cuatro alpinistascorrió diferentes caminos: Vörg y Kasparek fallecieron (el primero combatiendoen Polonia en 1941, el segundo al derrumbarse una cornisa en el Salcantay,Perú); la odisea de Harrer en el Tíbet (integrante de las S.A. nazis,prisionero británico, fugado a Lhasa y finalmente confidente personal del DalaiLama) es hoy conocida por su obra Siete años en el Tíbet; y queda Heckmair…
Anderl siguió escalando y haciendo montaña, y también soñando con montañas,pues algunas de ellas, como los gigantes himaláyicos, nunca las tuvo delante.En los Alpes retomó alguno de aquellos grandes problemas en los que otros se leadelantaron (la Walker en condiciones semiinvernales, agosto de 1951), ademásde emplearse como guía durante la posguerra mundial y escalar en diversaspartes del mundo.
Su vida por la montaña
A los 98 años, casi siete décadas después de la ascensión que marcó suvida, este fumador empedernido fallecía en Baviera tras una vida dedicada a lamontaña, su gran pasión, la misma que le llevó a perder su empleo en elAyuntamiento de Munich y a realizar las aproximaciones en bicicleta duranteaquellos años difíciles. Una pasión colmada con la consecución de suprincipal inquietud como alpinista; una ascensión de renombre, la Eigerwand, lanorte del Ogro, la pared más temida de los Alpes.
En el abismo: Anderl Heckmair, por David Torres.
En el abismo: Anderl Heckmair
por David Torres.

Entre la multitud de anécdotas curiosas relativas al ominoso período delTercer Reich, está el hecho de que los apellidos de algunos de los principalesjerarcas nazis (Hitler, Himmler, Heydrich y Hess) empezaran con la misma letra.Fuese pura casualidad o maleficio ortográfico, lo cierto es que algunoscabalistas han llegado a atribuir a esa inicial siniestras relaciones con lostextos sagrados hebreos. Algunos ocultistas, los mismos que estudianafanosamente las expediciones esotéricas que los nazis lanzaron en busca detesoros arqueológicos que les proporcionarían sabiduría y poder ilimitados(la Atlántida, el Grial, la ciudad perdida de Agharta) han llegado a afirmarque uno de los nombres secretos con que se denominaban a sí mismos aquellosgrotescos condiscípulos del Mal era «los Caballeros de la letra H».
La casualidad quiso que dos de los hombres que formaban la mítica cordada queen 1938 logró conquistar la monstruosa pared norte del Eiger también llevaranla inicial H en su apellido. Aunque los vencedores sólo aceptaron el homenajede los guías de Grindelwald, la hábil propaganda nazi no dejó pasar laocasión y presentó la escalada como una victoria de la raza aria y un preludiode los tiempos de lucha y grandeza que se avecinaban. No en vano, uno de loscuatro alpinistas, el austriaco Heinrich Harrer, había ingresadovoluntariamente en 1933 en las temibles S. A., uno de los cuerpos paramilitaresdel régimen nazi. Años después, en 1939, fue capturado por los británicosjunto al resto de la expedición que exploraba la vertiente Diamir del NangaParbat. Harrer logró huir y llegar a Lhasa, donde se convirtió en confidentepersonal del Dalai Lama, experiencia que relataría en su célebre libro Sieteaños en el Tibet. La guerra fue menos benévola con Ludwig Vörg, más conocidocomo «Wiggerl», el compañero de cordada de Heckmair, que murió enPolonia en 1941. Fritz Kasparek, compañero de Harrer, falleció en 1954 en unamontaña de mucho menos renombre que el Eiger: el Salcantay, en Perú.
Heckmair la locomotora
Todos y cada uno de los cuatro fueron esenciales en uno u otro momento de laascensión, pero el verdadero corazón del grupo, el jefe de cordada, lalocomotora que tiró del tren y el hombre que abrió vía en los últimos ydesconocidos pasos de la Nordwand fue Anderl Heckmair. Poco podía suponer él,en los años de indigencia de la posguerra alemana, que algún día llegaría aser condecorado por el Führer. Pero a Heckmair nunca le interesó la política:ni el frágil decorado de la República de Weimar ni los fastos wagnerianos delTercer Reich. Siempre dejó muy claro que jamás recibió una subvención niaceptó ayuda gubernamental de ningún tipo. Esa libertad absoluta, disfrazadade pobreza, le guió en los primeros y duros tiempos, cuando tenía quedesplazarse en bicicleta hasta la misma base de los escenarios de sus escaladasalpinas durante los fines de semana, ya que el resto de la semana trabajaba comojardinero del ayuntamiento de Munich.
Vencer o morir

En su libro Los tres últimos problemas de los Alpes (que es algo así como elAntiguo Testamento del alpinismo clásico), Heckmair recuerda con nostalgia losorígenes y el esplendor de la Escuela de Munich, que más que una escuelapropiamente dicha eran pequeñas congregaciones de escaladores más o menosasociadas con el Club Alpino Alemán. Si fueron los ingleses (con nombresmíticos como Whymper, Mummery, Young y Ryan), los suizos y los franceses (conguías legendarios como Knubel, Lochmatter o Carrel) quienes dieron los primerospasos en los Alpes, serían los alemanes, austriacos e italianos los quetomarían el relevo en las décadas de los veinte y los treinta. Conquistadastodas las grandes cimas europeas, el objetivo lógico de esta segunda edad deoro consistió en doblegar las rutas más difíciles, practicando un alpinismoextremo cuyo lema era «Vencer o morir». A los elegantes caballeros delAlpine Club británico y a los ilustres guías suizos y franceses les sucedieronjóvenes germanos desarrapados que peregrinaban en sus destartaladas bicicletasen busca de los últimos santuarios de roca y hielo en los Alpes.
La muerte era una moneda común y corriente en aquella época, el óbolo con quelos audaces alpinistas teutones pagaban su osadía. En ocasiones, sus cuerpos nisiquiera eran enterrados: Heckmair cuenta cómo encontró, diseminados a lospies de la pared sur de la Drusenfluh, varios cadáveres de escaladoresdespeñados tiempo atrás. Con un desparpajo temerario, propio de la juventud,Heckmair llamó a los cadáveres «postes indicadores», y emprendiósin vacilaciones la escalada junto con Hans Brehm. Eran los décimos enintentarlo y ambos rompieron el hechizo que pesaba sobre las expediciones paresque atacaban aquella pared: todas las cordadas pares habían desaparecido en lostraicioneros corredores de la Drusenfluh.
Heckmair tenía una agenda apretada: los fines de semana escalaba; los lunes ylos martes los dedicaba a reponer fuerzas; los miércoles solía acudir alentierro de alguno de los escaladores muertos durante el fin de semana. Lanaturalidad con que los muniqueses coqueteaban con la muerte llegaba hasta elpunto de que solían discutir los planes y objetivos de las próximas escaladasdurante los funerales. Los jueves y los viernes, Heckmair solía dedicarlos apreparar su siguiente ascensión. No es extraño que el ayuntamiento de Munichdecidiera prescindir de sus servicios. Pero el joven montañero no parecíapreocuparse mucho por su futuro. Lo único que de verdad le inquietaba era eltiempo que se le echaba encima: ya había cumplido los treinta años y todavíano había realizado ninguna escalada de verdadero renombre. En 1931 los hermanosToni y Franz Schmid habían vencido la norte del Cervino y en 1935, Peters yMaier hicieron lo propio con la monumental pared norte de las Grandes Jorasses.Sólo quedaban dos retos alpinos de primera magnitud: la norte del Eiger y elespolón Walker.
La montaña que los encumbró

Con sus mil ochocientos metros de pared, la cara norte del Eiger(«Ogro» en alemán), forma un aterrador colmillo de piedra caliza queatrae como un imán nubes y tormentas. Su emplazamiento, muy cerca de unpequeño hotel y del paso de un funicular, permite a los curiosos observar contelescopios el lento avance de los escaladores. En la Eigerwand, el escenariotrágico de montaña por antonomasia, los desastres se sucedieron durantedécadas: incluso después de su conquista, los hombres luchaban y moríanatrapados en el ámbar blanco, como lejanos insectos. Cuando Heckmair decidetentar al destino, el Eiger ya había devorado a muchos de los mejoresalpinistas del momento: Mehringer y Sedlmayr en 1935; Angerer, Rainer,Hinterstoisser y Toni Kurz en 1936. Un año después, Hans Rebitsch y el propioVörg se convierten en los primeros rehenes que el Eiger deja escapar con vida.Ante el peligro mortífero de la pared y el enorme riesgo que corren lasexpediciones de rescate, el gobierno suizo prohíbe las ascensiones, pero elveto sólo sirve para espolear más los ánimos de los escaladores.
En 1938,Heckmair (que también había sobrevivido el año anterior en un intento juntocon Theo Lesch) y Vörg se encuentran con un verdadero atasco: otras doscordadas están ya luchando en el primer nevero. Ante los primeros síntomas demal tiempo, Heckmair y Vörg deciden retirarse y hacen noche en Alpinglen, dondeuna multitud se reúne ante los anteojos para observar la lucha contra el ogro.Por la mañana, una de las cordadas se ha retirado y los dos hombres regresan ala pared con ánimos renovados. Cuando alcanzan a Harrer y a Kasparek, casiespontáneamente la rivalidad entre las dos parejas se transforma en una alianzaindestructible: un centauro cuádruple, la cordada de cuatro miembros máscélebre del montañismo. Con su instinto infalible, Heckmair abre camino; Vörgle asegura; Harrer y Kasparek van cargando con el grueso de las mochilas yrecuperando clavijas. En los últimos pasos, Heckmair cae al vacío variasveces; su compañero le sostiene sin vacilar, pero en una de ellas llega aatravesarle una mano con los crampones. Heckmair saca una botellita con unestimulante cardíaco y le da la mitad a su conmocionado compañero; él bebe deun trago la otra mitad y se lanza de nuevo contra las rampas finales del Eiger.

Perdido en mitad de la noche, extenuado después de tres días de escalada y dosnoches al raso en la pared, golpeado por aludes y avalanchas de piedra, Heckmairestá a punto de caer por el otro lado de la montaña, cuando un grito de Vörgle detiene: lo han conseguido, están en la cumbre. Atrás quedan, doblegados alfin, pasajes cuyos nombres ponen los pelos de punta y que generaciones dealpinistas susurrarán devotamente, como una letanía: el Nido de Golondrinas,la Travesía Hinterstoisser, el Vivac de la Muerte, la Travesía de los Dioses,la Araña…
Lejos al fin
Ahora, muy cerca de los cien años, Anderl Heckmair mira con calma a sualrededor. Masticada por la polilla de la historia, la esvástica se haesfumado, las ruidosas paradas de Nüremberg no son más que un mal sueño. Lashaches han sido barridas por el viento. Sólo la norte del Eiger sigue en pie,grande, majestuosa, arcaica y salvaje.
David Torres