El Shiva (6.142 m) es una montaña aislada situada en el distrito de Lahaul, en el estado indio de Himachal Pradesh, en el Himalaya de aquel país. Mick Fowler y Paul Ramsden habían tenido conocimiento de ella a partir de fotografías realizadas desde lejos, y habían creído identificar una proa prominente que podría significar un objetivo alpinístico interesante.

Los alpinistas británicos comenzaron una labor de documentación del pico y de la posible ruta que incluyó la consulta con un par de expediciones italiana y rusa que habían estado en la zona anteriormente y que habían visto de más cerca el pretendido objetivo. Sus comentarios no fueron demasiado alentadores: “línea brillante pero con lo que parece roca basura”, decían los unos, mientras los otros comentaban que era “horriblemente vertical, podría no ser posible”.
Un viaje inolvidable
A pesar de todo, decidieron viajar a la zona y comprobarlo con sus propios ojos. “Fue entonces cuando nuestra primera ojeada hizo crecer la urgencia de escalarla más que tener el efecto opuesto”, comenta Fowler, quien apostilla que “la línea tiene todo lo que Paul y yo buscamos en un objetivo: el mayor pico de la zona, una línea llamativa, nunca escalada, visible desde lejos, línea directa hasta la cumbre, a salvo de peligros objetivos, vertical, técnicamente exigente y finalmente potencial para diferentes rutas de descenso”.
Sin juzgar la calidad de la roca, se decidieron a enfrentarse a la escalada. “Y sólo hizo que ir de bien a mejor”, señala Fowler, quien describe cómo “después de una aproximación por terreno glaciar increíblemente compleja, el meollo de la ruta resultó ser 4 días de escalada espectacular, justo en la cresta de la proa”.
Roca inmejorable
Además, durante la escalada pudieron comprobar que las advertencias acerca de la presunta mala calidad de la roca no eran ciertas. De hecho, descubrieron que la roca en toda la línea era granito de la mejor calidad, eso sí, con las fisuras rellenas de hielo. “Y las situaciones se encontraban entre las mejores que ninguno de los dos hemos experimentado en el Himalaya”, añade Fowler, explicando que con una meteorología casi perfecta disfrutaron de un vivac sobre un balcón de roca con 600 metros de vacío bajo sus pies, así como “tramos de escalada mixta memorablemente duros y finas placas heladas que nos recordaban los mejores desafíos invernales del Ben Nevis”.
De este modo, y ante semejantes dificultades, fueron superando los dos británicos metro a metro la ruta que se habían fijado hasta alcanzar la cumbre. “En total, disfrutamos siete días de ascensión y dos días descendiendo el anteriormente inescalada flanco sudeste. Un viaje de 9 días de campo base a campo base y toda una vida de placer retrospectivo por delante”, concluye Fowler, que ya piensa en la expedición que le llevará el año que viene al Tibet oriental.