La vía que abrió Ueli Steck (1976) con Simon Anthamatten en el Tengkangpoche –2.000 m, VI/85º, M7+, A0– en cuatro días de pared, a principio de la temporada de primavera de 2008, ya tenía suficiente envergadura como para volverse a casa contento. Una montaña alta y difícil, dos en la cuerda y estilo alpino. Sin embargo para ellos era una etapa previa para la Sur del Annapurna. Allá marcharon. Meses después, todavía no habrá asimilado lo ocurrido allí. Cuando la cabeza volvió a estar en orden encadenó un 8a, Paciencia, en el Eiger, a finales de agosto. En el Annapurna, apenas habían tenido tiempo de acercarse debajo de uno de los espolones centrales que estimulan las formas de la pared sur. Durante un receso, recibieron una llamada por el walkie. Horia Colibasanu pedía ayuda para Iñaki, paralizado en la arista este. “De acuerdo, no hay problema, vamos para allá”. El pensamiento iba por dentro, mientras actuaban, y sólo tenían en cuenta cómo hacerlo.
Tanto una revista suiza, con su Prix Courage 2008, como el Gobierno de Navarra (a él y a todo el grupo de rescate) le premiaron por ello. El Premio Eiger que también ha recibido este año mencionó tanto su aportación a la escalada en la famosa norte como su papel en dicho rescate. Unos meses atrás, habíamos recibido la segunda noticia, en dos años consecutivos, de que Ueli Steck volvía a batir el récord de ascensión del Eiger dejándolo en 2h 47m 33s. Quien más y quien menos se planteó ese debate de la trascendencia de los récords de velocidad. ¿Lo haría para coronarse de cara a la galería?¿Sería parte de su desarrollo como alpinista? Lo lacónico de sus notas inducía rápidamente a inclinarse por lo segundo. Ni poesía, ni añadidos. Para un alpinista profesional que vive debajo del Eiger y que es un animal escalando (hasta 8b+ en deportiva), se trataba de motivarse corriendo por los neveros y los espeluznantes quintosmases alpinos de la Eigernorwand como objetivo y como herramienta. No es vanidad para alguien que lo ha subido una treintena de veces, escribir esta línea de su historia. Y cuando alguien pase el tipex por ella y escriba su tiempo más veloz, ¿qué pasará? Perfecto, pero él seguirá siendo el primero que bajó de cuatro horas en 2007 y de tres en 2008. Escalar deprisa y en solitario es una práctica habitual por la que este suizo ya tiene una sólida reputación.
En 2005, firmó las dos primeras ascensiones en solo a la norte del Cholatse (6.440 m) y la este del Tawoche (6.505 m), en el Khumbu nepalí. Éstas y otras están plasmadas en su libro “Solo, Der Alleingänger Ueli Steck”. Nadie sabe para lo que en realidad se está preparando en la vida, pero no hay muchos alpinistas suficientemente fuertes como para hacer lo que él hizo. Por suerte para Horia, y para Iñaki, andaba cerca. Sin duda, gracias a él, al grupo, Horia vivió e Iñaki estuvo en buena compañía.
Me gustaría hablar del rescate de Iñaki Ochoa, porque me parece que no es algo que ocurra a menudo en el Himalaya. Lo que sí está empezando a ser normal es que la gente se encuentre a alguien con problemas, pero no se pare.
Sí, la verdad es que es algo muy duro. Por un lado, la realidad es que cada uno puede decidir si se para a ayudar o no, es una decisión personal. Por otro lado, luego también está la cuestión de si puedes ayudarles. Es decir, si yo no me hubiera sentido lo suficientemente fuerte, no hubiese podido ayudar a Iñaki. Si estás muy cansado, no puedes ayudar a nadie porque tienes que hacer todo lo que puedas para poder volver tú con vida. Ahí es donde tenemos que darnos cuenta de la diferencia. Personalmente, para mí estuvo bastante claro cuando recibimos el mensaje el ir a ayudarle. La gente puede pensar en héroes y en cosas así, pero no tiene nada que ver con eso: se trata de que somos seres humanos y es algo que sale de forma natural. Todos tenemos una vida, no hay más oportunidades. Sabíamos que Iñaki estaba allí arriba y que tenía problemas serios. Y hoy volvería a hacerlo, volvería a intentar darle la oportunidad de que pudiese volver otra vez a las montañas. Por desgracia, no pudimos hacer nada por él, pero al menos teníamos que intentarlo, hasta el final.
No conocías a Iñaki…
Bueno, nos vimos en el campo base, nos tomamos un par de cervezas juntos y hablamos del tiempo. Fue la primera vez que coincidí. Está claro que no era amigo mío, desde luego, pero aunque lo hubiera visto tan sólo una vez en mi vida, habría ido a ayudarle igual. Por ejemplo, a ti no te conozco, pero imagínate que tienes problemas, que estás tirado en el suelo porque has sufrido un infarto, intentaría ayudarte y haría todo lo posible por salvarte.
¿Y cómo te sentiste cuándo recibiste la noticia? Porque vosotros tampoco teníais una situación fácil y no te lo pensaste dos veces, aunque no tuvieras todo lo necesario para enfrentarte a ello.
Se trata de una arista a 7.500 m a la que, si el tiempo acompaña, puedes subir sin necesidad de llevar demasiado material. Sin embargo, si hay mal tiempo, no es posible. Llevábamos nuestros sacos y subimos lo que pudimos. Si hubiera hecho más frío, nos tendríamos que haber metido en los sacos o, quizá, bajarnos. Pero tampoco era un riesgo mayor para nosotros. Así que decidimos ir para arriba en cuanto nos enteramos. Y suerte que al final también pude cambiarme las botas con el ruso Alexei Bolotov [subieron con botas de trekking porque las de altura se habían quedado en su campamento base avanzado].
Y tuviste suerte porque también calzaba un 45, ¿no? Parece imposible…
Sí, pero algunas veces es en estas cosas en las que hay que creer. Hablé con mi médico en Suiza y le dije que tenían problemas, le hablé del edema pulmonar, etcétera y él me dijo: “Hay pocas posibilidades de ayudarle, pero tienes que intentarlo”. Y hay cosas como el tema de las botas que no sabes si van a pasar o no, pero Iñaki estaba allí arriba y quién sabe si está mejor o no, si se le puede ayudar, pero al menos hay que intentarlo. Si no lo intentas, no hay ninguna posibilidad; pero si lo intentas, al menos tienes una mínima opción de conseguirlo.
¿Qué sentías cuando ascendías para ayudarle?
Lo único que me importaba era escalar. Sabíamos que allí arriba tenían problemas, así que teníamos que llegar. No sabíamos la ruta que habían elegido y en lo único que nos teníamos que concentrar era en subir. Así que no había más tiempo para pensar en Iñaki, sino en la escalada, el tiempo, los peligros. Lo único que pensamos fue: “Vale, hemos de tener cuidado, no correr ningún peligro ni arriesgar nuestra vida sólo por el rescate. Debemos hacerlo como si estuviéramos en una escalada normal”. Y eso es lo que hicimos hasta que llegamos.
¿Y cómo fue el momento en el que te encontraste con la persona que estaba con Iñaki, con Horia?
Desde mi punto de vista, fue una decisión muy difícil. A través de la radio, podía oír a Horia y me di cuenta de que tampoco estaba bien, estaba como confundido y empezando a sufrir síntomas del mal de altura también. Así que el día que llegamos al campo 3 pensé que aquel tío tenía que bajar, que al día siguiente estaríamos con Iñaki pero primero tendríamos que salvar la vida de Horia y, entonces, ¿cómo haríamos con Iñaki? Le dije que dejara a Iñaki allí y descendiera, que no sabíamos si al día siguiente estaría como Iñaki y que no podríamos salvarlos a los dos. No quería descender ni dejar a Iñaki allí arriba solo. Y yo lo entiendo. Cuando llegué a la arista, hablé por radio con Horia y le dije: “Por favor, baja y ayúdame, ábreme huella para que pueda llegar más rápido”, porque tampoco soy Superman. Finalmente accedió, dijo que le dejaría algo de agua a Iñaki y que bajaría. Cuando empezó a descender, dijo que ya no podría volver a subir y a mí aquello me pareció perfecto, porque era lo que yo quería realmente, quería que bajara. Para mí también fue muy duro decirle: “mira, deja a Iñaki y baja”, pero era lo mejor porque sabía que los dos estaban enfermos. Cuando me lo encontré, estaba totalmente agotado. Me pidió agua, pero yo no llevaba así que le di un hornillo y le dije: “toma, para que te hagas agua. Voy a ver si puedo conseguir contacto con el campo base”. Se quedó mirando el hornillo y parecía que no sabía lo que era, estaba como confundido y no se podía valer por él mismo para hacerse agua. Así que le ayudé y le di algunas medicinas. Después de media hora, ya estaba un poco mejor y hablaba más claro, porque cuando me lo encontré sólo balbuceaba. Decidimos que yo seguiría para ayudar a Iñaki y que él tenía que descender. Lo único que yo necesitaba era tener contacto por radio para saber cómo iba él, para saber si empeoraba y entonces tomar una decisión, si bajar a ayudarle y luego subir a por Iñaki. No sé… Después de unos 10 minutos, volví a hablar con él y estaba mucho mejor, estaba bajando muy rápido. Me preguntó qué era lo que tenía que hacer y le dije que llegara al campo tres y que allí ya Simon le ayudaría.

Es increíble lo que hizo este hombre, ¿verdad? Quedarse con Iñaki tantos días…
Sí, sí que lo es. Él no podía hacer nada y allí estaba. Pero sin ayuda también hubiera muerto. Una noche más y no lo hubiera aguantado. Ya estaba muy mal. Pero aún así, quería seguir allí con su amigo. No es algo que pase a menudo, porque sabes que cuanto más tiempo estés, más probabilidades tienes de morir. Sí, es algo increíble. Pero yo me alegré muchísimo cuando llegó al campo 3, porque así al menos uno ya estaba a salvo. La situación con Iñaki ya era otra cosa. Cuando llegué al campo 4, me reconoció en seguida. Llegué a la tienda y le dije: “Ey, Iñaki, ¿cómo estás?” y me dijo: “¡Hombre!, Ueli, del equipo suizo”. Así que lo primero que pensé es que quizá la situación no era tan mala, porque me reconoció inmediatamente. Entonces, entré en la tienda (estaba hecha un desastre, con nieve dentro, todo tirado…) y le di agua y medicamentos. No fue una situación fácil. Intenté darle calor, aunque por la noche no mejoró. Sin embargo, a la mañana siguiente parecía que sí que estaba mejor. Me pidió café así que pensé: “bien, ha vuelto”. Yo sólo llevaba agua, que era lo que le daba, y él me preguntó que por qué no llevaba café. Pero al final, murió.
Murió por la tarde, ¿no? Porque él por la mañana estaba bien.
Sí, por la mañana estaba bien. La primera vez lo reanimé y volvió, no sé por cuanto tiempo, pero se despertó. Después volvió a caer, intenté reanimarlo otra vez, pero no fue posible. Me costó un rato largo aceptar que estaba muerto.
¿Qué piensas sobre esta situación en el Himalaya? Porque quizá se vuelva a repetir en el futuro. ¿Crees que reaccionarías igual?
Sí, igual. He estado dos veces en el Annapurna: la primera tuve un accidente y esta segunda invertí mucho dinero y tenía muchas ganas de subir esta cara. Sin embargo, ponte en la situación de que no les hubiéramos ayudado y sí que hubiéramos conseguido subir: no me sentiría tan feliz porque no les habría ayudado. Para mí es algo que tengo que hacer, algo normal, mi forma de vida. Si subes la cara norte del Eiger en 2 horas 47 minutos no cambia nada en el mundo. Es algo bueno para ti, a título personal, porque consigues un objetivo que tú te habías marcado, pero al final no cambia nada. Y esto es lo que hay que aceptar. Por supuesto que para mí era muy importante esa cara sur del Annapurna, pero hay que pensar que ese sueño vive el tiempo que yo viva. Lo mismo le pasaba a Iñaki, por eso intenté que sus sueños vivieran un poco más.
¿Qué crees que es lo más importante cuando uno se enfrenta a las montañas?
Todo es muy importante. El mal de altura es algo muy difícil de medir. Cuando estábamos allí arriba, Simon también empezó a sentirse un poco mal en el campo 3 y le dije que se quedara allí. Al día siguiente me dijo: “Bueno, ya estoy bien otra vez”. Pero éste es el primer síntoma del mal de altura: crees que te encuentras mejor y quieres continuar hasta la cima pensando que estás curado. Quizás al día siguiente sí que te encuentres mejor, quién sabe si uno se encuentra mal porque a lo mejor ha comido algo en mal estado. Uno no sabe dónde está el límite. Pero también hay veces que sabes que lo estás haciendo mal, ¿no? Sabes que estás cometiendo fallos (continuar con mal tiempo, etcétera) y que esos fallos puede que no tengan un buen final, pero aun así, se continúa. Sí, a eso es a lo que me refería. Hay veces en las que tienes que asumir ese riesgo, continuar con mal tiempo. Quizá por la mañana no te sientes muy bien, pero luego por la tarde estás mucho mejor. Incluso Iñaki no era la primera vez que se enfrentaba a una montaña de este tipo. Tenía mucha experiencia en ochomiles, pero algunas decisiones que tomaron no fueron las correctas, a pesar de toda su experiencia. Sin embargo, así es la vida y hay que aceptarla. Iñaki pudo disfrutarla, hizo lo que le gustaba hacer. Todos vamos a morir. Quizá dentro de 4, 5 días o más, nadie lo sabe, y eso es bueno, que nadie lo sepa, para que podamos hacer lo que queramos y lo que nos guste.
¿Cuál es la situación en la que crees que has estado más al límite?
Es muy difícil de decir, porque nunca sabes cuándo estás realmente al límite. Por ejemplo, en deportiva, si te cae una roca en la cabeza… se acabó. Es lo que me ocurrió el año pasado, pero después de todo tuve mucha suerte y puedo dar gracias a que sigo con vida.
Así que, al fin y al cabo, la suerte es algo importante, ¿no?
Claro, la necesitas para todo en la vida. Si no la tienes, mueres. Sin embargo, también es algo que hay que buscar, que está dentro de cada uno. Si eres positivo, las cosas saldrán bien. Si estás todo el rato pensando que no va a ir nada bien, las cosas no irán bien.
¿Por qué escalas en solitario?
Porque es lo más puro, no puedes engañar a nadie, sólo estás tú y la montaña. Nada más. Y es el mayor reto al que te puedes enfrentar.
Entrevista completa en Desnivel nº268.