
Sergio Fernández Tolosa ha llegado a una aldea de Mauritania, en el desierto del Sahara. Cuando les explica a sus habitantes de donde viene, de España, no le comprenden. Hasta que se le ocurre decir que viene de Al Ándalus. Entonces sí, ¡Al Ándalus! exclaman.
Esta anécdota, que Sergio, que ha recorrido los siete desiertos más grandes del planeta en bicicleta, nos cuenta en la Librería Desnivel es solo una parte de los cientos de momentos inolvidables con que se ha regalado el espíritu en un viaje hacia el descubrimiento de uno mismo. Trascendió el mero reto deportivo hasta completar un luminoso viaje iniciático en unos territorios que no son sólo arenales yermos, sino bellos lugares llenos de vida. Y de magia.
Siete expediciones en los últimos 4 años, en bicicleta, en solitario y sin asistencias, a través de los siete desiertos más emblemáticos de los 5 continentes: Australia, Atacama, Mojave, Namib, Kalahari, Gobi y Sahara. Ayer, Sergio presentó su libro, 7 desiertos con un par de ruedas, charló con los asistentes a su proyección y demostró que detrás de cualquier viaje siempre hay una aventura en primera persona. Entrevistamos a este periodista-explorador (de lugares ya explorados, como reaprendizaje del mundo), especializado en reportajes gráficos sobre viajes en lugares exóticos con interés paisajístico, natural y antropológico, que en breve presentará un documental sobre su última odisea.

Hospitalidad en el desierto…
En los desiertos hay muchas formas de cultura, pero la hospitalidad es una ley no escrita, una constante. En cada país, en cada etnia es diferente, unos te ofrece una sombra, o una partida de ajedrez. Los mongoles, por ejemplo, son muy extrovertidos, con mucho sentido del humor, aunque sea difícil entenderse, la gente es calida. Incluso en Mauritania, donde las gentes son muy tranquilas, silenciosas, reservadas, me encontré muy a gusto. Siempre hay agua y comida para ti, y una sonrisa. Lo interesante de los viajes no era pedalear, era la gente que me encontraba y las diferencias entre los distintos desiertos.
¿Llevaste algo a los siete desiertos, un fetiche?
En Australia no, pero después lleve siempre conmigo un amuleto. (Lo lleva colgado del cuello, me lo enseña y me explica como ha tenido que reparar la cuerda con que lo porta en incontables ocasiones)
¿Cuál era el equipo habitual?
Al principio viajaba con alforjas, pero luego me di cuenta de que era mejor el remolque, en el que podía cargar hasta veinte litros de agua, cuesta arrastrarlo, pero había etapas en las que no encontraba un pozo en tres días, y otras en las que encontraba cinco en la misma jornada.
El resto, una tienda ligera, un saco de dormir, muy necesario por el contraste térmico y gasto calórico, menos en el Sahara, donde por las noches estábamos a 35 grados. Llegaban los vientos del interior del desierto, era como un secador de pelo gigantesco. Mi cámara de fotos, de video, un fogón, algunas piezas de recambio… y cosas que he ido comprando, te salía a cuenta no llevarlo todo en el equipaje.
¿Cuántas veces pensaste en abandonar?
Ninguna, aunque en tomarme un respiro sí. Esto no era una carrera, lo que me hacia proseguir era no dejarlo para el día siguiente, aprendes a no esperar pues las condiciones pueden torcerse mucho más. Mientras puedas avanzar, avanza. No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Ha habido momentos duros, pero no he tenido dudas. No lo hacía por redimir mis pecados, lo hacía porque me apetecía viajar en bicicleta por el desierto. Al principio era un reto deportivo, luego cambié mi manera de pensar, me di cuenta de como disfrutar un viaje, no compraba billete de vuelta… me iba y ya volvería. Dejaba que el camino me hiciese a mi, absorbiéndolo todo.

«Dejaba que el camino me hiciese a mi, absorbiéndolo todo».
¿Se te hizo muy dura la soledad?
He tenido la suerte de no sentirme nunca solo, quizá por mi manera de ser. La soledad, como mucho, puede ser un problema logístico para mi. Tenemos tanta sensación, hoy en día, de que estamos comunicados de todas las maneras posibles… pero puedes estar incomunicado en una ciudad, o sentirte solo entre tus amigos.
La mejor enseñanza…
¡Muchas! Una de las mas evidentes fue sobre el respeto al medio ambiente. En el desierto, la ventaja es que no hay árboles y lo ves todo, ves lo que hay. Ves una familia de mongoles, de dónde sacan los recursos, a dónde van los deshechos, ves como funcionan. Aquí por mucho reciclaje que hagamos no ves a donde va a parar los residuos. Allí eres consciente de lo que se hace con una lata de refresco. Vas viajando por la vida, aprendiendo, disfrutando.
Siguiente proyecto…
Ahora va a salir el documental, por abril, sobre este viaje. A partir de ahí me gustaría hacer un proyecto similar a este, pero en vez de en rodearme del desierto, rodearme de montañas. Descubrir la cultura, la religión, el folklore, el paisaje de los Himalayas, en bicicleta, no subir a las cumbres, sino explorar algo explorado, descubrir a nivel personal.
Gracias.