Para estos días de invierno proponemos un lugar cálido, cerca de una estufa, bajo los rayos del sol en una cara sur, bien arropados en un vivac… llevar un cuaderno, lápiz, bolígrafo, pluma, o un ordenador o quizá el móvil. Y escribir, con las manos frías y el corazón caliente.
Enero termina lleno, como, a veces, la luna. Con más manuscritos de los que acostumbran a llegar en estas fechas en anteriores ediciones.
Aquí un pedacito de lo que acaba de aterrizar… ¡qué gusto perdernos, con calma, en vuestras historias!
«Escribir, es siempre hacer un viaje muy lejano hacia uno mismo. Hacia aquel que uno es ya. En el camino te vas descubriendo: por el suelo, por las esquinas, encima de los árboles, debajo de las farolas, nadando en los charcos, en esas miguitas de pan que alguien, no se sabe muy bien quién, dejó en el camino para que no te perdieras, en el caso de que quisieras volver a casa. Mientras estás en ese sendero de retorno, uno va encontrando muchas trampas, tentaciones, muchas brujas que quieren comerte y te engordan y te engordan, para después, chuparte los huesos. Uno se pone a escribir y no sabe muy bien a lo que se expone. Uno se aboca a ese precipicio insondable que todos llevamos en nuestro interior. Y te tiras a él con la boca abierta, como si quisieras comértelo».