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Excursionismo
viernes, 5 agosto 2016 - 2:40 pm
EN LA BASE DEL ANETO

El refugio de la Renclusa “cumple” 100 años

La inauguración oficial se fijó para el 5 de agosto de 1916 con autoridades y mucha pompa, pero nunca tuvo lugar. Unos días antes, un rayo mató al que iba a ser el guarda del refugio y la casa se abrió por defecto, con la mayor discreción y sin festejos. Esta es la historia.

Autor: Rafael Solana | 2 comentarios | Compartir:
Fotomontaje de José Sayó delante del refugio de la Renclusa.  (© Rafael Solana)
Fotomontaje de José Sayó delante del refugio de la Renclusa.
Fotomontaje de José Sayó delante del refugio de la Renclusa.  (© Rafael Solana)
Fotomontaje de José Sayó delante del refugio de la Renclusa.
Estado actual del refugio de la Renclusa.  ()
Estado actual del refugio de la Renclusa.

El pasado 27 de julio se cumplieron cien años del fatal accidente del guía benasqués José Sayó en el Aneto. Su muerte frenó durante años la afluencia de montañeros al Techo del Pirineo y dejó sin inauguración oficial al recién construido refugio de la Renclusa que Sayó iba a regentar.

Renclusa significa “abrigo bajo la roca” y ya se hablaba de él en el siglo XVIII. Como tantos otros, “ennegrecido por el humo”, lo utilizaban los pastores en verano, pero pronto sirvió también de cobijo a los pocos montañeros que se acercaban a la montaña. A finales del XIX, Sebastián Mora se hizo cargo de él y lo convirtió en un rudimentario refugio. Su sobrino José Sayó tomó el relevo en 1907.

José Sayó guió a muchos de los pirineistas que empezaron a frecuentar el lugar y trabó especial amistad con Juli Soler Santaló, con quién hizo la primera ascensión nacional al Posets por la Paul. Pronto vieron juntos la necesidad de mejorar el alojamiento de la Renclusa con la construcción de un refugio de verdad, como los que ya existían en la vertiente francesa, y pensaron que el Centre Excursionista de Catalunya podría costearlo si el Ayuntamiento de Benasque cedía el terreno y los materiales.


 

«Sayó siguió con su trabajo de guía y en 1915 colocó en la cumbre del Aneto el primer libro de registro»

En 1912 comenzaron las obras bajo la supervisión de Soler Santaló, que había diseñado los planos, y de Sayó, que sería el arrendatario por 29 años. Cuatrocientos cincuenta metros cuadrados en tres plantas más bodega era mucho más que la vieja cabaña. La muerte inesperada de Soler Santaló retrasaría la apertura oficial hasta el verano de 1916, lo que se aprovechó para acondicionar la explanada de la entrada y para construir una pequeña capilla excavada en la roca que había dado nombre al refugio.

Sayó siguió con su trabajo de guía y en 1915 colocó en la cumbre del Aneto el primer libro de registro. Pasó el tiempo y, al fin, la inauguración oficial del refugio de La Reclusa se fijó para el 5 de agosto de 1916 con la participación de numerosas autoridades. Reinó el optimismo y se fantaseó, incluso, con construir otro refugio en el mismísimo collado de Coronas, a 3.200 metros de altura, a una hora de la cima.

El día fatídico

El 25 de julio de 1916 llegaron desde el valle de Arán dos montañeros alemanes con la intención de subir al Aneto. Eran Adolf Blass y Eduard Kröger, residentes en Barcelona y socios del CEC, pero en los tiempos que corrían el encuentro con montañeros franceses que pudieran llegar y los recelos de los españoles, en gran medida francófilos, era garantía de tensiones. No tenían guía y Sayó se ofreció a acompañarles. Cuanto antes marcharan, mejor.

El conocido cura montañero Jaume Oliveras andaba por allí vigilando la construcción de su capilla de la Virgen de las Nieves y también decidió subir con un amigo. El jueves 27, Sayó y sus dos clientes salieron a las cinco de la mañana. Oliveras se retrasó esperando a su amigo que al final desistió. Se juntaron todos en el Portillón Superior y en un día aceptablemente bueno alcanzaron la cumbre sin contratiempos.

«La petaca de latón emitió destellos azulados y un zumbido de abejas escapaba de las puntas de las rocas»

Aunque Sayó conocía la montaña como nadie, no podía saber que en esos momentos el observatorio meteorológico de Viella estaba registrando una violenta caída de la presión. Mientras comían algo, las nubes los envolvieron. Al abrir el libro de cumbre para firmar, el granizo comenzó a golpear sus páginas, la petaca de latón emitió destellos azulados y un zumbido de abejas escapaba de las puntas de las rocas. El estruendo del primer rayo no tardó en llegar aunque para entonces Sayó ya había organizado la retirada.

Oliveras y Kröger cruzaron el Paso de Mahoma los primeros. La tormenta se había desatado y las descargas les zarandeaban en la antecima mientras esperaban que llegaran sus compañeros. Un rayo tronó especialmente cerca. Esperaron en vano. Oliveras volvió y al comienzo del Paso vio los cuerpos de Blass y Sayó caídos sobre una repisa en la vertiente de Vallibierna. Descendió como pudo y al llegar a ellos comprobó que estaban abrasados por el rayo. Aterrorizado, regresó junto a Kröger, le ocultó la desgracia y, encordándolo de nuevo, bajaron el glaciar a toda prisa. Sólo al llegar a las primeras pedreras le dijo la verdad.

En la Renclusa la noticia dejó a todos consternados. Muchos volvieron al valle de inmediato, la mujer de Sayó y su hija se encerraron en su cuarto y nadie sabía cómo organizar la bajada de los cuerpos, pues el tiempo seguía muy malo. Al final, un grupo de rescate llegó desde Benasque. El 28 y 29 continuó el temporal. El día 30 subieron pero no pasaron del collado de Coronas. El 31 mejoró y por fin se consiguió llegar hasta los cadáveres cubiertos por la nieve. Los bajaron por el glaciar en improvisados trineos y al llegar a la pedrera los guías José Delmás y Daniel Mora se los echaron a la espalda.

Un nuevo refugio sin inauguración

La prevista inauguración de la Renclusa se suspendió, pero su funcionamiento como refugio quedó garantizado al hacerse cargo Antonio Abadías, el yerno de Sayó. El cura Oliveras colocó al año siguiente una pequeña cruz de hierro en el lugar exacto del accidente y después marchó a las misiones a Venezuela. La afluencia de montañeros al Aneto se resintió; según el libro de cumbre desde 1915 a 1919, sólo subieron 146 españoles y 104 extranjeros. Pero la Primera Guerra Mundial pasó y Abadías tomó el relevo de su suegro en la tarea de guiar clientes. Dicen que subió a “su montaña” más de cuatrocientas veces; le llamaban el león del Aneto, y llevó a su hijo, José Abadías Sayó, a la cumbre con sólo diez años. La montaña empezó a recuperar fama de asequible y bonachona. Sólo había que darse un buen madrugón cuando el guarda despertaba a todo el mundo a las cinco de la mañana al grito de “¡Aneto, Aneto!”.

Calcula Antonio Lafón, el actual guarda de la Renclusa, que pueden subir al Aneto más de siete mil personas al año, pero la montaña ya no es lo que era. Muchos no pernoctan en la Renclusa al llegar la carretera, a poco más de media hora; el glaciar ha menguado mucho en los últimos treinta años; las previsiones meteorológicas son muy precisas; los equipos son inmejorables… y sin embargo, todos los años hay accidentes porque “debiéndose perder el miedo a la montaña se le ha perdido también el respeto”. Ninguno de los guías clásicos se lo perdió. Pero el único al que recordamos por su trágica muerte es a José Sayó.

 

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2 comentarios

  1. Andreu dice:
    05/08/2016 a las 19:54

    Aunque afortunadamente ya habíamos cruzado el Paso de Mahoma…..Batallitas de viejo, pero cuando lo recuerdo todavía se me ponen por corbata. Esta ocasión y otra que también me pilló una tormenta eléctrica en la misma cumbre del Monte Perdido, sin poder correr Escupidera abajo, son las dos veces que más he estado «acongojado», ja, ja

  2. Andreu dice:
    05/08/2016 a las 19:50

    Todavía recuerdo la segunda vez que subí al Aneto con una tormenta que se desató estando en la cumbre, de parecidas características a las que se cuenta. Por suerte ninguno de los tres compañeros que íbamos, ni ningún otro montañero que estaba allí, tuvimos ningún percance aunque recuerdo perfectamente los efluvios azulados y el crepitar de las piedras…y que la punta de mi piolet vibraba con un zumbido espeluznante. Vimos perfectamente como un rayo cayó en la Espalda y otro en la misma cumbre.


 

 

 

 

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