EXPLORANDO

Kyle Dempster abre en la oeste del Tahu Ratum

El americano se daba la mano con la soledad y el hambre, inaugurando la vertiente oeste del Tahu Ratum, un afilado seismil del Karakorum en el que establecía 1.300 metros de duro itinerario (hasta A3).

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Itinerario seguido por Dempster durante su apertura en la cara oeste del Tahu Ratum (6.651 m).- Foto: Kyle DempsterItinerario seguido por Dempster durante su apertura en la cara oeste del Tahu Ratum (6.651 m).- Foto: Kyle Dempster

Al llegar el verano de 2008, Kyle Dempster, un escalador de 25 años de Utah, con aspecto de ermitaño, se plantó frente a su madre y le dijo: «Me voy a Pakistán. Solo. Volveré en tres o cuatro meses». El cáustico mensaje fue recibido con bastante inquietud. «Me dije a mí mismo: esto es fácil decirlo ahora, cuando todavía sientes mucha curiosidad por el mundo. La escalada me ha dado un espíritu y mi madre lo entiende y lo apoya», sigue Kyle, aunque ver partir a un hijo, sin ninguna compañía, a intentar trazar una ruta en la vertiente inexplorada de una gran montaña, no tranquiliza a nadie, por mucho que puedas comprenderlo. Afortunadamente Kyle volvió de una pieza (ya en una ocasión perdió parte un dedo), con 1.300 nuevos metros en la cara oeste del Tahu Ratum (6.651 metros), habiendo superado secciones de hielo de hasta 60º y tiradas de A3.

Cogió el avión. Atrás quedaban once años de escaladas y la perdida de su mejor amigo, en 2005, cuando éste se precipitaba 250 metros al vacío durante un viaje al Ártico. El pasado se disipaba y un futuro de roca precaria, clima con malos modos y una afilada soledad le esperaban allá donde se juntan los glaciares de Khani Basa e Hispar, exactamente donde le dejaron los porteadores tras cuatro días de aproximación. Era el 19 de julio. «Intercambiamos apretones de manos y les vi desaparecer detrás de una morrena. Iban a pasar siete semanas hasta que volviese a ver a alguien. Esa era mi elección. Sin guía, sin cocineros, sin compañero. Enteramente solo».

El colmillo pardo del Tahu Ratum (también llamado Ratum) aguardó, desafiado, hasta el 20 de agosto, cuando Kyle entró en la «vida del mundo vertical», con una autonomía de 20 días, impuesta por el alimento. Pronto se daría cuenta de que iba a pasar hambre.

«Los primeros 640 metros de hielo me llevaron siete días de intensa batalla en medio de una tormenta de nieve constante». El tedioso trabajo con que empezó a abrir la ruta se vio recompensado por una «hermosa escalada sobre un sistema de fisuras», estableciendo largos de entre 80 y 90 metros, con dificultades que ascendieron hasta el A3 y que le depositarían en los bastiones intermedios: «Granito de alta calidad, un tiempo fantástico y una escalada impecable», recuerda. «Lo que había previsto en Pakistán se estaba haciendo realidad. Desafortunadamente, la situación iba a cambiar pronto».

Cuando llegaba a los 6.000 metros llegaba la primera tormenta. Cuatro días enjaulado en su hamaca, claustrofóbicos, sin posibilidad de continuar, iban a proporcionarle una visión clara de las próximas jornadas: «No iba a tener comida suficiente», conclusión a la que llegaba tras comprender que su progreso era demasiado lento, lo que comprobaba a través de las fotografías tomadas de las cumbres de alrededor (no llevaba altímetro). Tocaba racionar. Nimios desayunos, engañar al estómago y reservar fuerzas se convirtieron en la estrategia principal.

Kyle, afectado de hambre, altura y sed, en su hamaca, durante la actividad de este verano.- Foto: Kyle DempsterKyle, afectado de hambre, altura y sed, en su hamaca, durante la actividad de este verano.- Foto: Kyle Dempster

Kyle, además, no es nuevo en esto de superar penurias. En enero de 2007, esta vez acompañado de Mike Libecki, se internaba en la densa jungla venezolana para asaltar la pared de Acopan Tepui, solo un par de semanas después de que Kurt Albert, Ivan Calderón, Stefan Glowacz y Holger Heuber fijaran 20 largos en su Pilar Norte. Dempster y Libecki abrían una variante de la ruta, con 13 nuevos largos de V, 5.11 y A2 siguiendo la línea más evidente de ascensión, esquivando con éxito las acometidas de la fauna tropical, representada por escorpiones negros y tarántulas, y participando activamente en la restauración del escroto de Libecki, afectado de garrapatas. Kyle Dempster estaba preparado para afrontar las adversidades. Y éstas se iban a acrecentar.

Aprovechando una tregua del cielo, Kyle prosiguió con una escalada penosa y lenta, agobiado por su estómago vacío y una diarrea que le hizo aullar en más de una ocasión. «A pesar de todo, la vista del Karakorum, con un panorama despejado, fue suficiente motivación para continuar». Después de 200 metros de más estéticas fisuras establecía el último vivac, para inmediatamente desatarse otra tormenta.

El 10 de septiembre, más de veinte días después de internarse en los confines escabrosos del Tahu Rutum, las nubes se habían marchado. «Debía empezar mi ataque a cumbre». Contaba con una barrita energética y poco líquido. Llegaba a escalar otros 70 metros antes de que la nieve y el viento volviesen a la carga. Recorrió otros 170 a través de una roca precaria, alcanzando la arista cimera. «Había tenido suficiente. El viento chillaba, la tierra había rotado de nuevo sumergiendo el Karakorum en una total oscuridad y mi frontal estaba al borde de la muerte. Me encontraba deshidratado y desnutrido». Como escribía, la decisión era fácil. Totalmente exhausto por el esfuerzo, emprendió la retirada. «Las horas aislado, rapelando en la noche, me proporcionaron una sombría alegría. Pensaba en mi familia, en mis amigos y, lo más importante, en la comida».

Habían pasado 30 horas desde que iniciara el ataque y por fin regresaba a su hamaca, donde se contentaría con un último bocado antes de emprender el camino de regreso; más jornadas agotadoras, sin alimento, hasta el campo base. «Como había previsto, necesité dos días completos para el descenso». Abajo, empezó a notar como su cuerpo despertaba, pero el «universo todavía deparaba una dura prueba». Toda la nieve caída durante la ascensión se había consolidado sobre el glaciar Khani Basa, e impelido por una deteriorada salud, no podía perder tiempo con esperas. Siguió caminando, afrontando un hambre rigurosa que llegó a alargarse durante cinco días. «Caí muchas veces y siempre me costaba demasiado levantarme». Sus músculos empezaban a ser fagocitados, pero «la mente estaba más clara que nunca». «No me preocupé, no tenía miedo, no era capaz de sentir nada».

Dos semanas más tarde, en el aeropuerto de Salt Lake City, su madre le recibía entre lágrimas. «Era obvio que ella había afrontado su propia batalla. Me di cuenta de que yo había hecho lo fácil». La aventura, que había comenzado, como muchas otras, con una fotografía de una vertiente virgen en una montaña sorprendente, había alcanzado el éxito definitivo: lograr regresar a casa.

 

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