El 7 de febrero de 2008, en Quito, en la mesa de su escritorio, Iván Vallejo escribe: «A las once de la mañana del 19 de septiembre de 1997 pise la cima del Manaslú de 8.163 m, la octava montaña más alta del mundo, junto con Kari Kobler (suiza), Santa Gurung y Nima Sherpa (Nepal). En ese momento no me imaginé ni por asomo que esa cumbre, que era parte del camino de preparación a mi primer Everest sin oxígeno, sería a la postre mi primera cima de más de ocho mil metros dentro de mi gran proyecto de conquistar las catorce cimas más altas del mundo».
Con estas palabras el alpinista ecuatoriano pone en marcha la que podría convertirse en la expedición más importante de una carrera ya de por sí brillante. Sólo (que no es poco) le queda el Dhaulagiri y habrá logrado ascender todas las cumbres más altas de la tierra sin la ayuda de oxígeno artificial.
«Desde aquella mañana de septiembre que estuve encumbrado en uno de los gigantes del Himalaya han pasado casi once años y ha corrido bastante agua bajo el puente. En todo este tiempo he tenido la dicha y la fortuna de subirme hasta la cima de las trece montañas más altas del mundo, repitiendo dos de ellas: el Everest (2001) y el Broad Peak (2007). Esto ha significado recorrer cerca de 108.000 metros de cuestas subidas a pie».
Para Iván, los dos últimos años han sido generosos. El 22 de mayo de 2006 alcanzaba la cumbre del Kangchenjunga (8.586 m), la tercera montaña más alta del mundo, la única que junto al Dhaulagiri (que ya ha intentado en dos ocasiones) se le había resistido: «Únicamente dos montañas me han sido esquivas». En 2007, también en mayo, aunque el día 24, a las tres y veinte de la tarde, se encaramaba a la cima del Annapurna (8.091 m), una montaña tristemente célebre por poseer el índice de mortalidad más alto de todos los ochomiles: 53.3%. «Fui al Annapurna, subí hasta su punto más alto y bajé con vida, gracias a Dios».
El Dhaula se muestra esquivo
Su primera incursión al Dhaulagiri la hace en la primavera del 2005, formando equipo con tres compañeros italianos, Christian Stangel e Iñaki Ochoa (12 ochomiles, a falta del Kanchenjunga y del Annapurna, dos huesos). «Después de todo el trabajo necesario para fijar cuerdas de seguridad y establecer los tres campamentos de altura, a primeros de mayo realizamos nuestro asalto a la cumbre. Desafortunadamente a doscientos metros de la cima tuvimos que darnos la vuelta por el alto riesgo de avalancha que había en la última pendiente que lleva hasta la cima del Dhaulagiri». Se retiraron al Campo Base, con la esperanza de poder realizar un nuevo intento durante los días siguientes, algo que se revelaría inaccesible debido a las condiciones climatológicas. «No pudimos más que recoger los bártulos, junto con la frustración y la pena, y regresar a casa».
Iván Vallejo volvería al Dhaula en otoño de 2006 junto a Sete Tamang, un compañero nepalés. «Si las condiciones fueron malas en el 2005, en ese otoño fueron peor, ni siquiera pudimos pasar de 6.400 m por la gran cantidad de placas de nieve que se rompían, anunciándonos que en cualquier momento se produciría una avalancha. Nuevamente tuve que afrontar mi miedo, mi frustración y mi pena, y volver una vez más a casa sin la cima del Dhaulagiri».
Ahora, Iván, se alista por tercera vez en una expedición al Dhaulagiri, su siguiente montaña, su último ochomil. «Iré con la esperanza y la gran ilusión de que en esta ocasión todos los elementos del Cosmos se acomoden y conspiren en favor de que el viento sea bueno, el frío el necesario, el clima el ideal y la calidad de la nieve inmejorable para que yo pueda alcanzar mi última estrella de más de ocho mil metros». Podra comprobarlo, in situ, en abril, cuando en algún momento entre los días 15 y 30 ataque la cima del Dhaula, y si la montaña lo permite, «celebrar con mis compañeros, Dios mediante, uno de los sueños más grandes de mi vida».
«Fui al Annapurna, subí hasta su punto más alto y bajé con vida, gracias a Dios».