Una vez superados los complejos problemas burocráticos que han dificultado y retrasado la expedición al K2 de Ferran Latorre, el alpinista catalán podía por fin a finales de la semana pasada tomar contacto con la montaña. Todavía en plena fase de aclimatación, realizaba una primera ascensión al C1 (6.100 m), y continuaba al día siguiente hasta el C2 (6.600 m), completando así la primera rotación.
Esta no es la primera vez que Ferran Latorre se enfrenta al K2 (8.611 m). Ya estuvo allí en 2004, hace exactamente 10 años, cuando estuvo muy cerca de hacer cumbre. Sin embargo, renunció a ella sin dudarlo para auxiliar a su compañero Juanito Oiarzabal, que se había extraviado en el descenso desde la cima. Lo encontró de madrugada fuera de la huella y lo ayudó a bajar olvidándose de su propio sueño. El montañero de Vic lo explica de forma emotiva y profunda en su blog, a raíz de las imágenes que le fueron viniendo a la mente mientras ascendía las primeras laderas del K2:
Mientras iba subiendo por la pendiente, se iban desvelando algunos recuerdos perdidos en el pozo de la memoria. A través de algunos pasajes y detalles insignificantes, mi pasado se iba redibujando como aquella película que estás seguro de no haber visto nunca pero que, a través de ciertas imágenes, empiezas a sospechar que ya viste antes.
La imagen que me vino a la cabeza con más claridad fue la sombra deambulante de Juanito Oiarzabal, bajando lentamente por la cuerda fija. Una imagen acompañada de una sensación de derrota y decepción muy profunda.
Hace apenas diez años estuve muy cerca de subir al K2. Entonces formaba parte de la expedición de Al Filo de lo Imposible, un año que coincidía con una numerosa y fuerte expedición italiana que conmemoraba el cincuenta aniversario de la primera ascensión al K2, llevada a cabo por italianos en 1954.
Vine muy fuerte, pero una bronquitis muy aguda y larga me apartó del ataque a la cima llevado a cabo por todos mis compañeros de expedición. Dos días después de que salieran del CB, la bronquitis se terminó de curar. Entonces, a pesar de ser consciente de que me encontraba en un estado muy débil, decidí intentarlo. Y a pesar de que durante los tres días de escalada mis horarios entre campos eran mucho peores que los de antes de la convalecencia, no bajé la cabeza y seguí subiendo. Eso sí, sufriendo bastante, con el peso añadido de constatar que no era el de antes y el desazón por no poder compartirlo con nadie: subí siempre solo, aunque en los campos coincidía con otros expedicionarios. Puedo recordar cada uno de los miles de pasos que tuve que dar para llegar al C4, a 7.900 m, porque cada uno de ellos fue como un suplicio.
Pero allí estaba, en el último campo, viendo cómo mis compañeros hacían cima al atardecer, muy tarde, después de un esfuerzo más que titánico. Y a mí, por increíble que fuera, se me presentaba una oportunidad de oro, la de subir esa misma noche, con buen tiempo y la huella abierta: lo consideraba como el regalo justo a mi persistencia y por no haber perdido nunca la fe.
Pero la noche atenazó a mis compañeros. Y Juanito se perdió bajando. Y fue así como salí a buscarlo esa negra noche, a 8.000 metros de altura. Y fue así como cada paso hacia él era un paso que me alejaba de la cima y me acercaba hacia la frustración inesperada, después de haber luchado tanto para tener una oportunidad. Encontré a Juanito fuera de la huella. Un momento inolvidable, un regalo precioso donde dos vidas distintas se abrazaron a 8.000 metros; para él, el regalo de la vida, para mí, quizás el de la redención.
Al día siguiente, con Álex Txikon, ayudamos a bajar a Juanito hasta el CB. Congelado y exhausto, su lentitud exasperante me mantenía prisionero de una montaña de la que quería huir lo antes posible. La decepción era un peso enorme y agotador, y mentalmente insoportable. Nadie puede entender qué supone, en ese estado de tortura mental, la agonía de bajar con tanta lentitud; todo parecía una cruel venganza, un ensañamiento sobre los más débiles, sobre los perdedores, hecha con una premeditada e impiadosa perfidia.
Estos últimos dos días, mientras subía a los campos uno y dos, revivía aquella dura historia. Una historia que nos recuerda que nada es fácil. La figura de Juanito deambulando pendiente abajo, es la sombra oscura que ha forjado en mí la humildad y la fuerza para seguir adelante. Este no ha sido un camino fácil para mí, y aquí estoy, de nuevo, diez años después, para liberarme de aquella pesadilla, la pesadilla de un verano que luego fue aún más cruel con mi amigo Manel. Aquí estoy, dispuesto a volver a llamar a la puerta. Y esperando que esta vez sí, me la abran y me dejen pasar. Poner los pies en la cima del K2 será mucho más que el simple hecho de escalar una montaña.