¿Dónde está el límite entre el riesgo real de diseminar el virus, el egoísmo, la responsabilidad y el sentido común?

Expediciones en época de Coronavirus

Sito Carcavilla, compañero de Carlos Soria en su expedición al Dhaulagiri, reflexiona en este texto sobre la situación que han vivido los alpinistas, sherpas y personal de cocina en Nepal debido al Covid.
Una de las ideas que plantea en el texto «¿dónde está el límite entre la percepción personal del riesgo a contagiarse y el riesgo real de diseminar el virus, el egoísmo, la responsabilidad y el sentido común?»

Cocina del campo base del Dhaulagiri 2021.
Sito Carcavilla | 2 comentarios |

Sabíamos que estábamos en pandemia. Es más, cuando salimos de casa se cumplía exactamente un año de que fuera decretado el estado de alarma en nuestro país. Un año creo que es suficiente tiempo para entender lo que significa una pandemia. Pero la realidad me ha demostrado que no tanto.


«Es muy variable la percepción de la gravedad de la enfermedad y el sentido de la responsabilidad que conlleva el transmitirla»

El coronavirus nos ha mostrado mil caras: hay personas que lo pasan sin manifestar los síntomas, algunas lo confunden con un resfriado convencional, otras lo pasan realmente mal e incluso sufren secuelas muy diversas y, en el peor de los casos, algunas personas mueren.

Es difícil luchar contra un virus que se manifiesta de tantas maneras, sobre todo porque hace que sea muy variable la percepción de la gravedad de la enfermedad y el sentido de la responsabilidad que conlleva el transmitirla. Lo hemos visto a diario en las noticias y con nuestros compañeros de trabajo, vecinos, amigos y familiares. Y lo hemos visto en el Himalaya esta primavera.

En nuestro equipo tuvimos el debate: ¿era recomendable este año ir a Nepal de expedición?
Conociendo la evolución del virus en nuestro país, con las sucesivas olas después de cada periodo vacacional, no parecía un buen año para viajar. Si en un país como el nuestro había sido casi imposible controlar a la población para evitar la propagación, imaginaros en un país como Nepal, donde las aglomeraciones y la vida social están más arraigadas aún en su cultura.

Además, la expectativa de enfermar gravemente en un país del tercer mundo nunca es muy halagüeña, y menos de una dolencia que afecta a las vías respiratorias, el punto débil en altitud. Lo hablamos entre los tres, pero la particularidad del proyecto de Carlos Soria, con 82 años y habiendo dejado el pasado ya en blanco, nos animó a forzar.

La fecha de salida del viaje la condicionó la vacunación de Carlos. Luis y yo no podríamos vacunarnos porque por nuestra edad y profesión no era nuestro turno, así que decidimos adoptar ciertas medidas. Por ejemplo, contratar un seguro COVID, que cubría ciertas situaciones como posibles evacuaciones o repatriaciones.

También decidimos pagar, a pesar de ser caro, tener un comedor sólo para nosotros tres en el campo base, lo que nos permitiría cierto aislamiento porque es el espacio común donde más tiempo se pasa con otras personas. También, y gracias al médico Juan Antonio Carrascosa, nos hicimos con un completo botiquín, con instrucciones y protocolos para evitar el contagio y tratar los síntomas, muchos de los cuales son comunes a los de los problemas de salud más típicos en una expedición, como tos, dolores de cabeza y garganta, baja saturación de oxígeno, etc.

La detección temprana de la enfermad sería clave para evitar las peores consecuencias y evitar el contagio, por lo que el Dr. Carrascosa nos consiguió 9 test nasofaríngeos (3 para cada uno) y nos dio instrucciones sobre cómo utilizarlos. Llevamos, además, 100 mascarillas por si era necesario repartirlas al personal nepalí de la cocina y sherpas. A eso hay que añadir que nos sometimos a sucesivas PCR antes de salir de España e inmediatamente antes de dirigirnos al Campo Base. Correríamos el riesgo de viajar pero, al menos, haríamos lo posible por no contagiarnos ni diseminar la enfermedad. Por interés propio y por responsabilidad.

«En Nepal, a finales de marzo, con el confinamiento recién cancelado, los datos sanitarios eran muy positivos»

Justo el día antes de que llegáramos a Nepal, el gobierno local decidió suprimir el confinamiento obligatorio de 10 días, de los cuales los cinco primeros eran  en un hotel y, si se realizaba una PCR y el resultado era negativo, el resto podían ser en un domicilio particular.

Pero Nepal es Nepal, para lo bueno y para lo malo, y casi ningún turista realizaba ese segundo confinamiento, sino que pasaban los cinco primeros días en el hotel (pero sin ningún control, dejando en manos de cada uno el respeto a la norma) y, a partir de ahí, salían ya de viaje porque la agencia “arreglaba” lo del domicilio particular (que podía estar en Khumbu, en cualquier campo base…). Y eso lo sabían todos los turistas, porque tenían que firmar un documento al entrar en el país aceptando esas condiciones. 

Cuando llegamos a Nepal a finales de marzo, con el confinamiento recién cancelado y unos datos sanitarios muy positivos, nos dirigimos al valle del Khumbu, como hacemos siempre, para aclimatar. Las tempranas fechas y la pandemia se dejaban notar, ya que el valle estaba casi vacío, sin turistas.

A pesar de ello, nos pareció que la vida itinerante, durmiendo cada día en un lugar diferente, aumentaba las posibilidades de contagio y dispersión de la enfermedad. Así que decidimos hacer una versión reducida de nuestro recorrido habitual durmiendo tan solo en cuatro lodges distintos, los cuales conocíamos y nos ofrecían mayores garantías de higiene. De hecho eran solo tres, pero necesitábamos añadir uno más para que el recorrido fuera adecuado para nuestra aclimatación. En todos ellos mantuvimos distancia con otros huéspedes si los había y usamos permanentemente mascarilla.

«La masificación del campo base del Dhaulagiri no era buena para controlar al enfermedad»

Tras 12 días volvimos a Kathmandu. La relajación acerca del virus era notable, con extranjeros y nepalíes ignorando las normas básicas. Notamos un importante incremento de turistas indios, y nos explicaron que el gobierno de ese país exigía una cuarentena de una semana antes de volver a su país, y que esta podía realizarse o en Nepal o en unos países árabes, donde el alojamiento y la vida es mucho más cara.

Resultado: casi todos los turistas indios pasaban por Nepal antes de volver a casa. Ya en esos días, alrededor del 10 de abril, se empezaba a oír hablar de la cepa india y su peligrosidad. Nos sometimos a una nueva PCR y, tras dar negativo, salimos hacia el Campo Base del Dhaulagiri, a donde llegamos en helicóptero.  

En el campo base nos llevamos una sorpresa: la docena de alpinistas que esperábamos estar allí se había multiplicado por tres. Además, la rápida ascensión al Annapurna había provocado que casi otra docena más (con sus respectivos sherpas) viniera a probar suerte al Dhaulagiri. Sin duda, esa masificación no era buena para controlar al enfermedad, pero supusimos que todos éramos conscientes de ello. El grupo se repartió en cuatro comedores (uno de ellos el nuestro solo con tres personas). 

«Estaba claro que había un foco de coronavirus en el campo base»

La expedición se fue desarrollando con cierta normalidad (bueno, este año no ha habido casi nada normal en ese campo base, pero esa es otra historia…) hasta que algunos nepalíes del equipo de cocina fueron evacuados por encontrarse mal.

Este tema lo gestionó por su cuenta la agencia sin casi conocimiento nuestro. Pero, en los días siguientes, algunos extranjeros empezaron también a sentirse enfermos y saltó la alarma. Los síntomas eran muy característicos: agotamiento excesivo, dificultad para respirar, tos, fiebre, baja saturación de oxígeno y pérdida del olfato y sabor.

Decidimos emplear seis de nuestros test para comprobar lo evidente y cinco de esas personas dieron positivo. El sexto daría unos días más tarde. Estaba claro que había un foco de coronavirus en el campo base.

Intentamos detectar el origen porque ayudaría a controlarlo, y vimos dos posibles focos muy claros: por un lado, ningún nepalí, ya fuera sherpa o personal de cocina, se había hecho una PCR antes de venir; por otro lado, casi ninguno de los que venían del Annapurna se había hecho una PCR justo antes de venir al campo base del Dhaulagiri, a pesar de que en esa expedición se habían confirmado casos de coronavirus.

Además, para celebrar la cumbre habían organizado varias fiestas en bares de Pokhara, colgando vídeos en las redes sociales donde no se respetaba la distancia de seguridad (lógicamente, era una fiesta…) y las mascarillas brillaban por su ausencia. A mi me costó entender, por la seguridad de los demás pero incluso por la de uno mismo, que ninguno de ellos quisiera que se realizaran PCR a todos los que venían al campo base, pero la realidad es que se encontraban bien y sin síntomas. De nuevo, la responsabilidad y la percepción del riesgo es algo personal. 

«Cerca de 20 alpinistas decidieron subir, a pesar de que había personas que tenían síntomas evidentes»

Con el foco de coronavirus ya confirmado, la agencia comunicó que el día 11 podría ser un buen día para intentar la cumbre y cerca de 20 alpinistas (y sus sherpas en caso de que los tuvieran) decidieron subir, a pesar de que había personas que tenían síntomas evidentes e incluso necesitaron oxígeno artificial en el campo base.

Para nosotros, controlar la enfermad, conocer cuánta gente estaba infectada y velar por nuestra seguridad y la de nuestro equipo (no solo nosotros tres, sino también los sherpas y el personal de cocina) fue la prioridad. La montaña pasó a un segundo plano y nos centramos en la salud. Por ello, y porque la montaña no estaba en condiciones de intentar ir a la cumbre, decidimos quedarnos en el campo base. Todos los demás alpinistas, excepto Jonatan García, salieron hacia los campamentos de altura. 

He dicho ya varias veces que el sentido de la responsabilidad y la percepción del riesgo es muy personal. Pero saber que convives con el virus y, aún así, intentar coronar un ochomil, sabiendo que vas a compartir tienda de campaña con otras personas e incluso que ves algunas de ellas con síntomas compatibles con la enfermedad, me parece demasiado arriesgado.

Pero insisto en la percepción personal del asunto. Lo que sí me pareció mal fue que un alpinista que se encontraba en el campo 2, cuyo sherpa se encontraba enfermo, en vez de bajar con él hasta el campo base pidió a la agencia que le mandaran otro para sustituirle y, ante la respuesta de que no había más, pidió que subiera uno que había dado positivo en el test pero aún no había manifestado los síntomas. Sí, esto pasó, y para mi es tratar a los sherpas como objetos, como mercancía, incluso de usar y tirar si es necesario.         

«El gobierno de Nepal había prohibido realizar tests en el campo base del Everest e incluso mencionar la pandemia para evitar la mala publicidad»

La desbandada nos vino bien para controlar la enfermedad, pues la agencia nos envió más test y los utilizamos con los 40 que quedamos abajo. Se evacuó a las personas contagiadas y, según fueron bajando los del intento de cumbre, fuimos haciéndoles también el test porque todos se ofrecieron a ello (menos una nepalí), lo que reflejó que una de cada tres personas estaba contagiada.

Al final, de los 90 que llegamos a estar en el campo base nos quedamos solo 15, porque los demás fueron evacuados por dar positivo en el test o porque renunciaban a intentar escalar la montaña. En total hicimos nosotros mismos más de 100 test, a pesar de que había dos médicos en el campo base que ignoraron la responsabilidad de gestionar el problema.

El gobierno de Nepal había prohibido realizar test en el campo base del Everest e incluso mencionar la pandemia para evitar la mala publicidad, pero no había dicho nada del Dhaulagiri. Asumimos ese vacío legal por nuestra salud y la del resto, pero al campo base llegó un militar para saber el nombre de quienes habían realizado los test para informar al gobierno, con el riesgo de posibles represalias futuras (en forma de no concedernos permisos para escalar en Nepal en el futuro). Es más, el gobierno de Nepal negó categóricamente en una carta oficial que hubiera casos de coronavirus en las montañas del país, al tiempo que decenas de personas eran evacuadas cada día con síntomas evidentes y requerían hospitalización.

Por desgracia, y a pesar de tener por fin la situación controlada (o eso parecía al menos), tuvimos que abandonar el campo base porque la situación sanitaria del país previsiblemente provocaría un cierre indefinido del espacio aéreo y tendríamos dificultades para volver a casa.

De hecho, la opción más segura era comprar un billete para el avión que el Gobierno de España fletaba para mandar a Nepal con ayuda humanitaria y aceptaba pasajeros de vuelta a España el día 21 de mayo. Así que recogimos el campo base, nos fuimos a Katmandú y asumimos que, a pesar de haber controlado el foco en el campo base, nuestra expedición llegaba a su fin. 

«Algunos de los que renunciaron al Dhaulagiri se fueron al Everest y Lhotse provocando más dispersión de la enfermedad»

No todos lo vieron igual. Animados por las agencias y por el cierre del espacio aéreo que obligaba a permanecer en el país, algunos de los que renunciaron al Dhaulagiri se fueron al Everest y Lhotse, donde había posibilidades de escalar estas montañas, provocando más dispersión de la enfermedad y llevando más gente a un campo base ya suficientemente infectado.

Para acabar, para coger el avión fletado por España, el Ministerio de Sanidad exigía completar un formulario donde se preguntaba explícitamente si se había dado positivo en algún test en los últimos 15 días y si se había estado en un hospital en ese mismo periodo.

Afortunadamente nosotros no estábamos en este supuesto, pero otros sí. Y, si te encontrabas bien y habías dado negativo en la PCR, ¿perderías ese vuelo y te quedarías en Nepal sin saber cuándo podrías volver? De nuevo, está en manos de cada uno asumir la responsabilidad y sus consecuencias.

«Una parte de las agencias, de la comunidad alpinística, y el gobierno de Nepal no han estado a la altura de las circunstancias»

En este tiempo de coronavirus hemos visto desde personas que ignoraron absolutamente la enfermedad (haciendo vida como si no existiera el virus) hasta otros que, como Kilian y David, para asegurar su aislamiento montaron su campo base en Periche (para el resto de los mortales, a dos jornadas del campo base de verdad del Everest) y comían incluso con mascarilla cuando había más clientes en el lodge.

Insisto, la percepción de le enfermedad es muy personal, pero yo soy más de este segundo enfoque. Por ello, me pregunto ¿dónde está el límite entre la percepción personal del riesgo a contagiarse y el riesgo real de diseminar el virus, el egoísmo, la responsabilidad y el sentido común?

Que cada uno saque sus propias conclusiones, yo no quiero juzgar aquí ninguna actitud, pero, a mi entender, una parte de las agencias, de la comunidad alpinística, y el gobierno de Nepal no han estado a la altura de las circunstancias.

Nosotros, al menos, tenemos la conciencia muy tranquila. Y lo importante, como siempre, es haber aprendido algo de esta situación, aunque esperamos que no se vuelva repetir en el futuro.

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Comentarios
2 comentarios
  1. El virus de las mil caras: el principio del artículo ya es de aurora boreal. Resulta que hay gente que se pone mala y gente que no, gente que se pone medio mala y gente que se pone muy mala. Ciencia infusa. Echarle la culpa a un bicho microscópico de cómo funciona el ser humano es todo menos responsable. Recomiendo el libro 'Lo pequeño es hermoso' de Schumacher, leer aunque sea el epílogo, para dejar de rodar como peonzas. "¡Córtate la cabeza" (Rumi).


 

 

 

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