Alberto Zerain acaba de conseguir su décimo ochomil, el Annapurna, con una cordada “mágica” de seis personas. “Unos tenían la juventud; otros, los viejos, sabíamos cómo se hacían algunas cosas. La mezcla ha funcionado muy bien”, cuenta. Le entrevistamos en profundidad.
Alberto Zerain consiguió llegar a la cumbre del Annapurna hace unos días y se apuntó su ochomil número diez. Lo hizo junto a su compañero, Jonatan García, que nunca había escalado una montaña de la lista de los Catorce; se unieron también los italianos Nives Meroi y Romano Bennet, que con la cima cerraban sus catorce en pareja y sin oxígeno. Se sumaron en el último momento dos chilenos (Juan Pablo Mohr y Sebastián Rojas) que se estrenaban en las cumbres más altas. Un grupo variopinto y algo improvisado que ha funcionado como un engranaje recién engrasado.
¿Cómo ha sido la experiencia del Annapurna?
Aún la tengo que digerir. Desde el principio sabíamos lo que nos iba a tocar si queríamos llegar a la cumbre. En este caso, por los pocos que éramos y por las condiciones que teníamos, se veía la cumbre más lejos de lo normal. Vimos la realidad, la interpretamos y al momento nos echamos un guiño Romano Benet, Nives Meroi, Jonatan García y yo que significaba que teníamos que funcionar como si fuéramos uno. Había dos alpinistas chilenos con los que también pensábamos eso, pero como tenían una infraestructura de por medio [con dos sherpas, un noruego…], no coincidíamos del todo.
Al final sí que se unieron a vosotros los chilenos.
Uno de los días pasamos toda la ruta francesa. Esa noche, cuando montamos la tienda después de acabar la ruta, aparecieron los chilenos, que venían de hacer sus cosas por su lado. En cuanto vieron huellas y una banderita que habíamos dejado, ¡encontraron el cielo! Se pusieron junto a nosotros y a partir de ahí se consolidó la cordada de los seis.
¿Cómo siguió la expedición a partir de entonces?
Al día siguiente, como siempre, tuvimos muchos problemas con la nieve por las placas que podían arrancarse. Buscamos el mejor terreno y llegamos hasta el campo 4 agotados y con mucha niebla, sin ver nada. Llegamos debajo de un serac, a un espacio muy bueno, pusimos otro campo, serían las tres de la tarde. Hacía muy mal tiempo y nos dedicamos a descansar e hidratarnos lo que pudimos.
Al día siguiente, para afrontar el último tramo, el de los 7.100 hasta la cumbre, salió el mejor día de todos. Fue una lucha constante abriendo huella, pero aquella zona ya era muy fácil para los que estábamos allí. Si no hubiera habido nieve y solo roca, igual habría sido más difícil. Aunque siempre es duro por la altitud. Llegamos sobre las diez y media, estuvimos los seis en la cumbre, fue una satisfacción tremenda. Casi no te lo creías, porque siempre piensas que la climatología te va a echar para atrás.
«El Annapurna era nuevo todos los días»
La predicción del tiempo era mala, ¿no?
Sí, era mala. Además, se borraba la huella rapidísimo, bien porque nevaba al momento, bien porque había ventisca… El Annapurna era nuevo todos los días. Llegamos a la cumbre con una estrategia perfecta, y dimos todo cada uno de nosotros. Avanzáramos lo que avanzáramos, siempre era al máximo y colaborando unos con otros. Ahora pasas tú, ahora yo, ahora se asegura… porque había zonas de bastante pendiente, de hielo duro. Nos llenó de satisfacción saber que si estaba yo un poco perdido, siempre había otros ojos que veían lo que yo no veía y viceversa. Fue un equipo perfecto de seis personas.
¿Cómo es el Annapurna? ¿Tan peligroso como lo ponen?
Es una zona que hay que conocer un poco. Las veces que fuimos al campo 2 llegamos a conocer la montaña y dónde nos metíamos. Dentro de la peligrosidad que podía tener, nosotros mismos sabíamos que había zonas donde te arriesgabas un poquito y tenías que ponerte bajo protección rápido y, a partir de ahí, buscar el itinerario donde no te amenazaran las caídas.
No nos sentimos demasiado amenazados, quitando la bajada, donde nos sorprendió una nevada con una niebla cerradísima. Primero tratamos de buscar la ruta que habíamos hecho al ir, pero fue dificilísimo porque no veíamos nada. Íbamos poco a poco y llegó un momento en que tuvimos que cambiar porque nos dimos cuenta de que no estábamos en la misma ruta que habíamos subido, pero sabíamos que teníamos que tirar para abajo.
Metimos unos tornillos y unos rápeles rápidos, no llegamos ni a abandonar cuerdas, porque estábamos en plan ahorrativo, por si acaso. Fue una bajada en la que también tuvimos que trepar en ciertos puntos.
En cuanto a las avalanchas, ¿encontrasteis la montaña muy peligrosa?
El Annapurna, todo en sí, es muy delicado. Te metas donde te metas. En este caso, la ruta alemana era infranqueable porque eran todos trozos de hielo y no había nieve que pudiera ayudarte a empalmar con otros bloques. Lo más importante para nosotros ha sido la estrategia, y que nos hemos convencido de que podíamos ir por la ruta francesa sin pensar que estábamos arriesgando demasiado. A cualquiera que mire la montaña le dará miedo. Pero nosotros hemos tratado de tener las ideas claras, valentía y decisión de meternos solo una vez. Lo hicimos sensatamente y sumando las fuerzas de todos los que estábamos. Eso ha llevado a que el sabor de la cumbre sea aún más satisfactorio. Encima, hemos vuelto todos muy bien, que para un Annapurna parece casi contradictorio.
«A partir del campo 2 íbamos en estilo alpino»
¿Aclimatasteis en la montaña?
Desde el principio no dimos tiempo para aclimatar mucho más. A 5.750 metros estaba el punto donde se separaban el campo 2 y la ruta francesa. Olimos un poco y nos valió para envalentonarnos cuando montamos dos cuerdas fijas al comienzo de la ruta francesa. Sabíamos que el momento en que entráramos a la ruta sería para seguir adelante. Y la estrategia nos salió mejor que nunca.
¿Cómo son Romano y Nieves Meroi?
Ya les conocía de antes. Romano es una persona que lo da todo, que cree mucho en lo que está haciendo. Entre él y yo hay una colaboración máxima y mucho respeto. Él siempre se prestaba a abrir huella, es una máquina y colabora a tope. Ninguno quería que el otro sufriera más de la cuenta, porque sabíamos que esto era una prueba de fondo y no queríamos que ninguno se desgastase todo el tiempo.
Para Nives y Romano era su último ochomil. Para Jonatan, el primero…
Era también el primer ochomil de los dos chilenos. Se ha juntado una especie de cordada de seis personas mágica. Unos tenían la juventud; otros, los viejos, sabíamos cómo se hacían algunas cosas. La mezcla ha funcionado muy bien.
¿Habéis contratado sherpas?
No, ninguno. Por otro lado, al bajar tratamos de dejar todo limpio al máximo por estar agradecidos con el Annapurna, así es como debe ser el planteamiento.
¿Cargasteis mucho peso desde el campo base?
A partir del campo 2 íbamos en estilo alpino, es decir, llevábamos todo el peso, la tienda… e instalábamos el campo siguiente. Así sucesivamente.
«Si me he metido en la montaña es porque sabía que había futuro en esa ruta»
Comparado con el resto de ochomiles. ¿Cómo definirías el Annapurna?
Coincidido con Romano y Nives en que quizá es el ochomil que más esfuerzo nos ha costado, y encima se le suma las comeduras de coco hasta que te metes a la ruta. Porque, en realidad, lo que haces es estar esperando a ver cuándo puedes meterte, y debes acertar, porque hacerlo en cualquier momento no se puede. Hay que creer que cuando te decides es el buen momento. Si nos rechazaba la montaña, mientras estábamos del campo 2 para arriba, ya se acababa la expedición. Volver por ahí… Hubiese sido mejor venir aclimatados de otro lado, pero como lo hemos hecho así… íbamos con la duda siempre de si no tendríamos fondo suficiente. Ha sido el ochomil más luchado, coincidimos Romano, Nives y yo.
En otras montañas, cuando vas hacia arriba, sabes que no te vas a encontrar con cosas escondidas. En este caso era una incógnita continua. Además, todo estaba en contra: la nieve, la soledad… en otras cimas, aunque vayas solo, siempre ves huellas, tiendas que se han quedado, y eso ayuda. En el Annapurna estábamos con las manos vacías más allá de lo que cada uno llevábamos.
¿Hasta qué altura habéis aclimatado?
Hasta unos 5.700 metros pasando noche. A eso se le añade la incursión que hicimos para montar un par de cuerdas, cuando llegamos a unos 6.150 metros.
¿Ha sido uno de los ochomiles menos aclimatado?
Diría que es el que he hecho con menos aclimatación, pero me he metido por la ruta a la quinta vez. Tanto subir a los campos en algo tiene que ayudar a la aclimatación… no te pilla desprevenido un dolor de cabeza, por ejemplo. En ese sentido, hemos estado bien y creo que ha sido por no subir de golpe.
¿Merece la pena el riesgo del Annapurna?
No nos equivoquemos, si me he metido en la montaña es porque sabía que había futuro en esa ruta. El peligro es un fantasma que tienes encima. A unos les ahoga y otros saben manejarlo. Creo que, en este caso, ayuda saber que hay una ruta que se abrió en su día y que el riesgo depende de cómo te muevas por ahí. No es el mismo para todos, hay que saber moverse en esos terrenos. Cuando sabes que te metes en un sitio donde dependes solo de ti…más o menos, quiero decir que depende de ti hacer ciertos quiebros a lo que pueda venir para librarte. Una vez dentro de la ruta me he sentido como pez en el agua. Lo único que he visto es un terreno que hay que ir superando y sabiendo que te vas refugiando en zonas de seracs. Ha salido bien. Aquí estamos todos sin ningún rasguño.