El 15 de febrero de 1985, los polacos Jerzy Kukuczka y Zyga Heinrich repitieron la primera invernal al Cho Oyu —tres días antes lo habían conseguido sus compañeros de expedición Maciej Berbeka y Maciej Pawlikowski—. Era un logro feliz en sí mismo pero, en el caso de Jurek, el hito engordaba por lo que había conseguido 25 días antes: el 21 de enero, él y su compatriota Andrzej Czok se habían apuntado la primera al Dhaulagiri en la estación fría.
Ascender dos ochomiles invernales en una sola temporada fue una tarea difícil no solo por el esfuerzo deportivo, sino por temas tan mundanos como lidiar con los dos grupos que estaban preparando las expediciones, pues ninguno estaba contento de tenerlo solo a medias en su proyecto.
33 años después de aquella aventura, recuperamos la historia pequeña que hubo detrás:
Antes de salir de viaje, Andrzej Zawada, jefe de la expedición al Cho Oyu, albergaba ciertas sospechas respecto a las intenciones de Jurek de hacer doblete, pero no decía nada por el profundo respeto que le tenía, cuenta Bernadette McDonald en el libro Escaladores de la libertad.
Adam Bilczewski, el líder del grupo que intentaría el Dhaulagiri, no era tan complaciente. Las expediciones eran un gran trabajo en equipo que empezaba meses antes de viajar a Nepal y que se prolongaban semanas después de aterrizar para preparar el ataque, no bastaba con estar presente el día de la cima. El dinero también eran un motivo de fricción, por eso «hubo enrevesados debates acerca de quién pagaría los gastos del viaje de Jerzy, puesto que él no había trabajado las horas que le correspondían en las chimeneas de Katowice como el resto de miembros”, escribe McDonald.
«Jerzy era especial. Era un visionario. Estaba intentando cosas que nadie había probado»
A pesar de las reticencias, contar con Jerzy en el equipo era como tener un motor extra en el grupo. En ese momento había ascendido seis ochomiles y peleaba por completar la lista de los Catorce. Su capacidad y determinación eran casi una garantía de éxito.
La expedición del Dhaulagiri partió sin él hacia Nepal, pero Jerzy tenía sus propias fuentes de financiación y no tardó mucho en llegar al país. Primero se reunió en Katmandú con el equipo del Cho Oyu y le contó su plan de ir primero a la otra montaña. Algunos protestaron diciendo que no era justo, pues no iba a contribuir en los trabajos de montar los campamentos de altura y equipar la ruta. Que se uniera a ellos más tarde, con las cosas ya listas, era aprovecharse del trabajo ajeno.
—Yo asumo la responsabilidad de la decisión—decidió Andrzej, el líder—. Puedes ir al Dhaulagiri. Te esperaremos a los pies del Cho Oyu. El plan es interesante, aunque disparatado. Sin embargo, puede que te salga bien…
“Andrzej era capaz de ver más allá del alcance de esa ascensión y de ese equipo. Sabía que Jerzy era especial. Era un visionario. Estaba intentando cosas que nadie había probado. Estaba estableciendo nuevas normas. Andrzej ni soñaría con retenerlo. Era un clásico caso del alumno que supera al maestro, y Andrzej era lo suficientemente maduro como para aceptar (y celebrar) esa realidad”, resume el libro de McDonald.
Dhaulagiri, primer objetivo
En una entrevista publicada en Desnivel 379, Krzystof Wielicki contaba una anécdota para demostrar que Jerzy era un alpinista hecho de piedra. Un año antes se encontraba en el campo base del Broad Peak y lo vio bajar junto a Voytek Kurtyka después de que completasen la travesía de la montaña. “Voytek bajó agotado y se metió en la tienda a dormir durante diez horas. Kukuczka se sentó en la cocina, sacó la sartén, preparó algo y después quiso jugar a las cartas”.
En el Dhaulagiri invernal la bestia Jerzy respondió como solía. Debido a las reuniones y al retraso en los viajes estaba menos aclimatado que sus compañeros, pero consiguió llegar a la cima. El descenso fue duro, pues él y Andrzej Czok se perdieron y necesitaron dos días y tres vivacs para alcanzar la seguridad del campo base.
Andrzej acabó con congelaciones severas en los pies y las manos, así que el equipo se movilizó rápido para evacuarlo a un lugar donde hubiese atención médica. Jerzy tenía otra montaña que subir, y la distancia más corta para llegar a ella no era bajando con sus compañeros, sino atravesando el collado al que llaman French Pass (5.360 m), un espacio nevado de dos kilómetros. «Preparé el macuto y eché a andar. Hacia arriba. Me esperaba el segundo asalto», escribió en el libro Mi mundo vertical.
Cho Oyu, segundo reto
Si quería unirse a su —otros— compañeros, tenía que darse prisa. Era 25 de enero y el permiso para el Cho Oyu terminaba el 15 de febrero. Pero había un contratiempo: se le habían congelado ligeramente los pies durante el descenso del Dhaulagiri y las ampollas, cada vez más grandes, se le habían infectado y le supuraban. Aún así, completó varias jornadas de marcha hasta Pokhara, después llegó a Katmandú en autobús, y más tarde volvió a caminar hasta el campo base del Cho Oyu.
A las 2 del mediodía del 9 de febrero estaba allí. “Jurek, olvidándose de sus pies, rehizo su mochila, se cambió los calcetines y se preparó para salir a primera hora del día siguiente hacia el Campo I”, resume McDonald. “Le acompañó Zyga Heinrich, un escalador polaco sensato y duro que, al igual que Jurek, no le hacía ascos al sufrimiento”.
La mañana del 15 de febrero, el último día de su permiso de ascensión, se despertaron temprano. A las 5:15 p.m. estaban en la cumbre. Así la descibió en su biografía: «El Cho Oyu tenía una cima muy atípica. Una enorme plataforma del tamaño de varios campos de fútbol cuyo final prácticamente no se veía».
Los días que siguieron los pasó recuperando sus pies congelados y la deshidratación, y pensando en su nuevo estatus: «Me habían empezado a tratar como el que seguía a Reinhold Messner, y tenía posibilidades. […] En realidad, poco podía seguirle, pues para que yo pudiera ganar esta carrera tendría que encerrar a Reinhold en su castillo alpino, y a mí permitirme hacer lo que quisiera en los Himalayas. Pero eso no quería decir que me rindiera. No, para nada. Y es que el fumarse durante un solo invierno dos ochomiles no lo había logrado nadie en toda la historia del alpinismo mundial. Era una proeza, de eso me daba cuenta».