El serac ha pasado factura. Este martes 22, la expedición de Edurne se batía durante todo el día para superar un obstáculo que les puso las cosas muy difíciles. Sólo 50 metros de desnivel lograron avanzar aquella jornada, mermándose sus fuerzas. Ayer, 24 de mayo a las 15 horas el Annapurna claudicaba ante el empuje del equipo, tras un ataque intenso que llevó a Iván Vallejo, a Andrew Lock y a Fernando González Rubio a la cumbre. No llegaron todos.
Edurne decidió retirarse. Se bajó al Campo Base acompañada de dos sherpas y de Iñaki Ochoa y Horia Colibasanu, que tras el Dhaulagiri, trataban de hacerse con el Annapurna, mas viendo lo que les esperaba decidieron posponer el ascenso. «El riesgo es tan alto que nos parece injustificable intentarlo, desde cualquier punto de vista», decía Iñaki, «viendo el interior de este caos de hielo decidí que no merecía la pena, y que si era honesto conmigo mismo y con mi forma de entender la montaña y la vida debía retirarme».
Cartan de Edurne
Así Edurne tendrá que esperar para sumar otra cima en su afán por coronar los 14. Eso sí, Iván ha dado un paso de gigante, alcanzando la cifra de 13 ochomiles. Le aguarda, ahora, el Dhaulagiri. Todavía les queda descender, mientras los abrazos y las felicitaciones esperan en el CB y en casa. Queda la mitad del camino. Y Edurne lo sabe. Y esto es lo que escribía:
«¡Hasta la vista Annapurna!
Iván Vallejo, Fernando González y Andrew Lock acaban de llamar desde la cumbre del Annapurna, dándonos la excelente noticia de que están ahí los tres, pero con la preocupación que nos deja la voz de Iván ante una bajada que se presenta complicada. Son las 16.32 de la tarde del 24 de mayo.
En este momento tengo sentimientos contradictorios.
Primero una inmensa alegría por que mis amigos, después de todo el trabajo de estos 45 días, han podido llegar a la cima. Este también es mi éxito, el de Asier, el de Ferran, el de los sherpas Nurbu y Lakpa, y el de Santa, nuestro cocinero y Rinji, su ayudante. Y al fin y al cabo de todo el equipo de Al Filo… Este es un desafío individual pero sobretodo, ante una montaña como esta, colectivo. Ver a mi gran amigo Iván en su 8.000 número 13 me compensa todo el esfuerzo que he realizado. Pero también, y no os voy a engañar, me siento triste por que no estoy ahí con ellos.
Ya sabía antes de venir al Annapurna que no iba ser nada fácil. Las cifras de accidentes y los amigos que he perdido aquí imponen mucho respeto, y la sola visión de esa masa monstruosa de hielo y piedras impresiona por sí sola. Pero cómo siempre, cuándo empezamos a trabajar y a equipar la ruta, las preocupaciones se tornan más inmediatas: la comida, la bebida, el material, las cuerdas… hasta que llega el momento del ataque a cumbre, la hora de la verdad. Antes de ayer me encontraba en el Campo 3 a 6.500 m. con Iván, Fernando, Andriu, Asier, Horia, Sergey e Iñaki. El serac que estaba por encima de ese campo no era lo que esperábamos ni mucho menos, y nos costó unas 8 horas superar 50 metros. Durante todo el día el serac fue desprendiendo trozos de hielo, y nosotros estábamos debajo. El temor era constante, y todo el día estuve oyendo el inconfundible rumor de las avalanchas que no cesan de caer a cada lado de esta inmensa pared.
Lentamente se fue superando ese tramo, pero el día iba pasando y poco a poco me iba desmoralizando. Para mi el serac era muy peligroso, no lo veía nada claro y mi estómago empezaba a tensarse. En definitiva, tenía eso tan humano pero que salva tantas vidas: el miedo. Por otro lado también pensaba en el reto de los 14 ochomiles que me he planteado, naturalmente, y que el Annapurna significaría en este momento el “paso del Ecuador” de este proyecto, un gran salto adelante después del cual todo sería mucho más claro. Así que tenía que tomar una decisión muy difícil, en unas circunstancias y en un entorno muy complicado, pues Asier, mi compañero de cordada, tuvo que bajar por la mañana, ya que por la noche vomitó sangre.

Pasan mil cosas en esos momentos por la cabeza, y sobretodo me pesaba el difícil inicio de año que he tenido con el accidente del Taillon, y la noticia de hace unos días de la muerte de Santi y Ricardo en el Dhaulagiri. Así que opté por lo que mi estómago me dictaba: me voy a bajar porque tengo miedo, me siento sola y éste no es ni el lugar ni el momento para que yo tenga eso, porque me estoy jugando la vida. Con toda la pena dejé a Iván y a los demás, listos para asumir el riesgo de la montaña más traidora del mundo y ya bajando hacia el Campo 2 empecé a pensar en la próxima batalla de esta larga guerra que son los 14 ochomiles: el Broad Peak.
El Annapurna se queda aquí, y con mi retirada me llevo un amargo recuerdo pero muchísimas lecciones que sabré aprovechar. Lecciones técnicas, sobre cómo afrontarlo; físicas, ya que he confirmado que mi estado de forma era el que deseaba, muy alto; y psicológicas, de mejora de mi conocimiento interior en esas situaciones y de cómo mejorarlo. Pero sobretodo me quedo con que he tomado una buena decisión en un momento muy difícil y, segurísimo que he acertado, porque bajar con vida del Annapurna es acertar. Para terminar me gustaría dar las gracias a todos los que nos habéis venido siguiendo en esta aventura que para mi no ha tenido el desenlace que yo deseaba. Estoy segura que también compartís conmigo la desilusión por la cumbre. Gracias».
Que Iván y compañía hayan logrado la cima en tales condiciones nos hacen afirmar que nos encontramos ante unos alpinistas del Copón. Que Edurne, Iñaki y Horia hayan decidido retirarse, que hayan regresado, también.
Foto de portada: Jean Christophe Lafaille en la cima del Annapurna, tras ascender su Arista este junto a Alberto Iñurrategi. / Col. J.C. Lafaille