Chus Lago, Verónica Romero y Rocío García recorren desde hace 21 días la superficie congelada del lago más grande del mundo, el Baikal. Se trata de la primera expedición íntegramente formada por mujeres en realizarlo y supone un desafío deportivo de primer nivel.
Así es el lago Baikal
El lago Baikal, conocido como “la perla de Asia” está ubicado en la región rusa de Siberia, próximo a la ciudad de Irkutsk. Baikal sobresale por sus dimensiones (más de 600 km de largo) y por ser el lago más profundo de la tierra, llegando a los 1.642 metros. Todo ello, convierten al lago siberiano en la mayor reserva mundial de agua dulce, conteniendo el 20% del agua no congelada de la que disponemos.
El aumento de las temperaturas, consecuencia del cambio climático, provoca que la superficie del Baikal se congele durante menos días cada año, afectando a su ecosistema y causando que se libere una mayor cantidad de metano a la atmósfera. El objetivo de Compromiso con la tierra es mostrar las consecuencias de este paulatino deshielo.
23 kilómetros de media diaria para completar 700 kilómetros cruzando el Baikal de sur a norte
Las alpinistas atraviesan los casi 700 kilómetros del Baikal de sur a norte. Se mueven a una velocidad de unos 23 kilómetros al día, durante las ocho horas de luz con las que cuentan. Calzan crampones o patines y arrastran trineos de unos 80 kilos.
Durante la travesía no realizan paradas de avituallamiento, por lo que cargan desde el primer día con todo lo necesario para sobrevivir durante un mes en el hostil entorno del lago siberiano: tienda de campaña, combustible, comida en formato seco, ropa y equipo electrónico. Cada noche montan su tienda de campaña, buscando cobijo en la costa, al amparo de algún cabo. Una vez atornillada la tienda al suelo congelado, preparan un fuego con combustible y derriten hielo para cocinar y llenar sus cantimploras.
Aquí tenéis un fragmento del diario de Chus Lago en el que refleja sus sentimientos y sensaciones durante la travesía
Noche 11, junto a la isla O. Izhilkhey:. «La isla era real, su belleza era real pero la calma con la que arribamos fue el más perverso espejismo…»
Caminamos hacia un punto minúsculo en el horizonte que no acaba de crecer, la isla más pequeña del mundo sobresaliendo en el centro del lago. Estaba completamente cubierta de carámbanos de hielo, la única isla congelada sobre miles de kilómetros helados.
La isla más ínfima de todas. LLegamos atraídas por el canto de las sirenas de Ulises y como él tuvimos que encadenarnos al mástil de nuestra tienda en mitad de la noche para no perder la cordura.
Sí, la isla era real, su belleza era real pero la calma con la que arribamos fue el más perverso espejismo…
Nuestra tienda parecía flotar sobre la caldera de un volcán y una columna incesante de burbujas golpeaban con fuerza bajo nuestros sacos de dormir y seguían camino hacia una grieta cercana para liberarse en el aire. Una nueva fisura se abrió camino de la lejanía, la siento aproximarse, crujir bajo mi oreja y seguir fixurando el suelo más allá de mis pies. A veces toda la isla, y sus playas de hielo entrechocaban sus cristales y se rompían en mil pedazos.
¿Como saberlo? Habíamos arribado al corazón de las tormentas abisales.
Al amanecer dejamos a las sirenas silbando solas en sus carámbanos helados; había más espejismo susurrando en el viento. Recorrimos bahías lisas como el cristal de las copas y bahías infranqueables y desordenadas como si la vajilla del lago se hubiera roto allí mismo.
La noche nos trae de vuelta a los cabos, al silencio de la tierra cercana. El sol siempre se pone en las montañas y sale también en las montañas.
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