La temporada en el Broad Peak (8.051 m) no ha sido demasiada propicia para las expediciones. Sólo dos alpinistas de la talla y la fuerza de Luka Lindic y Ales Cesen fueron capaces de alcanzar la cumbre de la duodécima montaña más alta del mundo este verano. Un pico que se le resistió por tercer año consecutivo a Òscar Cadiach, a pesar de realizar tres intentos en las últimas semanas del que sería el último de sus catorce ochomiles.
Sin embargo, quien sí ha sacado el mejor de los partidos del Broad Peak esta temporada ha sido Antoine Girard. No lo ha hecho, sin embargo, subiendo por una de sus vertientes sino ascendiendo en el aire hasta elevarse más alto que nadie en parapente: 8.157 metros. Cien metros bajo sus pies quedaba la cumbre del Broad Peak, y en el horizonte más cercano una imagen de postal con varios glaciares, el K2 y el macizo de los Gasherbrums como protagonistas.
Más de 1.000 km de vuelos
Antoine Girard es un consumado especialista del vuelo en parapente, y también escalador. Para este verano se había planteado una expedición en solitario por Pakistán, en la que quería recorrer más de 1.000 km viajando exclusivamente en parapente o a pie. Al final, fueron 19 días con sus respectivos vivacs nocturnos, completando un itinerario de 1.260 km.
A lo largo de ese recorrido, ha llevado a cabo varios logros destacables que lo han llevado por escenarios emblemáticos del alpinismo como el glaciar Baltoro, el Nanga Parbat o las Torres del Trango. En su parapente, cruzó la meseta Deosai, una de las más altas del mundo; realizó el vuelo más largo de Pakistán en parapente, con 248 km; sobrevoló el glaciar Baltoro durante 60 km en un vuelo de 120 km; efectuó otro vuelo de 150 km por los glaciares Biafo e Hisper, pasando por el Spantik (7.027 m).
Récord en el Broad Peak
Pero sin duda, su mayor logro tuvo lugar el 23 de julio en el Broad Peak. Según cuenta él mismo en sus redes sociales: «Después de un vuelo de 50 km y una larga transición, alcancé los 5.740 m en el Broad Peak, con pequeños cúmulos a 6.800 m. Esperé una hora sin continuar hacia arriba. El techo asciende hasta los 7.000 m y me permite atacar los acantilados y encontrar otra térmica por encima de las nubes. El viento es débil a 7.500 m, casi inexistente. Por encima de los 8.000 m el viento se convierte en moderado (¿50 km/h?) y orientado al norte. No es posible remontar en esta arista norte-sur. Dejo la térmica a 8.100 m porque tengo todos los dedos helados, aunque era ciertamente posible subir a más de 8.300 m. Doy dos vueltas por encima de la arista para tomar imágenes y me marcho (volando) a un vuelo de 70 km con oxígeno más abundante.»