Nina Caprez está completando una metamorfosis casi total en su carrera como deportista. La otrora promesa de la escalada deportiva, y realidad de las vías más extremas –fue una de las doce primeras mujeres en la historia en encadenar 8c+ cuando hizo Mind control en Oliana–, se pasó hace ya unos años a las vías largas, donde también ha realizado numerosas primeras femeninas. Últimamente, le atraía más el big wall alpino más exigente como demostró en el Rätikon cuando repitió Unendliche geschichte con Barbara Zangerl.
Ahora, ese camino la ha llevado a dar otro paso adelante hacia el alpinismo, con la primera ascensión femenina de una de las vías de roca más ‘alpinísticas’ que existen: Divine providence (900 m, 7b) en el Grand Pilier d’Angle del Mont Blanc, a 4.000 metros de altura. Una mítica vía abierta por Patrick Gabarrou y François Marsigny en 1984 y liberada por Thierry Renault y Alain Ghersen en 1990, con propuesta de 7c.
Desde entonces, el grado ha ido asentándose más cerca del 7b que del 7c original, pero ha sido siempre un objetivo del más alto nivel, que ha atraído a alpinistas y escaladores de renombre como Jean Christophe Lafaille (primera en solitario en 1990), Denis Burdet (primera a vista en 2002), Manu Córdova (a vista y en el día en 2010), Luka Lindic y Luka Krajnc (2012) o Calum Muskett y Miles Perkins (2012).
Escalada en dos días
«No estoy muy segura de lo que me picó cuando hice esta vía, pero debe haber sido algo mágico. A veces, tus agallas te hacen intentar cosas… ese es el caso para Divine«, se sincera Nina Caprez, quien cuenta en su blog que antes de ir a por la ruta del Grand Pilier d’Angle estuvo haciendo bastante actividad montañera durante el mes de julio: «una bonita arista, una preciosa cima como el Chardonnet, algo de escalada en el Trident y el Grand Capucin, encadené Ave César al Petit Clocher du Portalet…». Así las cosas, se sintió lista cuando anunciaron una ventana de tres días de buen tiempo.
El primer día, se subieron ella y Benoit Merlin en el último teleférico de Torino, cruzaron el Gran Capucin en silencio y se acomodaron en el refugio Bivouac de la Fourche. «Estábamos solos, con unas vistas impresionantes: el Grand Pilier d’Angle ante nuestros ojos; su cara de 900 metros es majestuosa, intimidadora y realmente te dan ganas de escalarla», apunta la escaladora suiza.
Se levantaron a las cuatro de la madrugada del día siguiente y a las siete cruzaban la rimaya. Para los primeros 400 metros de escalada eligieron la variante de la FFME (1992), que exige un mayor grado técnico (entre 5c y 6b), pero a la vez una roca de mucha mejor calidad que la original. A las cuatro de la tarde alcanzaron la repisa del vivac, donde pasarían esa noche.
La segunda jornada traía consigo la escalada más seria: «10 largos entre el 6b y el 7b sobre granito impecable. Puedo resumir las siguientes ocho horas en una palabra: deslumbrantes». A diferencia del día anterior, cuando cargaron las mochilas a la espalda, esta vez las izaron tras de sí. A las siete de la tarde alcanzaban la arista de Peuterey y a las nueve se felicitaban en la cima del Mont Blanc.
«Estoy realmente contenta de haberme atrevido a lanzarme en una vía clásica de alpinismo. Estoy orgullosa de no haber dejado de sonreír y de ser la primera mujer en completar la ascensión. Me siento afortunada por haberlo compartido con Benoit. Me siento viva, aunque exhausta», concluye Nina Caprez.