Mientras avanzaba por la puerta de llegadas del aeropuerto, me acordé de mi encuentro con Toti Vales a principios de septiembre en un bar de la playa de Barcelona en el que hablamos de un sector que yo no podía equipar solo y del sueño que tenía: después de ver el China Roc Trip, quería hacer eso mismo en Jordania, y él me dijo que podía colaborar y que se podrían unir también algunos escaladores internacionales. Y allí estaba yo, a punto de encontrarme con Edu Marín, Helena Alemán y otros destacados escaladores españoles que venían a equipar mano a mano con amantes de la roca de los Emiratos Árabes Unidos, Líbano, Jordania y conmigo. Estaba muy, muy nervioso, guiando a un grupo de campeones mundiales a trabajar en la que será la mayor zona de escalada equipada de Oriente Medio.
Esa mañana, mi mujer salió de casa saltando de puntillas entre los escaladores que dormían en nuestro salón como en un campo de refugiados, solo que con sacos de marca… Nos metimos en una miniván alquilada y fuimos encontrando a otros escaladores y voluntarios por el camino. Según conducíamos hacia el norte, el paisaje mudó de urbano a autopista y luego a carreteras entre arbustos que conducían a granjas, y por último conocimos a Eisa Dweikat, el alcalde de una pequeña ciudad con muchas ganas de ayudarnos a cumplir el sueño de transformar la localidad en una zona de escalada.
Dedicamos nueve horas diarias, durante seis jornadas, a equipar, escalar, comer comida local deliciosa con la gente de allí, jugar con los niños, hacer slack line, distraernos y pasarlo bien. Dormimos en una cueva grande, en los pueblos, en hostales y también al aire libre. Para cuando nos fuimos de la cueva de Iraq al-Dub, habíamos equipado unas 70 vías en un área de menos de medio kilómetro cuadrado que iban del IV+ al 8c+, rodeadas de pueblos dispuestos a ofrecer comida y alojamiento o una sencilla taza de té. Antes de que los equipadores pusiesen rumbo al sur estuvieron un día en Amán para encontrarse con el resto de la tropa que venía de España y que incluía a Marco Jubes, entre otros.
Rumbo a Wadi Rum
Yo me tuve que marchar un par de días porque tenía que guiar a dos grupos en una excursión a un barranco en la zona central de Jordania. Al volver, me uní a los escaladores en el largo viaje hacia el sur. Era de noche pero conocía bien el camino, por eso me imaginaba el desierto rocoso y amarillo que atravesaba, seguido del majestuoso descenso del Naqab, donde aparece el desierto rojo al sur del horizonte. Después, le sigue el gran desierto de Wadi Rum, donde uno se siente sobrecogido por las monumentales montañas que hay a los dos lados de la carretera antes de llegar al pueblo del mismo nombre, donde estaba alojada la tropa.
La noche, como todas en Wadi Rum, fue como dormir en el espacio dentro de un cohete suspendido. Solo que en la Tierra. Al día siguiente nos dividimos en varios grupos; uno se fue a grabar la famosa carrera beduina de camellos.
Yo me quedé con el equipo que se fue a escalar al macizo de Um Ashrin para hacer The beauty, una clásica de 6a, de cinco largos, con fisuras, que se protege muy bien y con un largo final muy especial en el que se necesita una pieza del 5 y reptar dentro del offwidth. Como de costumbre, cuando llegas a lo más alto, las vistas quitan el habla. Yo subí en el primer grupo.
Marco Jubes, Edu Marín, Toti Vales, Elena Alemán, Will Nazarian y otros se fueron a la icónica cara oeste del Jabal Nasrani para hacer Guerra Santa, trece largos equipados de hasta 7b, y otra vía clásica de la misma longitud, más al norte.
Despedida en Amán
Esa noche nos juntamos en el campo base para compartir nuestras historias. Que si esta fisura de manos, que si aquella regleta, el aleje de allí, el emplazamiento para el friend de acá. Entonces apareció Wilfried Colona, el legendario francés que, junto a Tony Howard, formó la pareja pionera de la escalada en Wadi Rum que equipó la mayoría de las vías y publicó la guía de escalada de la zona. Enseguida hizo mapas y croquis y contagió su entusiasmo sobre el potencial de muchas vías y paredes vírgenes que esperaban a quien tuviese ganas de marcar su nombre en ellas. Contactaron con escaladores beduinos de la zona para escalar juntos, como Mohammad Hammad y alguno más. Hoy en día, la agencia Shaba Sahra representa la comunidad escaladora del pueblo de Wadi Rum, con niños ansiosos por escalar y superarse.
Durante los días siguientes los escaladores empezaron a abrir vías y a probar viejas clásicas, pero yo me tuve que marchar. El trabajo no me perdonó, por eso dejé el desierto, su arena y sus montañas mientras me acompañaba una nostalgia familiar por dejar la naturaleza y alejarme por calles que se convertían en autopistas que me llevaron a la ciudad donde esperaba la oficina en la que tenía que meterme.
Unos días más tarde llegaron todos a Amán para pasar su última noche en el país, que aprovecharon para enseñarme fotos de los sitios donde habían estado. Dedicaron el último día a bucear en el arrecife de Aqaba, el mejor plan después de sus días en el desierto. Aquella noche salimos por Jabal Webdeh, uno de los barrios antiguos de Amán, para reunir a una gran comunidad de escaladores que se despidió y agradeció a las leyendas de la roca que nos habían ayudado a desarrollar nuestro deporte en Jordania, en general, y en la zona de Iraq al Dub, en particular.