Si hay cuatro vías míticas entre las míticas de la cara norte del Eiger, éstas serían la inaugural Heckmair de 1938, la Directísima John Harlin de 1966 y las rutas del Rote Fluh: la Japonesa de 1969, la primera que lo acometió, y “La vida es silbar” (7c) de 2003 que lo pasó en libre. El pasado mes de agosto, el alemán Robert Jasper y el suizo Roger Schäli consiguieron terminar la liberación la ruta Japonesa. Jasper nos lo cuenta.
«Del 15 de julio hasta el 15 de agosto de 1969, el denominado Japanese Expert Climbing Team, con su doctora personal incluida, peleó sin tregua para abrir su camino directo en la cara norte del Eiger. La expedición tenía la salvaje determinación de levantar su bandera con sus firmas y buenos deseos sobre la famosa cima.
Por encima de la “Fisura difícil” abandonaron la Heckmair del 38 y comenzaron a explorar una línea nueva y directa por el Rote Fluh. Los 200 metros del llamado “Rote Fluh” son extremadamente verticales, más bien desplomados, todo un desafío para los Maestros del VI grado. Un muro estremecedor según escribió Toni Hiebeler en la histórica publicación “Abenteuer Eiger”.
El Equipo Japonés abrió la ruta en escalada artificial usando 250 buriles, siguiendo “la línea de caída de una gota de agua”, usando ganchos y estribos para ganar metro a metro.
Mi primer contacto con la Directísima viene de 1991. Durante un intento en estilo alpino me vi en medio en una terrible avalancha de piedras mientras escalaba el muro final y me tuve que dar la vuelta. Quedaba en el aire la pregunta de si el compacto Rote Fluh permitiría una escalada libre, y no sólo esta sección sino la ruta entera. Por otro lado, los oxidados buriles de los japoneses no me animaban a escalar hasta mis límites personales.
Roger Schäli intentó primero la invernal en 2002. Después, con Simon Anthamatten –los dos están entre los jóvenes alpinistas suizos con más talento–, intentaron liberarla durante el verano de 2003. Casi me da un infarto cuando me enteré de sus intentos ya que me di cuenta de que habían descubierto una de mis grandes rutas soñadas en los Alpes. Roger y Simon trabajaron la vía durante todo el verano y consiguieron liberar la mayoría de los largos del Rote Fluh, pero tuvieron que abrir una estremecedora “Variante Harikiri” de difícil protección para hacerle un “bypass” al largo clave. Una fuerte avalancha de piedras les obligó a abandonar sus ambiciones liberadoras antes de los últimos 800 metros del muro final, pero su visión de escalar la Japonesa siguiendo su recorrido original había atrapado a Roger. También a mí.
Con poco más de 0°C –cálido para ser la cara norte del Eiger–, nos encontramos negras marcas de agua por todo el Rote Fluh, exactamente por donde pensábamos escalar. Esta resbaladiza situación nos hizo pensar mucho si merecía la pena intentar el largo clave en esas condiciones. El famoso Hermann Buhl comparó una vez el Rote Fluh a la cara norte de la Cima Ovest de Lavaredo: inescalable en escalada libre. Si pasas un tramo de 7b/7c tipo búlder sobre pequeños agujeros y microrreglatas tienes el movimento clave (5.13b o 8a) en medio de una pared que es como dos veces los famosos domos graníticos de Yosemite.
Durante los dos últimos intentos, Roger y yo conseguimos resolver el Rote Fluh. Lo malo es que nunca había pasado por el muro final debido a la mala calidad de su roca, las continuas caídas de piedras, los 40 años de sus buriles oxidados y de nula confianza, y el mal tiempo. La mitad de los agarres del Rote Fluh estaban mojados. Dos de los largos más difíciles también lo estaban parcialmente y necesitamos bastantes intentos para resolverlos. Con los dedos helados, aprieto un minicanto tras otro, mis ceñidos pies de gato resbalan constantemente porque no tengo sensibilidad en el dedo gordo. Sin mirar me muevo con los movimientos estudiados sin apenas sensaciones en manos y pies. Es sólo fuerza de voluntad lo que me hace seguir intentándolo y sacando recursos que no sabía que tenía. Al tercer intento consigo pasar el largo clave. ¡Podemos hacerlo!
El siguiente día, 29 de agosto, hizo mal tiempo y lo pasamos dentro de nuestra pequeña tienda en el Stollenloch. El barómetro subió por la tarde y las previsiones dieron mejoría durante la noche. Nuestra oportunidad. El 30 de agosto, le añadimos horas al día saliendo en mitad de la noche persiguiendo la luz de nuestros frontales. Pronto terminamos el Segundo Nevero, que no es más que hielo negro con piedras, y nos metemos dentro del enorme y estremecedor muro final.
Se va a poner duro ahora: el Pilar Roto. Todo roca suelta con casi ninguna posibilidad de colocar protecciones buenas. Sólo unos pocos agujeros para ganchos perforados por la expedición japonesa que han recibido golpes de rocas muchas veces. El silbido de las piedras cayendo de las famosas historias del Eiger viene a nuestra cabeza. Casi es demasiada aventura. Poco antes de la Banda Central –nuestro planeado tercer vivac–, la caída de piedras se incrementa de repente. Una piedra del tamaño de un puño acierta con mi casco y casi lo rompe, pero por suerte no me noqueó. Cansados montamos la tienda. La caída de piedras continuó durante la noche y rozaron la tienda más de una vez. Dentro, intentábamos darle un descanso a nuestros destrozados nervios. Un poco de comida y bebida y nos metimos en el caso. A pesar de la tortura conseguimos recuperarnos un poco para el día siguiente.
Como durante los días anterioes, Roger y yo seguimos a largos y nos movemos deprisa. En el Sphings Pilar, Roger lucha como un samurai con uno de los largos de VI/A2 que se convierte en un duro 7b. Después de muchos largos alpinos y terribles travesías llegamos a los neveros de la cima. Una vieja y helada mochila, probablemente de Jeff Lowe, nos ofrece un bien recibido seguro ya que sólo llevábamos dos tornillos. Al calor de los últimos rayos del sol contemplamos la inacabable sombra de la cara norte del Eiger. Está hecho.»
Robert Jasper
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