Cuando tenía 15 años, Dean Fidelman, un espigado aspirante a ermitaño de la roca, cogió su primera cámara y su primera cuerda. Han pasado 37 años desde aquellos vibrantes comienzos en el Campo 4 de Yosemite. 37 años que dan para conocer muchas leyendas. O para convertirse en una.
«En aquella época Yosemite era fantástico», recuerda Dean aquellos días en los se producía un cambio generacional, a la postre clave, entre la vieja guardia de los 60 y los estupendos representante de los 70. Fue en el 71 cuando Fidelman plasmó sus primeros sueños verticales. «Éramos, de alguna forma, hippies y eso no le gustaba nada a los Rangers que trataban de mantenernos alejados». Los pantalones caquis se movían a velocidad de vértigo buscando pelos largos y ropas maltrechas. «Eso fue bueno para nosotros, nos convirtió en proscritos».
Dean aún rememora el primer verano junto a John Bachar, malviviendo (o no) con 15 dólares para tres meses. «Íbamos en autostop y cogíamos la comida de casa de nuestros padres (les vaciábamos la nevera)». Como suele decirse, con mucha razón, eran otros tiempos. Si eras un escalador joven, con tanto corazón como pelotas, pronto te ganabas la atención de Jim Bridwell. Y eso alimentaba lo suficiente para poner tus yemas sobre El Capitán y esquivar los sombreros de ala de los eficientes guardas.
Sus primeras escaladas se desarrollaron en el sur de California, con la ilustre compañía de John Long, Mike Graham o John Bachar entre otros personajes de la irremediable senda de la escalada con mayúsculas en el yanqui. «John Bachar de alguna forma fue nuestro mentor. Aunque tenía nuestra misma edad, contaba con más experiencia». Se había dado pie a una de los grupos más extravagantes y extraordinarios de la década, los Stone Masters. «Entonces fue cuando llegamos a Yosemite».
Yosemite, un hogar con Papá Bridwell

La relación de Bachar con Bridwell fue fundamental para que Fidelman plantase su huella en Yosemite. «Jim decidía si eras buena persona y el tipo de persona que a él le gustaba. Te permitía formar parte del grupo de rescate y nos enseñaba técnicas de escalada, porque nosotros teníamos conocimientos pero no sabíamos visualizar, ni encontrar, ni trazar nuevas rutas». Así empezaron los líos. Grandes y célebres líos. «El sabía que grado podías hacer y entonces decidía que le acompañaras a forzar en libre de primero tal o cual ruta. Era como nuestro padre. Éramos una gran familia». Y la familia fue creciendo. En el verano de 1973 Ron Kauk apareció en el valle. Tenía 16 años y aún estaba escolarizado. «Quedó tan impresionado por la experiencia que cuando regresó a casa abandonó la escuela y se vino a vivir con nosotros al valle de Yosemite».
Eran jóvenes para la mayoría de asuntos que requiere una vida «formal», incluso demasiado jóvenes para saber algo cierto sobre las mujeres (aunque para esto probablemente no hay edad). Pero lo sabían todo sobre la escalada. «Era una vida salvaje. Estábamos nosotros y el resto de escaladores que no escalaba con nosotros ni compartían nuestra forma de pensar». Todavía anclados en el viejo estilo y en el artificial, escalaban rutas fáciles, no fumaban marihuana y no conocían a Jim Bridwell. «Ellos nos señalaban porque nosotros llevábamos el pelo largo, pantalones blancos, pañuelos en la cabeza… nos veían como hippies, no como escaladores. Es cierto que no éramos muy amigables con la gente que no conocíamos».
La generación de Royal Robbins, Yvon Chouinard o Tom Frost habían abandonado el valle y el único puente con el pasado lo sostenía Bridwell. «Si teníamos una duda le preguntábamos a él, aunque nunca nos decía exactamente como había hecho una ascensión. Nos decía como debíamos hacerla nosotros. Tenía un punto de vista muy fuerte que hizo mucha mella en nosotros. Él marcaba las reglas. Era capaz de mirar dentro de nosotros mismos, era nuestro líder. Te aconsejaba, era tu amigo, escalabas con él, fumabas con él, bebías cervezas con él, nos enseñaba como evitar a los Rangers… y era nuestro héroe».
Esencial fue el artículo de Bridwell titulado «Brave new world» en el que aparecía una pequeña lista de escaladas extremadamente difíciles. «Jim escogía una vía y todos nosotros formábamos cordadas para intentar las rutas que él nos decía». La autoridad de Bridwell no solo brillaba en la escalada. «Si Jim necesitaba algo, lo que fuera, nos mandaba a uno de nosotros a por ello. Nos decía que necesitaba unos pantalones y nos mandaba a uno de nosotros a la tienda, donde lo robábamos para después llevárselo. Si cualquiera de nosotros tenía un problema con alguien, inmediatamente él nos respaldaba».
La familia había crecido hasta las docena de miembros. Vivían en Yosemite durante la primavera, el verano y el otoño, pero en invierno había que buscar mejores latitudes y todos se trasladaban a Joshua Tree, demencial reino del búlder. «Hacíamos mucho búlder. Las generaciones anteriores lo habían utilizado como entrenamiento, así que de alguna forma lo descubrimos y lo entendimos como una actividad en si misma, en la que nos sentíamos artistas, creadores…»
Desde un principio sustituyeron sus nombres por el más general «brother». «Cuando volvías después de estar fuera inmediatamente tus hermanos venían a explicarte lo que había pasado en tu ausencia. Éramos muy agradables unos con otros lo que nos permitía ser mucho más competitivos. Luchábamos por un mismo búlder, por llegar más alto, por ponerle un nombre, por hacerlo tuyo».
Ahora, «hermanos» como Mike Graham o John Bachar tienen sus propias empresas, hacen su propio dinero, tienen su propia familia, su propia casa. «Por dentro pienso que todos seguimos siendo los mismos, pero exteriormente muchos cambiaron. Estábamos en contra de la sociedad, en contra del mundo. Éramos los reyes y algunos perdieron esta visión, otros la conservamos. Yo siempre la conservé».
Lobo Fidelman
Dean todavía vive en el Campo 4 y no ha perdido ninguna de las estrategias para la supervivencia que absorbió en los 70. «En el valle ya no quedan muchos que lleven este tipo de vida». Fidelman es el último de aquella generación cuyas raíces no han cambiado de lugar. Lynn Hill vive en Colorado, Dean Potter en Utah… el ya no tan joven espigado, de pelo pardo y ojos arrugados por las risas de otro tiempo se mantiene como un lobo solitario apegado al granito, al bosque y a la eterna carrera delante de los Rangers. «Los escaladores que viven en Yosemite ahora son muy jóvenes para mí, andan alrededor de los 20 años. Son muy parecidos a como éramos nosotros, no tienen dinero. Viven 3 o 4 o 5 meses al año en Yosemite pensando solo en escalar». Fidelman ha reconocido en el estilo de la nueva generación la filosofía que le ancló al valle. «Me siento como Bridwell, si necesito algo se lo pido a uno de los jóvenes».
Y como todo animal salvaje, Dean debe huir de los depredadores. «Mi relación con los Rangers es muy larga. Llevo viviendo en el valle más tiempo que ellos y cuando comienzan a trabajar allí inmediatamente saben quien soy». Reconoce que vive una etapa más cómoda, en la que los verdes representantes de la autoridad le dejan más tranquilo. Quizá porque es él quien les deja más tranquilos. «Ellos representan el gobierno, a la sociedad frente al hombre. No me ponen multas porque soy muy bueno evitándoles, pero no me gustan, ni me gusta lo que hacen. No es algo personal, es lo que ellos representan, algo que no respeto mucho».
Dean va con su bicicleta arriba y abajo, con su scanner de las frecuencias de los Rangers y su teléfono móvil dispuesto a proteger a los saltadores base de Yosemite, proscritos de nuevo cuño. Es un salvaje por auténtica definición. «No me gusta dormir en los campings rodeado de gente. Para comprender Yosemite tienes que dormir al aire libre, en lugares solitarios. Y esto es ilegal. Pero es como mi casa». Si quiere un café va a la cafetería y no paga. Si quiere comer va a la tienda y abre la nevera. «Mi filosofía en Yosemite es que para experimentarlo necesitas lo mínimo, tienes que aceptar Yosemite en sus términos, no en los tuyos, es entonces cuando consigues el máximo de Yosemite, cuando experimentas el espíritu real de Yosemite».
Una vida en blanco y negro
Fidelman comenzó con la fotografía al mismo tiempo que con las mujeres. «La fotografía, la escalada, las mujeres… todo ocurrió al mismo tiempo». Tenía 15 años cuando un profesor de fotografía le pidió un reportaje sobre una zona de escalada cercana. Lo primero que encontró nada más llegar en bicicleta fue una chica, y pensó que estaría fantástica desnuda. Algo que nunca ha dejado de pensar. «Una de las razones por las que decidí dedicarme a hacer fotos es que era un escalador, pero no era tan bueno como mis compañeros, como Ron, Bachar, Long…y todos aportaban algo a la comunidad, al grupo, y pensé que lo que yo podría aportar eran mis fotos pues vi que realmente les gustaban. Lo cierto es que a los demás escaladores no les gustaban… y a partir de ese momento me dije: son para mí y para mis amigos, y esta es la filosofía con la que he continuado a lo largo de los años».
Pocas han sido las fotos que ha vendido. A las revistas de la época no les atraían las fotografías en blanco y negro, preferían el color y el espectáculo. «Soy muy malo con los negocios, quizás si me hubiera preocupado por ello hubiera ganado dinero». Y a pesar de todo cuenta con un puñado de imágenes que forman parte de la historia de la escalada, como la de Bridwell tras llevarse The Nose en el día. «Es curioso porque me los encontré aquella tarde nada más bajar, fui la primera persona en felicitarles, y luego hubo una pequeña fiesta… y unos días después se nos ocurrió hacer esta foto… de hecho la hice con la cámara de Bridwell…» por lo que Fidelman, entre equívocos y años nunca pudo firmar la fotografía. «Acabó convirtiéndose en una foto muy famosa. Recuerdo aquel día con total claridad. Fuimos allí, fumamos algo y nos dijimos ¿porqué no hacemos una foto? Me tumbe en el suelo e hice la foto. Así de simple…»
Stonenudes es un proyecto creativo en el que Dean todavía trabaja. «Comencé a hacer fotos de escalada para revistas y para publicidad. Me las pagaban bien pero no estaba satisfecho con este trabajo. Me sentía raro…sentí que durante muchos años había hecho fotos de escalada que no se habían vendido. Ahora hacía fotos para empresas de pies de gato, porque Bachar distribuía pies de gato, hacía fotos de prendas de escalada porque Mike Graham fabricaba ropa. Pensé que no era el camino correcto, que tenía que hacer fotos que no vendieran nada, fotos que no fueran importantes, que fueran simplemente para mí, que fueran creativas… y así nació la idea de Stonenudes… sin ropa, sin material, no hay nada para vender solo la experiencia de la escalada y es por eso por lo que puse toda mi energía en el proyecto».
Fue muy fácil, en gran medida porque todo el mundo le conocía, lo que no hacía sencillo preguntarle a las escaladoras si querían posar sin ropa para él. «Cuando le dije a Bridwell que quería hacer fotos de escaladoras escalando desnudas me dijo: me parece una idea fantástica porque a las mujeres les encanta desnudarse. Y tenía toda la razón». Empezaron a surgir los calendarios y gastarse los carretes. Sin dinero de por medio, sin ropa de por medio. Solo la piel y la roca. «Yo no gano nada con estos calendarios, las escaladoras tampoco… pero si las fotos son bellas a las escaladoras les encanta y seguimos haciendo fotos. Es como un trabajo en cordada, para mi la escalada es la experiencia que compartes con tu compañero».
Estilo Sharma
«Soy muy buen amigo de Chris Sharma porque me recuerda mucho a mis amigos y a mí mismo». Dean coincidió con el californiano, uno de los grandes escaladores del momento, el más grande de su generación, en 1997, durante un viaje por Europa con Lynn Hill. Sharma tenía 16 años y encandiló a Fidelman desde el primer momento. «Vi que podría haber formado parte de nuestro grupo de escaladores de los años 70. Tenía mucha pasión». Había algo distinto en Sharma, en su interior y Dean encontró una conexión espiritual de inmediato. «En el tiempo que he visto crecer a Chris he aprendido más de lo que de mucha gente que conozco. A ser mejor persona, a escalar, a vivir tu vida… lo que él aporta a la escalada es lo que me gusta que se aporte la escalada. Es capaz de escalar en todos los estilos y mantener el espíritu. Aprendí de él a ser abierto…». Nueve años de amistad han llevado a ambos a conocerse como hermanos. A compartir una visión que ya no se extiende, y que apenas se aprende.
«Ser el mejor escalador del mundo, es todo: es ser el mejor amigo, ser abierto, es aportar a los demás… ser el mejor no es cuestión de números es cuestión de mentalidad. Sharma es todo lo que quiso ser nuestra generación». La vida ha cambiado. El valle ha cambiado. Pero un pequeño hilo fino como una telaraña pervive en Yosemite, uniendo la tradición asceta con la evolución personal. «Estoy satisfecho, muy contento con mi vida, y eso es lo más importante. Mucha gente de mi edad, a los que conocí hace años, cuando me los encuentro descubro que no son felices… y me preguntan cómo puedo ser tan feliz si no tengo nada. Les respondo que no tener nada es algo muy importante…. Esta gente tiene mujeres, coches, casas, dinero, cuenta en el banco… yo tengo un coche muy antiguo que reparo yo mismo, también se reparar mi cámara… no necesito casi nada. Mi filosofía es que necesito muy poco para hacer mucho».