El pasado miércoles 30 de octubre CarlosSoria intentó aportar algo novedoso a lo expuesto por sus compañeros de»cilindrada», que diría su amigo Riaño, a lo largo del Ciclode Escaladores Madrileños, que con la colaboración de Deporte y Montañaacoge semanalmente la Librería Desnivel. Y para ello, el alpinista abulense,madrileño de adopción, pasó a las imágenes en movimiento para iniciar suparticipación en dicho ciclo.

Y menudas imágenes. Una película con 35 años de historia en la que unjovencísimo Carlos Soria enseña a unos chavales cómo escalar, rapelar,asegurar, montar una tienda…y hasta hacerse la mochila, con la madrileñaPedriza como escenario. Eso sí, a tenor de la peculiar banda sonora (surgierondivertidas alusiones a la musiquilla del NODO desde el público), bien pudieranestar paseando por los mismísimos Alpes. Lo cierto es que la filmación pusouna divertido colofón a la primera parte de este ciclo de escaladores quedurante los 50, 60 y 70 lideraron el alpinismo nacional y especialmente en lazona centro.
Una generación que sigue hoy activa a través de Carlos, porque a sus 62 años, sigue en la brecha. El año pasado coronando el Everest, y este intentando el K2, al que presumiblemente volverá. De hecho, cuando desde el público se le preguntó aqué querría dedicarse cuando sea mayor, Carlos lo tuvo claro: «En cuantome jubile, que me queda un año y tres meses, me voy a dedicar de verdad a lamontaña». Antes, algunos de sus entonces contemporáneos se lo pasaron delo lindo comentando algunos pasajes de tan añejo documento. Rápeles»académicos», las acústicas «sonoras» (antiguos estribosde aluminio), adherencia con bota dura, y como colofón, el otro Carlos, eltapicero, en su segundo terreno: «para los que dicen que nunca estoy en eltaller». Pasamos a las diapos.
1953, primera «expedición»
En realidad se quedó en una excursión junto a su amigo AntonioRiaño a la Sierra Guadarrama, aventura que el año que viene cumplirá 50años. Carlos recordó aquellos primeros años como «muy divertidos ytambién muy duros», cuando con Riaño o el Cabo Luna comenzaban a escalarfiándose de sus primeras cuerdas de cáñamo. Les acompañaba el primer Loquillo,Rafael González Durán, «un buen chaval pero muy fantasma. Cuando Rivas yAcuña hicieron la Oeste del la Aguja Negra dijo ‘nos la han pisado’, y nosotrosni conocíamos que era aquello».
Entonces, a pesar de usar estribos «con flequillo» y botas decontundente suela, ya hacían bloque en el sector Rocódromo de la Pedriza, semetían en invierno en la Sur de Claveles, y aprendían en cursillos bajo techolas técnicas alpinas. Primero con las planchas de Ayuso, domésticas pendientesde corcho donde afinar su equilibrio sobre crampones de diez puntas, y mástarde con perfeccionados paneles de conglomerado, de mayor aguante y duración.Y hablando de innovaciones, también pudieron comprobar lo bien que rascaban lasalpargatas de cáñamo en los bolos de Riglos.
Oeste del Dru, el gran sueño

1961 trajo la primera expedición a los Andes organizada por la Federación queentonces presidía Félix Méndez, pero también alguna salida de entrenamientoa Pirineos para los instructores de todas España: ErnestoNavarro, UrsiAbajo, Aranda, Cebrián, Antonio Flores, José Antonio Regil, Pérezde Tudela, y sobre todo, los hermanos Durán,…»Faltaba Riaño, queestaba sirviendo en África en el Quinto de Caballeros».
Allí surgieron los planes para el gran sueño. Estaba más cerca que los Andes, a este lado del océano, era la oeste del Dru, una montaña puntiagudaque Carlos descubrió a través de la foto de un libro. Estaba sin hacer porespañoles, e incluso una de sus referencias, JosepManuel Anglada, no había conseguido salir por arriba.
En verano del 62, Riaño, los hermanos Durán y Carlos se montaron en el trenrumbo a los Alpes. Un viaje con muchas anécdotas (Riañoya dibujó algunos episodios hace unas semanas), y una escala estratégica paracalentar motores en el Vignemale. Después conocieron el encanto de la capitalde los Alpes, un Chamonix de calles vacías en pleno verano, algo impensable enlos tiempos actuales. Para Carlos «en la montaña han cambiado muy pocascosas. A la montaña hoy va muy poca gente, pero sí hay muchísimas máspersonas en los alrededores de las montañas. Los alpinistas debemos defendernosde la época actual, proteger la montaña como siempre hemos hecho, perotambién protegernos a nosotros mismos, y no dejar que nos vayan echando de lamontaña.
Ascensión entre amigos

Botas de clavos y mochilas de Pedro Acuña (la de Carlos era casera, de un retalde plástico), estribos modernos de aluminio, y unos de los pocos VI en rocaabiertos hasta entonces en los Alpes por delante. Carlos reparó especialmenteen el «espléndido» Gran Diedro. 90 metros abiertos como un libro, para los que necesitaron tres reuniones sobre los estribos, y en el queRiaño experimentó el vuelo libre con una caída de 20 metros, y FaustinoDurán una brutal insolación, que Carlos medio arregló con un poco hielo queencontró en una fisura.
Pero su ascensión al Dru, que cumple 40 años en 2002, fue algo más. Allí,este cuarteto, «los del Dru», sellaron una gran amistad iniciada a lolargo de toda la preparación y entrenamiento para su gran sueño, consolidadadurante el viaje y la ascensión, y prolongada el resto de sus vidas. Despuésde aquello, se juntaron semanalmente durante bastante tiempo lejos del montepara compartir mesa y mantel, y todavía hoy, Antonio, Faustino, Carlos y elhijo del desaparecido Toño Durán, se reúnen alguna vez para seguircompartiendo su amistad y la misma pasión por la montaña que derrocharon en elDru.