Cuando llegaron a Badami (India), Lucho Birkner y Sonja Schenkel, se encontraron con una treintena de niños que compartían un precario equipo, bajo la filosofía Praveen, que implica que ningún niño tiene material propio, sino que todo pertenece a la comunidad, al que quiera unirse y escalar en Badami. Uno de los instructores que trabaja a diario con los niños, considera que la escalada no es solo un deporte, sino que es una oportunidad que se les ofrece para hacer algo que se les da realmente bien. Además, tienen la suerte de vivir muy cerca de la roca.
En ocasiones, esta filosofía de compartir parecía llevarse un tanto al extremo, puesto que los más pequeños perdían alguno de sus pies de gato en plena ruta porque eran demasiado grandes para ellos. Aunque esto no les molestaba demasiado.
Los escaladores chilenos no tardaron en entregarles todo el material que llevaban consigo: pies de gato, cuerdas, cascos, mochilas, arneses chapas… Todo este equipamiento fue donado por aficionados a la escalada de diez rocódromos de Chile, y Petzl hizo una posterior revisión del mismo para comprobar que estuviera en buenas condiciones.
Además del material, la pareja organizó una especie de mercado en su casa en el que vendió ropa nueva y usada, y organizó un campeonato de dos días de búlder. El dinero recaudado estaba pensado para preparar a los niños tres comidas diarias el tiempo que allí estuvieran, y para la organización de talleres. En definitiva, la finalidad era aportar todo lo que pudiesen durante su estancia.
La primera jornada arrancó con una charla y un taller de seguridad, en los que se explicó la parte teórica de la escalada (cómo hacer nudos, cómo asegurar con los distintos dispositivos…) y posteriormente se puso en práctica todo el conocimiento aprendido.
A lo largo del segundo día, se repitieron las técnicas de la jornada anterior a través de juegos y actividades. Posteriormente, se realizó un taller de códigos de comunicación con tintes lúdicos. El ganador de cada prueba tenía el premio de escoger uno de los regalos que fueron donados, pero en lugar de quedárselo él, tenía que escoger a un compañero y dárselo o donarlo al resto del equipo.
Al día siguiente, los allí presentes se dedicaron enteramente a escalar, todo lo que pudieran aguantar, usando lo aprendido, en un ambiente de gratitud y solidaridad. La jornada finalizó con una charla sobre el cuidado y limpieza de las zonas de escalada. Además, los niños limpiaron posteriormente la zona en la que habían escalado.
Los creadores del proyecto esperan, al menos, que la zona que tan buenos momentos les había dado esté cuidada como si de un templo se tratase
La pareja de escaladores asegura que este es un proyecto que acaba de arrancar, que allá donde vayan lo seguirán desarrollando. Además, están abiertos a nuevas iniciativas para el fomento de la escalada en cualquier rincón del mundo.