Darse la vuelta después de 700 metros de escalada en once días en la pared y cuando aparentemente les quedaban 30 metros para alcanzar terreno más fácil, no es sencillo. Sin embargo, superar esa distancia vertical hubiera supuesto quebrar sus sólidos principios y llenar de chapas el prístino granito del Mirror Wall de Groenlandia. Ese fue el final de la última expedición de big wall ártico emprendida por Nico Favresse, Sean Villanueva y Ben Ditto, que en esta ocasión iban acompañados también en la pared por Franco Cookson.
Todos ellos habían partido dos meses atrás a bordo del Cornelia, un velero de 46 pies capitaneado por Mike Brooks al que también se habían subido Bob Shepton y Sean Beecher, para una aventura de navegación y escalada.
Accidente en la aproximación
En esta ocasión, la expedición comenzó con un revés notable. Después del trayecto por mar y de llegar lo más cerca posible del deseado Mirror Wall, Nico Favresse sufrió una caída tonta el primer día de trekking, golpeándose contra un afilado bloque y cayéndose a una poza glacial. Lo peor de aquel accidente fue el importante corte en la zona de la tibia con el que salió del agua gélida.


Así pues, tuvo que resignarse a unas vacaciones forzosas mientras sus compañeros realizaban los porteos de material a lo largo de los 30 km de aproximación hasta la base de la pared. Diez días más tarde, y a pesar de que la herida no estaba completamente curada, por fin se vio con fuerzas de acercarse a la pared cargando su propio material… con la ayuda de tres navegantes franceses.
Al llegar a vislumbrar su objetivo, Nico Favresse admite que pensó que se trataba de “la línea más ambiciosa que habíamos intentado jamás”. De hecho, solamente eran capaces de ver sistemas continuos de fisuras en el último tercio de la pared, mientras que en resto apenas veían lajas y algún canto ocasional. Se impuso asumir que «para encontrar un buen desafío, tienes que intentar lo que parece imposible«.
Once días en la pared
En el primer par de días de acción vertical, cargaron todo el material, agua y comida los primeros 300 metros de desnivel, siguiendo un pilar que se veía más fácil en la parte derecha del muro. Montaron un campamento al inicio de la sección difícil… una sección que se extendería al menos 400 metros más.


Nico Favresse intentó escalar por fin de primero un largo, pero apenas consiguió ascender 10 metros antes de tener que emplazar un parabolt, que le llevó hora y media de esfuerzos con el martillo… Se bajó y le cedió el puesto a Sean Villanueva, que necesitó ocho horas de escalada para ascender los 30 metros de ese largo, en el que terminaron colocando cuatro chapas. Aquella misma noche, la herida de Nico apareció infectada y tuvo que dejar de escalar para iniciar tratamiento antibiótico, combinado con prácticas de música.
Durante los siguientes ocho días, Sean Villanueva fue siempre de primero. A razón de unas ocho horas de escalada diaria, el belga dos veces Piolet d’Or colocó quince parabolts de 8 mm más (y otros cinco recuperables) en su progresión de unos 40 metros al día. “La escalada era una mezcla extremadamente intensa de escalada artificial con escalada en libre con alejes de verdad».
Un dilema con solución
Finalmente, la línea llegó a un dilema, cuando calculan que les quedaban unos 30 metros para alcanzar terreno más fácil. Sean Villanueva sufrió varios grandes vuelos en un diedro de roca que se desintegraba. No veía otra opción para seguir progresando que colocar anclajes. Su dilema consistía en “taladrar una serie de parabolts para continuar progresando –algo que siempre hemos visto como inaceptable por las reglas de nuestro personal juego de la escalada– o abandonar”.
Y abandonaron. “De algún modo, lo que da valor a la escalada es el hecho de que no vas a ser capaz de escalar todas las paredes, algunas te mantendrán soñando y permanecerán como imposibles”.


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