El 21 de agosto de 1962 Alberto Rabadá y Ernesto Navarro alcanzan la cima del Naranjo de Bulnes tras realizar la primera ascensión de la cara Oeste, trazando un ruta que ha sido la referencia hasta hoy de generaciones de escaladores. El comentario que escriben en el libro de cima, tras realizar esta escalada, no solo muy difícil sino también arriesgada, no puede ser más humilde: «Escalada realizada por la cara Oeste, con un tiempo formidable para lo que nos esperábamos de Picos. Algo de niebla durante la excursión por esta pared, la más hermosa y formidable que hasta la fecha hemos conocido. Somos dos excursionistas zaragozanos que nos sentimos orgullosos de poderla ofrecer desde estas líneas a todos los montañeros españoles que alguna vez han soñado con la escalada de esta provocadora pared. Cordada Navarro-Rabadá”.
Tres dias de escalada hasta Tiros de la Torca
Rabadá y Navarro habían comenzado la escalada de la cara oeste del Naranjo el día 15 de agosto. En tres días alcanzan Tiros de la Torca donde deciden abandonar momentaneamente la pared para abastecerse de comida y agua, y descansar. El 18 salen por Tiros de la Torca y llegan a Aliva donde aún funcionan las minas y pueden comprar comida «a precios montañeros» (cómo escribirá Rabadá) en el economato existente en aquel lugar. Duermen allí, y al día siguiente están de nuevo en Tiros de la Torca, donde vivaquean. El 20 reanudan la escalada enfrentándose al tramo más difícil y comprometido de la escalada: La Gran Travesia.
Nueve horas para resolver el largo clave
Nueve horas le llevará a Alberto Rabadá superar este largo hasta alcanzar La Guitarra. Ernesto Navarro, a quien le corresponde el largo es el primero en intentarlo. Así relata Navarro, sus sentimientos en este tramo que pronto cede a su compañero:
«Optimismo que a la man?ana siguiente se me esfuma nada ma?s empezar, pues me desespera el ver de nuevo esa pared lavada por la que no hay ma?s defensa que el buril. Rabada? intenta darme a?nimos para que lo utilice y al ver que sigo sin avanzar, con mucho tacto –pues no quiere herir mi susceptibilidad–, me sugiere que le ceda el puesto. Con la primera indirecta me convence total y absolutamente, y cuando quiere apuntar la segunda ya estoy asegurado en los clavos de reunio?n y dispuesto a tensarle y flojarle de la roja o la blanca, segu?n guste.»
«Lo que pensáramos en Zaragoza ha sido la solución del problema»
Alberto Rabadá tardará nueve horas en resolver este largo. Es entonces cuando él está a punto de tirar la toalla y Navarro quien le transmite optimismo. Así relata Rabadá este momento clave de la escalada:
«¡Estupor/sorpresa! cuando ya crei?a tener la travesi?a dominada resulta que el punto a alcanzar queda todavi?a unos 15 metros ma?s a la izquierda y unos 25 por debajo de donde me hallo. Al ver mi desencanto, Navarrico me sugiere que me descuelgue unos metros en Dulfer para ver que se ve. Asi? lo hago y conforme me va soltando cuerda vuelven a mi? los deseos de vencer que por un momento me habi?a flaqueado ante esta (suponi?a) nueva tentativa frustrada. Lo que un poco quimericamente pensáramos en Zaragoza, ha sido la solucion para resolver este problema. Gracias a este pe?ndulo he conseguido acercarme hasta unos ocho metros del punto deseado/centro de la pared. Las cuerdas no dan ma?s de si?.»
Vivaquean por última vez en la pared, en la base del Gran Diedro, al final de la Gran Travesía. Al atardecer del día siguiente alcanzan la cima del Naranjo de Bulnes.
«¿Te acuerdas de lo prometido?…»
Así relata Alberto Rabadá la llegada a la cima:
«Los largos de cuerda se suceden ya con rapidez. Lo tumbado de la pared y la abundancia de buenas presas permiten subir al segundo con la mochila puesta. Au?n hay que colocar algu?n clavo, usar pies y manos en constante progresio?n. ¡De pronto! ya sobran las manos, ¡los clavos!… Pisamos terreno llano… Es la antecima… Unos metros ma?s… Entre piedras castigadas por el rayo de an?os y an?os alcanzamos el “montoncete” de piedras donde encontraremos el buzo?n-registro donde dejaremos una pequen?a huella de nuestro paso. Pequen?a, comparada con la que la “excursio?n” por tan noble y hermosa pared nos ha dejado a nosotros.
Te acuerdas lo prometido… Mas li?branos del mal. Ame?n. Fin.»
La vía soñada. Un sueño que comenzó para Rabadá a mediados de los cincuenta.
Han conseguido escalar «La vía soñada». Un sueño que comenzó para Alberto Rabadá cuando vio una foto en un libro de Agusti?n Faus a mediados de los an?os 50. En 1959 estaba en los planes, “no como complemento sino como pieza fundamental”, que el catala?n Domingo Arenas urdi?a para formar una cordada, “Cerda?, El Bilbai?no, tu? y yo”, apta para la Oeste. El intento se frustra debido a un accidente laboral que sufre el promotor.
En 1961 Alberto se sobresaltaba leyendo un arti?culo publicado en la revista Pen?alara que, con una vi?a directa marcada sobre foto firmada por Jose? Mari?a Galilea, relataba el ascenso de la cara oeste para, so?lo al final, darse cuenta de que era un relato, El suen?o de una noche de verano, inventado. En julio de 1962 Rabadá, viaja a Picos de Europa por primera vez para estudiar por do?nde abrira? la “cara del Picu” –como escribe en su diario– y asciende por la normal. En agosto acude con Navarrico –y 180 clavijas, 15 tacos, microclavijas expansivas, un ramplus, tres cuerdas de 60 m y una de 40 m–, en el coche del amigo france?s Pachi Castera?n, desde la boda de sus amigos Jose? Antonio Besco?s y Rosario Ro.
El relato completo de la escalada (tanto el escrito original de Rabadá como el de Navarro), lo publicamos en el próximo número de Desnivel junto con imágenes originales que hemos recuperado de aquella primera ascensión. Es un escrito que destila una gran sencillez. Relatan la ascensión casi como si no fueran conscientes de la dificultad y compromiso de una escalada que, como ninguna otra, formará parte de la historia de nuestro país.
Una cordada que dura solo cuatro años
La historia de la cordada Rabadá-Navarro, ó Navarro-Rabadá (como firman en la cima del Naranjo tras ascender su cara oeste) es muy breve: son solo cuatro años desde su primera apertura (1959) hasta su trágica desaparición (15 agosto 1963) en la norte del Eiger. En estos pocos años, en una época en que los medios económicos son muy escasos, se dispone de muy poco tiempo libre, y la técnica de escalada es rudimentaria trazan algunas de las rutas mas míticas de la escalada en roca de nuestro país. Las «Rabadá-Navarro» del Gallinero, Mallo Firé, Tozal de Mallo y, sobre todo, Naranjo de Bulnes serán la referencia de los amantes de la escalada en pared. Haber escalado estas rutas representará, durante muchos años, la confirmación de haber alcanzando un nivel, una madurez, como escalador.
«No tenía miedo a probar»
Las claves que hicieron de estos escaladores auténticos mitos las expone Pepe Díaz en el libro Rabadá y Navarro, la cordada imposible: “Alberto era una persona excepcional, pero más por sus ideas que por sus cualidades físicas. De cien intentos le salía uno, pero el que le salía era la leche. Precisamente por eso era distinto a los demás, porque no tenía miedo a probar. En Ernesto encontró el compañero ideal, que le seguía en todo, que no decía nunca que no y era capaz de embarcarse con él en los proyectos más arriesgados”.