Alex Luger es uno de los discípulos más aventajados del mítico Beat Kammerlander. Y, como su maestro, tiene en el Rätikon su terreno de juegos favorito. En el macizo austriaco, concretamente en la cara este del Drussenfluh, realizó en 2015 la primera ascensión de The gift (350 m, 8c). Tres años después, comenzó en aquella misma pared el trabajo que ha culminado este verano con la liberación de Seventh direction (220 m, 8c+).

Se trata de una vía que, después de unos dos primeros largos sencillos, no da tregua alguna. Su desglose de largos es el siguiente: L1 5c, L2 5c, L3 8b, L4 8b+, L5 8c+, L6 8a+ y L7 8b. Alex Luger dedicó varias sesiones de los veranos de 2018 y 2019 a completar la primera ascensión, acompañado alternativamente por Hanno Schluge, Flo Wild y Christoph Luger, su padre. El pasado 6 de agosto consiguió cerrar el proyecto con la primera ascensión en libre y en el día, con Pio Jutz como compañero de cordada.
Seventh direction se sitúa ya como una nueva vía de referencia de la dureza extrema en pared, no solo de Rätikon si no a nivel mundial. En el macizo austriaco, se sitúa al nivel de Déjà vu (400 m, 8c+), estrenada por su amigo Fabian Buhl en enero de 2020.
La pared imposible
Alex Luger ha querido compartir el siguiente texto sobre sus sentimientos en aquella primera ascensión con www.desnivel.com:
“La cultura occidental habla de cuatro direcciones. Las culturas nativas del continente americano reconocen siete. Existen los puntos cardinales de este, sur, oeste y norte, direcciones que corresponden a nuestro ciclo de vida de nacimiento, juventud, adultez y edad avanzada, respectivamente. Luego están las direcciones de la tierra y el cielo. Estas seis direcciones son fáciles de localizar. La séptima dirección, sin embargo, es más difícil de ver. Es la dirección adentro de todos nosotros, el lugar que nos ayuda a ver el bien y el mal y a mantener el equilibrio eligiendo vivir de una buena manera”. (J. Bruchac, Tierra y Cielo, 1996)
“Esta pared es imposible, no hay manera que yo pueda escalar por este muro empinado y tan elusivo” le dije a Florian, cuando subíamos juntos en un proyecto de primera ascensión en la pared vecina. Sin embargo, no podía dejar de mirar hacia aquí y discutimos sobre cuán radical sería el intento de escalar esta pared. Pero solo pensar en eso, mientras estaba debajo de esta pared –equipado con la idea de una ascensión en libre desde el suelo–, me produjo un sentimiento de nerviosismo y de no creer en mí mismo.
Durante todo el día, mi mente siguió viajando a la pared de al lado. El color amarillo de la superficie de la roca indicaba que podía ser de mala calidad y el ángulo desplomado de toda la cara prefijaba la incredulidad en mi mente. En general, soy una persona con un enfoque optimista sobre el manejo de lo desconocido, pero en esta ocasión mi psique cuestionó la posibilidad de esta escalada. No, no estaba cuestionando el éxito de este proyecto, estaba convencido de que no era posible para mí. En retrospectiva, fue ese sentimiento de no creer, lo que encendió la chispa para intentar la primera ascensión.
En el verano de 2018, me encontré frente a esta mega cara, bien preparado para comenzar mi viaje de escalada en libre desde el suelo. Tenía la ética estricta de comenzar desde abajo y escalar la pared sin ayuda artificial para progresar. La incertidumbre no podía ser mayor y mis posibilidades de escalar esta ruta se establecieron alrededor del 1%. Cuando me topara con un tramo liso de dos metros cuadrados, sin relieves rocosos a los que agarrarme, sería imposible continuar y los meses llenos de trabajo acabarían abruptamente.
Durante la primera ascensión experimenté algunos de los mejores momentos físicos en términos de rendimiento, así como algunos días súper malos, en los que mi cuerpo y mi mente estaban absolutamente sobrecargados. Tuve días con buen progreso y días de pasos atrás, en los que no pude superar una sección para avanzar en la ruta.
Durante todos esos altibajos en la escalada, quedó clara una cosa: que estaba allí colgado en esa pared salvaje en compañía de buenos amigos. Me animaron cuando estaba deprimido, hicieron bromas sobre mí cuando estaba demasiado serio, y me ayudaron a tomar decisiones con su gran mochila de experiencias. Me llevaron hasta mis límites. Y estoy convencido de que sin ellos nunca hubiera escalado esta pared.
El último día de ascensión me acompañó mi padre. Allí donde solo faltaban unos pocos metros por terreno de III grado. Hasta cuatro metros por debajo de la cima pude explorar esta pared en escalada libre sin ningún tipo de escalada artificial. Cuatro metros de terreno escarpado desconocido. Cuatro metros me separaban de terminar este sueño. Cuatro metros para poner fin a esta experiencia de dos años. Cuatro metros para tener certeza, cuatro metros para deshacerme de mi armadura mental, donde almacené cuidadosamente todo el miedo y la duda.
Subí a mi punta de altura asegurado por mi padre. Por debajo de él había vacío y pura exposición. En mi arnés colgaba una selección de empotradores, un gancho y dos mosquetones. Inhalé profundamente unas cuantas veces –como siempre hago antes de una tarea exigente–, mis pulmones se llenaron de aire, combustible para los últimos cuatro metros.
Aprieto una pequeña regleta de tres dedos con mi mano izquierda, tratando de meter la mayor superficie de mis dedos en esta presa como la hoja de un cuchillo. Mientras coloco un pie derecho alto, me estiro para alcanzar un agarre lateral con mi mano derecha. Miro hacia arriba a la izquierda, dándome cuenta de las pequeñas estructuras que enfrentaré en el siguiente metro y medio. Centrándome en una pequeña presa roma de dos dedos, necesito reorganizar mis pies. Luego aprieto este agarre de dos dedos con mi mano izquierda. Grito y toda la tensión acumulada se transforma en fuerza. Tengo que continuar con mi mano izquierda en una regleta de hombro, levantar mi mano derecha hasta la presa roma de dos dedos y saltar al borde que divide la pared desplomada del terreno de ángulo bajo. En cuestión de segundos, soy capaz de subirme a un terreno llano con mucha precaución, ya que hay bloques sueltos del tamaño de televisores. Supero esos obstáculos amenazantes llegando a un terreno más fácil. Ahora, estoy sentado en un lugar llano todavía agarrado a la pared con mis manos. Todo se ha ido, me siento vacío, me siento redimido, me siento emocionado y triste. Perdí algo. Ya no se necesita la confianza cuando la incertidumbre se desvanece.
Ahora me doy cuenta de que la mayor motivación para iniciar esta escalada fue enfrentar y soportar la contradicción entre el creer y el no creer, ambos reales y verdaderos al mismo tiempo.
Si hubiera sabido desde el principio que había una alta probabilidad de éxito de hacer la escalada, entonces creo que no me habría atraído lo suficiente como para hacer el trabajo necesario. La motivación fue alimentada por mi confianza. La confianza que tengo en este mundo y en mí mismo, la confianza que soy capaz de crear y mantener una mente abierta, sobre lo que está por venir, en lugar de engancharme a la imagen imaginaria de seguridad y control total.
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