Entre un tepuy y otro, Adolfo Madinabeitia hizo escala en Caracas y desde allí nos escribió. Después de superar la frustración de no poder escalar el Autana, venía de abrir una ruta con el venezolano André Vacampenhoud en el tepuy Acopan. Su ruta al tepuy Acopan se llama Mundo perdido (650 m, 7a A3+). 16 largos, 3 de ellos con escalada artificial. Reuniones equipadas con 2 parabolts pues se rapela por la misma vía. Escalada en 11 días de suelo a suelo, dejamos que Adolfo –tan entusiasta como siempre– nos la cuente. “El viaje ha ido «in crescendo», cuenta Adolfo. Empezó de bajón debido a la incertidumbre que le generó tener que cambiar de su objetivo inicial –que tenía desde hace ¡21 años! en la cabeza– de escalar el Autana. Las comunidades indígenas lo han prohibido después de que “un ruso del equipo Red Bull haya ido por allí durante 2 años para saltar en paracaídas, haya cortado un montón de árboles para aterrizar y encima se haya ido sin pagar lo prometido a los indígenas”, explica.
Realizaron entonces un vuelo durante el que archivaron “varias zonas de paredes que en días sucesivos fuimos a escrutar, y al final nos dimos cuenta que la mejor opción era el Tepuy Acopan, tanto por la longitud de sus paredes como por la calidad”. “Tocaba ahora elegir la línea. En esta zona hay como unas 12 rutas abiertas por diferentes grupos internacionales. La mayor parte de ellas rondan entre los 250 y los 350 metros, y sólo 3 de ellas: la polaca “Mistery”, la inglesa “Pizza, chocolate y cerveza» y la germana “El purgatorio” superan los 600 metros subiendo a las zonas más altas del Tepuy. Todas ellas escaladas por un mínimo de tres personas, llegando el caso de que algunas fueron muy numerosas. Tan acostumbrados están los indígenas a las expediciones multitudinarias que cuando veían que nosotros éramos sólo dos la pregunta era inevitable: «¿ustedes son sólo dos?» y una sonrisa con cierto aire burlón brotaba de sus labios”.
“Llegaron unos días de un cierto cansancio mental por la digestión que supone el cambio de planes y el esfuerzo de pasar de una idea a otra sin tiempo para asimilar la frustración. Y sobre todo una pena interior: el tener que renunciar al cerro Autana, un sueño de hacía 21 años”. “Después de varias ideas iniciales, la opción que prefería André se veía como la más estética y al final, teniendo una perspectiva desde dentro de la pared de todo el conjunto, estoy convencido que fue todo un acierto”. Estuvimos tres días porteando todo lo necesario desde el campo base a la pared al tiempo que cada día solucionábamos un largo de cuerda. Llegamos a una distancia de 90 metros del suelo y una vez ya convencidos que ése era el camino decidimos dejarnos ya de tantos paseos y el día dos de marzo a la tarde nos fuimos con el último porteo a vivir a la pared. Dormimos en la reunión 1ª a una cierta distancia del suelo, a salvo del mundo que se respira abajo en la jungla”. “A todo esto llevábamos ya unos cuantos días André y yo solos, viviendo otra realidad al margen del mundo. Sin una baraja de cartas, juego, aparato musical o libro. Se me hacía ya rara la dependencia del móvil, todas las preocupaciones que hasta llegar aquí eran tan importantes para mi vida. Y todo de repente se volvió sencillo: sólo había que navegar y el juego por hacer un trabajo fino y llegar arriba se convirtió en el único objetivo de nuestra vida”.
“Al empezar la escalada le pregunté a André: “¿Cómo te encuentras, coges la cabeza de cuerda? “ La respuesta fue: “Escala todo lo que desees, tú dale hasta que no aguantes más y cuando llegue ese momento te cogeré el relevo”. A esta oferta uno se crece, le sale de adentro ese gen navarro que nos domina y se dice ¿cómo que no? Sé que me encuentro de subidón y nunca se me ha ofrecido la oportunidad de abrir una ruta completa para mí sólo. Eso sí, con una buena asistencia como la que significa tener al lado a un tipo con experiencia y criterio como es André. Y fuimos cogiendo distancia con el suelo. La vida se tornó sencilla. Antes de amanecer los silbidos de diferentes pájaros, a los que se iban sumando las guacharacas, pájaro campana, el herrero, los aullidos de los monos y un acojonante coro de tigres mariposa que por la intensidad debían de estar en celo. Unos pájaros más parecidos a cazabombarderos nos pasaban con un vuelo rasante por el costadillo que casi nos producían vértigo. Después del desayuno, el orden, la estrategia del día, la puesta en marcha. Unas galletas, pastilla de chocolate y unos cacahuetes al bolsillo y al trabajo hasta una hora prudencial para que la noche nos pillase lo más cercanos a la hamaca donde íbamos a dormir”.
“Para mitad de pared todo se fue animando. Ya nos salían los chistes, las canciones. Y también buscamos remedio a una preocupación: el agua. Andábamos ya justos y se sentía un punto de deshidratación. Un día desde la Travesía de las Bromelias en el largo 9, me lanzo en busca de unas escorreduras que caían a 15 metros a la izquierda nuestro. Con unas botellas vacías y una bolsa de plástico, paso a cuatro patas por encima de una vegetación pinchuda que amenaza con irse abajo conmigo encima. Con paciencia lleno 10 litros, lo suficiente para no torturarnos más. ¡Barra libre! Podemos beber lo que queramos, pero vista a través de la luz el agua contiene líquenes, palitos y algunos gusanitos y arácnidos buceadores que terminan en nuestros intestinos”. “La ruta se iba desarrollando en libre salvo algún tramo en escalada artificial. Casi todo protegido por friends y Aliens, y ocasionalmente por alguna clavija”.
“El octavo día de escalada llegamos a un punto donde la vegetación nos superaba y rondaba por la cabeza la pesadilla de no poder llegar a la cumbre. De nuevo el «gen navarro» (mekawen) unos tramos en artificial de gancheos artificiales para empalmar unos tramos de roca buena terminan con un largo deambular que duró 8,5 horas de trabajo hasta llegar a un punto donde se vislumbraba el final de la pared”. “¡Suelta todo y sube!” Nos veíamos ya fuera de la pared. Subo el petate, grabo en vídeo. Voy a tomarle desde otro ángulo a André llegando arriba, salto de una piedra a otra olvidándome que estoy atado. Me paro en el aire y como el coyote de los dibujos animados comienzo un vuelo de cabeza hacia el abismo de 10 metros. «¡Hola!, vaya hostia me he pegado, venía a recibirte».
Selvático Adolfo
Se cumplen más 20 años de la primera incursión de Adolfo Madinabeitia (n. 1959) en los tepuys de la selva venezolana. Fue en 1989 con Jesús Gálvez cuando completaron la tercera absoluta a la “Ruta de los japoneses” del Salto del Ángel antes de inaugurar “A poco no” en el tepuy Kukenan. En 1990, juntos abren la “Directa” al Salto del Ángel (tepuy Auyan), una ruta que recorre los 1.000 metros de desnivel de la mayor catarata de la Tierra a base de algunos largos de hasta A4 y 90 metros. Su liberación en 2005 denominada “Rainbow jambaia” (un recorrido similar con una variante de salida), a cargo de un equipo de siete escaladores y añadiendo más anclajes de los que ellos colocaron, no resultó precisamente de su agrado. “A juicio de Adolfo y mío, a esta repetición con variante de salida no se le puede llamar vía, y menos teniendo en cuenta que en aquella pared se puede abrir una vía cada 15 metros”, decía Jesús Gálvez entonces.