Las distancias se han desdibujado y ahora, como en los libros que Verne escribía desde su hogar a pesar de hablar con detalle de tierras lejanas… las tierras lejanas están cerca, a un clic del ratón. Esto ha favorecido el aluvión de manuscritos presentados al Premio en los últimos años, y también ha hecho que muchos de los participantes habiten lejos de nuestras fronteras. Y es que llevamos veinte años y no puede ser que en veinte años nada cambie, hay una memoria, un legado, un cúmulo de palabras e historias, un estrato sutil de cubiertas que se superponen. Y ahí, en ese mullido regazo de libros y autores y autoras, se acoge con más acierto lo nuevo e inesperado. En esta edición número veinte se han presentado 115 manuscritos y cuarenta de ellos venían de la pluma de gentes de Colombia, Argentina, Méjico, Perú y Uruguay. Y nunca había ganado nadie de allá. Esta vez no ha podido ser de otra manera y el galardón se lo lleva Jorge M.Mier, escritor mexicano.
Empezó con una montaña de libros, como uno de sus protagonistas, para luego salir por su propio pie a las montañas. Así que la escritura le ha inspirado para ir a la montaña y desde que caminando por las calles de Barcelona se encontrara en una de esas lindas librerías con Mal de altura, no ha dejado de documentarse, ascender montañas y volcanes, y leer mucho… para apreciar los matices del mundo montañero que tan fielmente refleja en su novela. «Tardé muy poco en darme cuenta de que, si quería escribir la novela como la tenía pensada, si quería lograr mi visión, no tenía más remedio que escalar. Mi obsesión era contar la historia en primera persona, desde la perspectiva de diferentes personajes.
Escalando tuve que analizar mis propias motivaciones, mis miedos, toda la gama de sensaciones que se dan en una montaña, y extrapolarlas a los personajes de mi obra. Tuve que conocerme a mí mismo para conocerlos a ellos. Así nacieron y en mi cabeza son tan reales como cualquier otra persona; mi objetivo es transmitir esa misma sensación al lector». Cuenta el autor, y desde luego que lo consigue y con esa determinación ha formado una historia muy actual donde caben las invernales, la rapidez, la ambición, la presencia de los medios de comunicación… y también mucho de lo que siempre ha movido a los alpinistas a subir montañas. Desde la trayectoria vital y profesional de Henry, vamos recorriendo el Annapurna, el Everest y toda una vida de recuerdos montañeros que no son solo escaladas sino la asociación de las montañas y la escalada con el cambio, con la transformación del mundo y de uno mismo.
Una novela con muchos matices
Entre los temas principales de la novela está la relación y el conflicto que se da entre diferentes generaciones que practican la misma actividad. El abuelo de Henry es un reconocido explorador y alpinista, cuando muere deja un gran vacío y también un mundo de posibilidades. Se ve muy clara en la historia la conexión entre el abuelo y el nieto y las grietas que a la vez los separan. La idea de que quien tiene una gran luz también proyecta una enorme sombra, y que es difícil abrirse un propio y auténtico camino cuando alguien te guía desde un lugar privilegiado. Como confiesa el autor «Hay personas que ocupan un espacio enorme con su sola presencia, tanto que nos acostumbramos a refugiarnos debajo de su sombra sin buscar nuestro lugar en el mundo. Es el principal problema al que tiene que enfrentarse Henry y el motivo por el que la historia está contada desde diferentes miradas. Nuestro protagonista se encuentra a sí mismo en los demás, en la relación que tiene con ellos».
Es muy interesante la profundidad y cercanía con la que retrata al pueblo sherpa, son parte esencial de la historia. Habla del poder secreto de los sherpas y porteadores… como algo que vine más de su espíritu, de su alma y de su actitud ante la vida que de su adaptación o fuerza física. Su fortaleza es su serenidad y alegría. La relación que se establece con los sherpas, de respeto, admiración e igualdad es muy hermosa. Según cuenta el autor este era uno de los temas que más le preocupaban ya que temía entrar en clichés y conceptos manidos con estos personajes. Cuando viajó a Nepal para documentarse y observar se fijó mucho en los sherpas y porteadores intentando captar su lenguaje secreto y sutil, aquel que va más allá del idioma o las palabras.
Lo dijo Ramón Portilla: «Un libro muy entretenido y muy trabajado que nos cuenta una historia bellísima»
Que el libro esté contando desde diferentes miradas, correspondientes a los distintos personajes, le da mucha riqueza, queda muy visible que, aunque pases por lo mismo pasas de maneras diferentes: la misma vivencia dependiendo de tu sensibilidad, de tu historia y recorrido se percibe de un modo u otro. Y esto, como lectores, nos pone en una situación privilegiada: la de contar con todo el prisma, que a demás no se basa en modelos de bien y mal o de buenos y malos, sino que va un poco más allá, a intentar comprender la circunstancia y la vivencia que a cada uno nos lleva a actuar de un modo y otro.
Tiene tantos pliegues este vestido que es imposible plancharlo en una crónica. Ya lo dijo Ramón Portilla, que formaba parte del jurado en esta edición: «Un libro muy entretenido y muy trabajado que nos cuenta una historia bellísima». No queda más remedio que sumergirse en su complejo tejido, para ir tirando del hilo y desenredando las sutilezas que cosen la historia y disfrutarla, asimilando todo lo que nos quita y lo que nos da.
«Si el alpinismo es cambio, entonces el alpinista es versátil, un superviviente camaleónico que evoluciona ágilmente en la ruta según lo dictan las circunstancias.
Cambia el mundo y sobre todo cambia el individuo. Uno no es el mismo cuando desciende. La montaña te quita algo y te da algo más».