Mariano Galván es el chico que vino del mar. Nacido a pocos kilómetros de la costa argentina (Trelew, 1980, “menos glóbulos rojos, imposible”), se puso un arnés por primera vez a los 25 años, cuando le abrumó su rutina. Arreglaba equipos electrónicos y le tentó la libertad de convertirse en otra cosa, así que rompió con lo que tenía y se fue a formarse como montañero a una escuela argentina lejos de su casa. Once años después tiene siete ochomiles en su currículum; la última cima ha sido en el Manaslu, un proyecto que parecía escurrírsele de las manos en muchos momentos, que persiguió con obstinación y del que habló en su visita a la Librería Desnivel.
La historia tiene dos partes: Mariano y Alberto Zerain quisieron abrir una vía que transcurría por aristas en la parte norte de la montaña, ligeramente a la izquierda de la que abrió Denis Urubko en 2006. Ya habían avanzado 1.400 metros y fijado 260 metros de cuerda, “el sueño de cualquier himalayista», cuando las cosas se torcieron. Dejaron una tienda con material a la que esperaban llegar al final de una jornada larga y trabajosa y, para su sorpresa, nada: ni rastro de la tienda, del hornillo, de los sacos. Buscaron como si las cosas estuviesen sepultadas por una avalancha, como si se las hubiese llevado el viento, pero la falta de señales les hizo pensar que se trataba de un robo.
«Me dio la sensación de haberle dado una batalla justa a la montaña»
Se prepararon para vivaquear esa noche y regresar al campo base con el sol, pero de madrugada Mariano decidió quemar la frustración y seguir con el ataque él solo. “El tema de las grietas es lo peor de andar en solitario”, recordaba, “es lo que te pone los nervios de punta, el enemigo invisible”. Tampoco llevaba agua ni material, aunque confiaba en encontrar más arriba la tienda de una expedición japonesa. Cuando dio con ella no estaba tan equipada como había previsto y a partir de ahí se sucedieron tres días y tres noches de planes cambiados. Caminaba en la oscuridad para controlar el frío y se resguardaba de día. Después de soles y lunas mezcladas con sed y vivacs decidió abandonar en una zona técnica imposible de superar sin su compañero. “Privado de sueño, deshidratado, cansado y sin herramientas me fui, pero me dio la sensación de haberle dado una batalla justa a la montaña”.
Habla con frecuencia de Escaladores de la libertad (Ediciones Desnivel), la historia que resume la edad dorada del alpinismo polaco y que para él trata de tipos tenaces y de mente dura que persiguieron sus objetivos con la fuerza de un alud. También reivindica el alpinismo de Reinhold Messner o Erhard Loretan, “ese que se abandonó en los 90 y que hay que volver a poner en el lugar que merece”. Con estos referentes se atrevió al lanzar el siguiente ataque a la montaña, que llegó dos días después de haber vuelto al campo base.
Alberto Zerain, su compañero, había salido hacia la cima del Manaslu el día anterior, es decir, 24 horas después de la vuelta de Mariano, demasiado cansado tras su periplo por las alturas como para plantearse un nuevo intento. Incluso le prestó material, seguro de que él no iba a necesitarlo. Pero al día siguiente se sintió con fuerzas y salió en su busca para alcanzar la cima como cordada. En ese momento no lo sabía, pero nunca daría con él, y tampoco con el material que le hubiese hecho la ascensión mucho más cómoda, pues (de nuevo) no llevaba saco ni hornillo y solo cargaba con dos litros y medio de agua. Ambos hicieron cima en horas distintas, lo que quiere decir que en algún momento se cruzaron sin encontrarse. Solo se vislumbraron de lejos, en lo que a Mariano le pareció una alucinación, y no se reencontraron de verdad hasta el campo base.
“Admiro a Ueli Steck y sus proyectos de velocidad muy técnicos”
El ataque de Mariano duró 27 horas y él lo celebra: “Un ochomil en el día sigue siendo un logro personal importante. Son hitos en la vida de cada uno, como figuritas que uno quiere tener”. Dicho esto, desmiente que los números le desvelen y que persiga los récords con ímpetu ciego. «No quiero ir a un ochomil a cualquier precio», decía. Muchos han dicho que su empeño rozó la locura y él hablaba de preparación, de estudio —“Antes de salir de expedición, mi desayuno es ver vídeos en Youtube para documentarme”— y de confianza en un cuerpo que ya ha probado en otras montañas, como la pared sur del Aconcagua, que completó en 34 horas, o los dos vivacs que hizo en el Broad Peak.
«El tiempo es una herramienta más en la montaña, igual que la fuerza física derivada del entrenamiento», explicó. Su trabajo real es el de guía en el Aconcagua y por eso aparece Kilian Jornet en la conversación, cuyos récords en ese y otros picos, confesaba, no le quitan el sueño. “Si hay alguien a quién admiro es a Ueli Steck, que hace proyectos de velocidad muy técnicos”. Mariano Galván persigue el empeño tozudo de los polacos, sus metas bien definidas y el ingenio que desplegaron para alcanzarlas. Para él, compartir la visión de los grandes es suficiente, aunque el nivel sea distinto. “Lo importante es tener un estilo que te defina» y “darle batalla la montaña”: “Nunca se la puede vencer, pero sí sentir que la pelea es justa».
descomunal…….un gigante del montañismo………….como montañista argentino, me siento orgulloso de Mariano un abrazo!!
Un grande, Mariano! Impresionante el nivel de compromiso mental y físico que tiene. Saludos de Argentina!