En abril de 1985, Dick Bass, un tejano adinerado con poca experiencia alpina, dirigía una expedición que colocaría a 17 personas en la cumbre del Everest. La montaña más alta del planeta, el emblema de lo inalcanzable, de las alturas fabulosas, era vencida así por una primera expedición comercial cuyo triunfo iniciaría un temporal de ofertas para «subir» a un hombre al vértice más sobresaliente del Himalaya. Cinco años más tarde, James W. Whittaker hace sucumbir de nuevo a la montaña dirigiendo un equipo que llevaría a 20 personas hasta los 8.848 metros. Fue en un cálido día de mayo en el que hasta 40 alpinistas culminaban con éxito el ataque a cumbre. En 1996, alentados por los éxitos de las expediciones anteriores, son muchos los que llegan al campo base del Chomolungma. «La proliferación de escaladores inexpertos en el Everest presagiaba sin duda que podía producirse una tragedia de gran magnitud. Sin embargo, nadie imaginaba que en el centro de la misma iba a estar una expedición dirigida por Rob Hall, la más compacta y segura de cuantas expediciones se hayan aventurado en esa montaña», escribía Jon Krakauer en su libro «Mal de altura«, donde relata una de las mayores tragedias sucedidas en las montañas asiáticas, y en la que desarrolló un papel protagonista.
Rob Hall, un talentoso neozelandés, con grades dotes para la dirección de expediciones, había ascendido cuatro veces el Everest antes de 1996. Aquel año se había puesto al mando de la Adventure Consultants Everest Expedition, formada por ocho clientes, entre los que se encontraba el periodista americano de la revista Outside Jon Krakauer (pretendía hacer un reportaje sobre la creciente explotación del Everest) y tres guías: Hall, Mike Groom y Andy Harris. «De mis cinco compañeros que conquistaron la cima, cuatro, incluido Hall, perecieron en un temporal que se desató de improviso cuando aún estaban en la cumbre», cuenta Krakauer (1954) en la primera página de su libro. «Para cuando volví al campamento base, nueve alpinistas de cuatro expediciones distintas habían muerto ya, y aún habría otras tres víctimas antes de que terminara el mes».
La tragedia pronto traspasó el ámbito alpino y se instaló en los medios generales, dando lugar a una tergiversación de los hechos que inició el propio Krakauer, reconociendo haber cometido varios fallos a la hora de redactar su reportaje para Outside. El impacto por lo sucedido y la hipoxia nublaron ciertos pasajes de aquel artículo y para Krakauer, reconocido como un escritor de aventuras excepcional tras la publicación de «Hacia rutas salvajes«, su primer best seller (llevado al cine recientemente), se hizo necesario contar una verdad de la que él mismo y otros supervivientes implicados no estaban convencidos. «Pensé que escribiendo el libro lograría desembarazarme del Everest». No fue así, el poder irremediable de la montaña y las secuelas de aquella tragedia puede que nunca abandonen a Krakauer, pero su obra pronto se convirtió en una lectura obligada para todos los amantes de la literatura de aventura.
«Mal de altura» es un best seller internacional tanto por la calidad de la historia como por el acierto con el que su autor narra los hechos, analizando las consecuencias de la nueva dirección que tomaba el himalayismo. Un libro, en definitiva, imprescindible, que faltaba en la extensa biblioteca Desnivel y que ahora, tras la compra de sus derechos, pasa a ocupar un lugar privilegiado junto a otros clásicos de la literatura de montaña.