El 20 de julio de 1985, hace hoy 33 años, Voytek Kurtyka y Robert Schauer estaban ante una travesía sencilla que les invitaba por fin a la cumbre del Gasherbrum IV (7925 m). Pero en lugar de avanzar directamente hacia el collado somital, que parecía tan próximo, se dieron la vuelta porque ambos sabían, con certeza, que si subían a la cima no lograrían bajar.
El esfuerzo para llegar hasta allí había sido asombroso: llevaban 8 días en la montaña, 5 vivacs por encima de 7000 metros, entre ellos uno último en el que quedaron atrapados dos noches y un día sin comida ni bebida y analizando, cual antropólogos, como era eso de dejarse llevar por la muerte.
La Pared Resplandeciente que habían superado tenía sinuosas olas de roca que reflejaban la luz en tenues matices lechosos, como si fuese de mármol; la montaña en sí era geométricamente perfecta, austera y elegante a ojos de Kurtyka. Pero adentrarse en ella era como meterse voluntario en la casa de la locura.
“Parece el infierno, profundamente excavado por negros y desconocidos cañones de hielo”, fue una de las anotaciones del diario del polaco que se recogen el la biografía Kurtyka. El arte de la libertad. “Desastre. Huracán. Escasez crónica de sueño. Ventisca. La comida se está acabando. Escasez crónica de sol”, dice otra. “Tormenta de nieve. Encarcelados a 7.800 metros. Sin comida ni líquidos”, añade una posterior.
Oyeron cantar a Barbra Streisand
Kurtyka y Schauer descendieron al campo base en un tirón de 24 horas rozando el desastre. Mal hidratados, mal alimentados, con alucinaciones —tan pronto aparecía el famoso tercer hombre como se quedaban extasiados con un pájaro u oían cantar a Barbra Streisand— y con métodos poco ortodoxos:
“Me desaté, pero aún así no quería perder la conexión con la cuerda. Si el descenso por el embudo se volvía demasiado difícil podría necesitarla, así que me puse el extremo en la boca y continué destrepando con la cuerda entre los dientes˝. Estos fueron los detalles que le dio a la escritora Bernadette McDonald cuando trabajaba en su biografía. “Quedaba eliminado el riesgo de tirar al compañero en caso de caída, pero seguía manteniendo una ligera conexión por si la necesitaba para montar un rápel en una emergencia —concluía ella— Robert, afortunadamente, no se enteró de que solo estaba atado a los dientes de Voytek”.
«El Gasherbrum IV fue la paradoja perfecta»
El 23 de julio a las 9 de la mañana llegaron al campo base. Kurtyka, alucinado por haber experimentado en sus huesos “los sonidos de la maquinaria humana cuando se avería” y frustrado por no haber llegado a la cumbre. Schauer, extrañamente satisfecho y orgulloso del logro. Cuenta McDonald que fue uno de los primeros adeptos de un estilo en el que las cumbres no eran tan importantes como las propias paredes, y lo cierto es que muchos lo vieron así.
Reinhold Messner dijo que había sido una escalada soberbia. Doug Scott pensaba que fue una ascensión, en impecable estilo alpino, del itinerario de hielo y roca con mayor dificultad técnica jamás realizado a aquella altitud. Y el esloveno Andrej Stremfelj declaró que era una joya adelantada a su tiempo, “el ejemplo más hermoso de una audaz ascensión en estilo alpino”.
McDonald es certera en su conclusión: “El Gasherbrum IV fue la paradoja perfecta: el mayor éxito y la mayor decepción de Voytek Kurtyka”.