Sumergirnos en vuestros relatos a veces es como colarnos de extranjis en un claro del bosque a mirar lo que sucede en vuestros paseos, despedidas, escaladas, amores, montañas, pérdidas, paisajes, carreras, euforias… y, como suele suceder, las historias en común nos acercan.

Así parece que os conocemos un poco más por vuestra manera de pisar la nieve, o por el miedo en aquella repisa o quizá porque con una luna fina hablabais en voz baja de todo aquello que no se podía gritar.
«Esta experiencia me demostró que se pueden vivir aventuras muy cerca de donde vivimos y que la tierra tiene una naturaleza impresionante». Dice uno de los relatos llegados. Y este concurso nos está recordando que podemos vivir aventuras y vidas a través de la literatura en un viaje sideral, íntimo, global.
Porque todas las historias se parecen y todas son diferentes. Y depende del día nos fijamos en lo común o quizá buscamos aquello que hemos oído por primera vez, en cualquier caso ya ha sido llevado a ese claro en el bosque donde nos juntamos. Gracias por ese lugar de cielo, compañía y montañas.
Esta vez hemos seleccionado un texto muy diferente a los anteriores ganadores, «La materia inefable» de Olga Blázquez Sánchez, no solo por la originalidad y belleza, por la estructura y el contenido; también por plasmar la diversidad que hemos ido recogiendo en vuestras historias: desde fábulas, a poemas, cuentos, mitos, anécdotas, haikus, leyendas, cartas, textos técnicos… queríamos que en este concurso cupiera todo, con la menor estructura, para abrazar cuantas más posibilidades.
Además queremos hacer una mención especial al texto «Añoranzas» escrito por Candela Jiménez de trece años, por su sencillez, su evocadora nostalgia y ese suave aleteo.
La quinta convocatoria ya está en marcha, tenéis hasta el 11 de mayo para presentar vuestros relatos cortos que esperamos con alegría.
Aquí tenéis los dos textos. ¡Qué los disfrutéis!
«La materia inefable» Olga Blázquez Sánchez
¿Cómo se hace una montaña con texto? O sea, quiero decir: ¿Se podrá hacer un acopio ingente de palabras que termine por configurar un amontonamiento geológico?
Me pregunto.
U- na acu- mulación que no solo tome la forma de una mon- taña —al estilo de un caligrama—, sino que tam- bién contenga su modo de ser al margen de cualquier otra cosa. Esa forma de ser que es tan contundente como leve: tan serena, y tan … no sé.
Creo que es imposible llegar a decir una montaña —y mucho menos a hacerla—. Lo más que alcanzamos es a representar obscenamente el espejo de nuestras tripas. Pero eso no es una montaña: eso es montañismo.
Y este texto
es un fracaso más.
«Añoranzas» de Candela Jiménez Otero
Hace ya más de un mes que no piso la montaña. Esas tierras que no pertenecen a nadie, que permanecen impasibles al paso del tiempo. Esas tierras que nadie podrá quitarnos. Tierras de libertad, belleza y armonía. Tierras de paz sempiterna. Donde el trino de los pájaros y el murmullo de los arroyos son más que un simple sonido. Son una forma de vida.
Si algo echo de menos, son los caminos perdidos entre rocas y árboles. Los claros de los bosques, donde uno se siente protegido por los árboles que le rodean. El agradable crujido de las hojas secas al pisarlas con mis botas de montaña, que esperan pacientemente, en un rincón, a que yo vuelva a calzarlas. Los rayos de sol en el rostro, y la agradable y gélida brisa de las montañas. El débil aleteo de un pájaro. El borboteo del agua en una cascada de aguas cristalinas. El polvo de los caminos. El sudor y el cansancio, que siempre merecen la pena.
Incluso perderse, porque perderte por el bosque, entre árboles, sirve para encontrarte contigo mismo.
Allí donde el silencio habla, y puedes aprender de él. Ése es un silencio muy distinto al de ahora.
Las montañas dan lecciones que sirven para toda la vida. Yo he aprendido que el camino es más importante que el destino. Que quienes te acompañan en ese camino, no dejarán de hacerlo nunca. A veces, hay que mirar hacia atrás, ver las huellas que hemos ido dejando en el sendero. Y después fijarnos en el camino que queda por recorrer. En todos los paisajes que nos quedan por ver. En la suerte que tenemos de poder caminar por la naturaleza.
También he aprendido que tropezarse con una piedra en el sendero sirve para levantarse con más fuerza aún, y seguir andando.
Pronto, nos echaremos de nuevo nuestras mochilas cargadas de ilusiones a la espalda, y volveremos a las montañas, a los bosques… a casa.
Y es que, si hay algo que nunca cambia, que siempre estará ahí, esperándote, es el campo.
Hasta pronto, querida Montaña.