HISTORIAS DE LA HISTORIA

La cara sur del Aconcagua, otra primera francesa al límite

En 1954, Pierre Lesueuer, Adrien Dagory, Edmond Denis, Robert Paragot, Lucien Bérardini y Guy Poulet escalaron por primera vez la que entonces se calificó la pared más difícil del mundo en un asalto de 7 días en pared que les costó severas congelaciones.

Valle del Aconcagua entre 1855-1924.
Valle del Aconcagua entre 1855-1924.   www.loc.gov
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El Aconcagua (6.962 m), la cumbre más alta de América, fue ascendida por primera vez ya en el siglo XIX. El suizo Matthias Zurbriggen alcanzó su cumbre el 14 de enero de 1897, integrado en la expedición liderada por el británico Edward Fitzgerald, durante la que también ascendieron el inglés Stuart Vines y el italiano Nicola Lanti.

A lo largo de los años, la montaña ha ido recibiendo más y más ascensiones, básicamente por su ruta normal de la cara noroeste, asequible incluso para personas sin demasiada experiencia en el campo del alpinismo. Numerosas agencias y guías de alta montaña la ofrecen entre su oferta de ascensiones y viajes de aventura.

De igual modo, han ido proliferando nuevas rutas en su cara norte, este, oeste y, finalmente, en la cara sur. Los 3.000 metros de desnivel de la vertiente sur fueron vistos como una muralla imposible durante décadas, hasta que los franceses completaron la primera ascensión en 1954. Posteriormente, representó –y sigue representando hoy en día– un desafío descomunal, solo al alcance de alpinistas con un buen nivel técnico y la clarividencia para evitar los grandes riesgos objetivos que plantea y que llevaron a Reinhold Messner a clasificarla entre las vertientes más peligrosas del mundo tras abrir ruta en ella en 1974.

Actualmente, el Aconcagua presenta más de 30 rutas o variantes de ascensión. Muchas de ellas se hallan en la cara sur, aunque en realidad su perfil no ofrece demasiadas alternativas viables (junto con sus respectivas variantes): el espolón central de la ruta original francesa de 1954; el extremo derecho de la larga y menos comprometida ruta argentina de 1966; y la travesía desde la cima Sur, a la que se accede directamente por la arista sur o por el expuesto pilar sur.

La primera de la cara sur del Aconcagua

En enero de 1954, todavía no hacía ni un año que Edmund Hillary y Tenzing Norgay habían protagonizado la primera ascensión del Everest. Y todavía había pasado menos tiempo de la heroica escalada de Hermann Buhl en en el Nanga Parbat. Ya se iban a cumplir cuatro años del Annapurna de Maurice Herzog y Louis Lachenal y Francia ansiaba un nuevo éxito para volver a situar la bandera tricolor en lo más alto de la actividad montañera.

Ese era el contexto de la expedición francesa a la cara sur del Aconcagua, que aterrizó en Buenos Aires el 7 de enero. Bajo el liderazgo de René Ferlet, un equipo de seis fuertes alpinistas formado por Pierre Lesueuer, Adrien Dagory, Edmond Denis, Robert Paragot, Lucien Bérardini y Guy Poulet se instalaron en el campo base (Horcones Inferior) a unos 4.000 m de altura el 24 de enero.

Antes ellos, la calificada como pared más difícil del mundo, considerada para muchos como imposible de escalar. Un objetivo para la gloria, a la altura de las grandes gestas que se llevaban a cabo en el Himalaya todos esos años (ese mismo 1954 llegarían las primeras al K2 y al Cho Oyu).

Estrategia himaláyica o alpina

Los casi 3.000 metros de pared que tenían enfrente llevaron a los franceses a plantear una estrategia de expedición himaláyica. Salvarían las dificultades equipando la ruta con cuerdas fijas, montarían campamentos de altura y los irían equipando en continuas salidas a la montaña. Y así lo empezaron haciendo: instalaron su C1 (4.500 m) en Plaza de Mulas, en el inicio de la pared, y el C2 (5.200 m), por encima de un peligroso tramo de torres de roca podrida.

Habían fijado unos 500 m de cuerda y superado poco más de 1.000 m de desnivel. Se dieron cuenta de que la progresión con esta estrategia era extremadamente lenta en un entorno tan difícil técnicamente y que si mantenían sus planes invariables necesitarían muchas más semanas de las previstas para llegar a la cima. Así que a mediados de febrero modificaron sus planes y prepararon una acometida en un estilo más alpino desde el C2.

El intento comenzó el 19 de febrero e incluyó a los seis alpinistas, quedando René Ferlet en el CB por un ataque de ciática. Se distribuyeron en tres cordadas y, mientras los dos primeros escalaban, los otros cuatro cargaban con pesadas mochilas llenas de material y víveres para asegurar la progresión.

Siete días en la pared

El esfuerzo de los alpinistas franceses fue titánico y el relato que hicieron posteriormente transmite una angustia creciente a medida que van ganando altura, superando una tras otra las dificultades que la pared les va ofreciendo. Tramos de hielo, secciones con nieve hasta la cintura, escalada en terreno mixto con escarcha, roca desplomada o de mala calidad… y todo ello con la amenaza de las avalanchas y los desprendimientos.

Además, esa narración viene salpicada de comentarios referentes a pies doloridos y mucho frío. Incomodidad durante las noches, falta de agua y comida… Todo ello aumentando de grado a medida que van ascendiendo de cota. La sed de unos, el dolor de pies de otros y los vómitos constantes de Paragot conforman la penitencia agónica a la que a duras penas se sobreponen.

Paralelamente, van ganando altura y sus campamentos son cada día más altos y menos confortables, sin espacio para montar la tienda que llevaban: el C4 a 6.000 m sobre el glaciar superior; el C5 a 6.400 m en una rimaya; el C6 a 6.700 m entre las rocas, cuatro de ellos envueltos con la tela de la tienda y los otros dos al raso.

Cima heroica y descenso agónico

Abandonaron allí esa última tienda y, con los pies insensibles y arrodillánodse en la nieve cada 20 minutos para recuperar el aliento, alcanzaron la cumbre todos juntos hacia las 19:20 horas del 25 de febrero. Robert Paragot se detiene a escribir sus nombres en el libro de cumbre, mientras el resto emprende el descenso por la ruta normal hacia Plaza de Mulas.

La oscuridad y el mal tiempo añaden incertidumbre a un descenso ya comprometido por el extremo cansancio y las congelaciones. Edmond Denis, Robert Paragot, Lucien Bérardini y Guy Poulet consiguen llegar hasta el refugio Presidente Perón (actualmente Independencia, 6.500 m). Pero Adrien Dagory y Pierre Lesueuer no aparecen. Más abajo en la montaña, un grupo de alpinistas chilenos y militares argentinos que estaban en el refugio Eva Perón (6.100 m) consiguen dar con los dos franceses perdidos y los ayudan a llegar a Plaza de Mulas, donde todos se reúnen al día siguiente.

La expedición fue calificada de heroica, aunque igual que con la cima del Annapurna, sus protagonistas tuvieron que sufrirlo para siempre en sus carnes: todos excepto Robert Paragot sufrieron amputaciones en los dedos de los pies por las congelaciones, y Lucien Bérardini también de la mano.


 

 

 

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