JUVENTUD
Cuando era joven, las vacaciones ideales de Juanjo San Sebastián incluían un poco de frío, un poco de hambre y un poco de miedo.
“Le doy las gracias al chaval de 16 años que fui”, decía Juanjo San Sebastián (Bilbao, 1955) en su visita a la Librería Desnivel. El arranque de su conferencia hablaba del chico que un día descubrió la montaña y decidió que esa sería la referencia de su vida para proponerse sueños y cultivar el coraje para alcanzarlos. Los libros le ayudaron a abrir ventanas a las que quería asomarse que, en realidad, eran suyas y a la vez compartidas:
“Todo lo que hacemos tiene que ver con los otros: el ansia de descubrir, la exploración, el romanticismo son referentes nuestros y también de otros”. Y así, siguiendo una saga de grandes nombres y grandes deseos, fue dando forma a sus proyectos de montaña.
“Descubrimos que conseguir las cosas satisfacía el ego»
“Hubo un tiempo en el que nos creímos inmortales. Tuvimos sustos, pero nunca disgustos. Eso les pasaba a los otros: los disgustos en montaña ocurrían porque los otros habían hecho algo mal”, cuenta hoy, cuando la experiencia de los años le ha hecho comprobar que el escudo protector es solo una ilusión que suele desaparecer tarde o temprano.
Mientras llegaba ese ingrato momento, él y sus compañeros buscaron maestros a los que imitar y metas que perseguir que tenían detrás dos componentes peligrosos: el éxito y la vanidad. “Descubrimos que conseguir las cosas satisfacía el ego, pero eso duraba muy poco. Había que buscar más, aquello era efímero como las drogas, tardamos en ver que lo mejor no eran los éxitos, sino cómo estos mejoraba nuestras capacidades”.
En esta etapa supieron que la vida merecía su nombre cuando se disfrutaba y definieron cuál era la la ruta que querían seguir para hacerlo. No obstante, olvidaron la contrapartida, un componente que después descubrirían en un verso del poeta Robert Browning: Yo sostengo que un hombre ha de luchar hasta el final por el precio en que ha fijado su vida.
VIDA ADULTA
Cuando se hizo adulto, las vacaciones ideales de Juanjo incluían un poco de miedo y un poco de hambre, pero sus manos se volvieron intolerantes al frío.
En mayo de 1990 murió Miriam García Pascual en una expedición al Meru Norte, una compañera de ilusiones y escaladas que dejó un hueco demasiado grande en la rutina de Juanjo. Entonces comprendió que la vida era un regalo del azar que viene con el paquete completo, nacer y morir, y que los accidentes no solo afectan a los otros. “Los otros éramos nosotros”.
De nuevo fue la poesía, esta vez de su amiga, la que le enseñó una lección:
En algún momento elegí y ya no tiene remedio, no tienen sentido mirar hacia atrás o hacia adelante, pensar qué hubiera sido: el ayer no existe y el mañana está muy lejos. Elegí la libertad como compañera de viaje y ella no entiende de ternura y soledad.
«Me di cuenta de que había más destinos que los ochomiles»
Tener sueños de montaña daba muchas satisfacciones, pero también exigía peajes como el que acababa de pagar. Desgraciadamente, luego vendrían más. En 1994 consiguió la cima del K2 junto a su compañero Atxo Apellániz, pero el descenso se complicó y vio como su amigo moría en un campamento de altura. Juanjo perdió varios dedos de las manos en aquella expedición, algo que limitó sus planes futuros.
Contaba en la conferencia que el equipo de médicos que le atendió en el hospital le implantó un dispositivo en la médula para combatir el efecto del miembro fantasma, es decir, la sensación de notar los dedos aunque ya no los tuviese en la mano. Si hubiese existido un invento para suavizar las pérdidas humanas, contaba, lo habría rechazado: “Los vacíos pesan y ocupan, nos dan la medida de lo que somos y suponen el mejor antídoto contra el olvido”.
La amputación de los dedos le hizo cambiar el rumbo: “A pesar de ser disminuido, la montaña era la vida que quería seguir viviendo, pero me costaba. Las manos me dolían, era más sensible al frío. Entonces me di cuenta de que había más destinos que los ochomiles; más continentes además de Asia; más elementos que la tierra”. Fue cuando se dedicó a explorar el agua y el aire.
Primero descubrió nuevos horizontes en los ríos de Canadá y luego aprendió a volar. También volvió a montañas de Sudamérica donde ya había estado, y allí se dio cuenta de que ellas eran iguales, pero él ya no era el mismo.
MADUREZ
Hoy, las vacaciones ideales de Juanjo San Sebastián no incluyen el frío ni el hambre, solo un poco de miedo.
… y el miedo, a cierta edad, es también hacer balance de lo vivido y no estar conforme con el resultado. En la etapa en la que Juanjo se dedicó a explorar el cielo muchas veces pensaba en las montañas. Se dio cuenta de una obviedad que en realidad tiene fondo: cuando uno despega está obligado a aterrizar, igual que sucedía cuando lanzaba un ataque a cumbre desde el campo base. “Las cimas son lugares de los que no puedes traerte nada, solo dejarte, pero en las montañas es donde más he aprendido, más me he llenado de energía, donde he descubierto lo importante de la vida”, decía él.
Al echar la vista atrás Juanjo siente que en la montaña ha perseguido experiencias, ha jugado limpio, se ha esforzado y ha mejorado sus destrezas. Con los años ha visto claro que no hay objetivo que lo valga todo y que nada ha sido como la montaña para él. Para el ardor juvenil que un día tuvo y las metas no logradas ha encontrado un consuelo: “Los maestros que elegí no era maestros, sino modelos. Lo importante es que me he fijado en ellos y me he esforzado”.
Qué grande en aquel K2….
Gracias Juanjo por ofrecernos, siempre, el lado más humano del montañismo.
Enhorabuena Juanjo!!
Totalmente de acuerdo de lo mejor que se ha leído por aquí, sobre todo por que viene de quien viene…. Una persona muy grande Juanjo San Sebastian
Lo mejor que he leido en mucho tiempo.