EXPLORANDO

Finalistas del Concurso de Relato Corto Desnivel.com

A su disposición quedan los tres relatos seleccionados entre los más de 100 enviados para el 1er Concurso de Relato Corto de Montaña y Escalada de Desnivel.com. Turno de leer y votar.

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Cartel promocional del I Concurso de Relato Corto de Montaña y Escalada patrocinado por Desnivel.com.Cartel promocional del I Concurso de Relato Corto de Montaña y Escalada patrocinado por Desnivel.com.

Muchos de los grandes exploradores comenzaron su andadura por las páginas de un libro, descubriendo entre las letras embotelladas de sus predecesores montañas ignotas, caminos de nieve en los que dejar una aplastante huella o paredes imposibles conquistadas a base de orgullo y espíritu. Lugares hasta donde el mismo diablo se lo pensaría antes de ir de vacaciones.

Por eso, para inspirar, para ayudar en el camino o para ofrecer uno nuevo, Desnivel.com puso en marcha su primer certamen de relato corto, que ahora ya tiene tres finalistas, seleccionados por el jurado entre los más de 100 relatos enviados para su concurso, habiendo llegado textos desde todos los países de habla hispana y alguno más.

El resto les toca a ustedes. Pasen y lean, y después voten. Tienen algo más de un mes disponible para hacerlo. El 1 de septiembre se cerrarán las votaciones y conoceremos al ganador del concurso, cuyo oficio con la tecla bien le habrá valido una suscripción a una de nuestras revistas (premio seguro para los tres finalistas) y un cheque por valor de 600 euros a gastar, como buenamente decida, en libros de nuestra casa. Una vez más triunfa la cultura al servicio de la aventura, o al contrario, como el lector prefiera.

Relatos cortos finalistas

Leer relatos:
Botellas El Diablo en Vacaciones El gran Explorador

Votar relato corto

EL DIABLO EN VACACIONES

–¡Vaya par de tetas! –masculló entre dientes Tony al ver llegar a la candidata.

–¡Está buena la condenada! –confirmaría Carlos, propinándome un codazo.

Un viaje a los Alpes en mi Corsa de quinta mano, una plaza libre y nuestras flojas finanzas se habían coaligado para que insertáramos anuncios en las revistas de montaña. Solicitamos un compañero de escalada y Pilar fue la respuesta.

Mis amigos formaban una cordada demasiado estable como para romperse por una fémina, aunque fuera ese pibón que ahora estampaba besos vergonzosos sobre nuestras mejillas: pequeña y esbelta, ojos verdes intensos y cabellos de color del bronce bruñido. Por consiguiente, sería mi socia. Claro que, antes, tendríamos que probarla sobre un muro…

Llevamos a Pilar a la escuela de escalada de Morata. En cuanto se ajustó el arnés, su timidez daría paso a una completa seguridad sobre la tapia. ¡Cómo trepaba la tía! A media mañana, habíamos comprendido que la zona de iniciación de la Aguja Coñeriza le quedaba corta, por lo que pasamos a las Paredes Negras para subirle el grado y verla sudar. Nuestros intentos por fijarle límites serían en vano: sus dedos simulaban estar soldados a la roca; su cuerpo parecía abonado a la ingravidez. Todo perfecto, en el aspecto trepador. Pero entonces comenzaron los incidentes extraños…

Al principio, resultarían bastante nimios: Tony se torció un tobillo al regresar caminando con sus gatos y Carlos se fracturó tres dedos en la puerta del Corsa. Nuestro proyecto alpino había perdido a media plantilla, por lo que cité a Pilar para anularlo, alegando problemas para cubrir gastos entre dos. Ella me dedicaría una sonrisa rotunda:

–No es necesario: tú pones el buga y yo pago la gasofa… Me han largado retrasos en el curro y ando sobrada este verano.

Los ojos de aquella beldad centelleaban de un modo tentador… Recordando cómo se había gestionado el Paso del Despatarre en la vía del Necrófago Compulsivo, ya no dudé: nos iríamos los dos al Mont-Blanc.

Los percances se acrecentaron durante el trayecto: varios accidentes de tráfico con su tributo en víctimas sobre el asfalto jalonarían nuestro paso… Amén de reyertas en áreas de servicio, incendios de roulottes o choques en cadena. No obstante, nuestro periplo hasta los Alpes discurrió feliz gracias a una Pilar cuyo lenguaje y gestos corporales sólo destilaban alegría.

En Chamonix, no podríamos ni tomar una birra: cierta ventana de buen tiempo nos impulsó a galopar bajo nuestras gigantescas mochilas hacia el teleférico de la Aiguille du Midi. Plantamos la tiendecita en la Vallée Blanche, al pie de Les Cosmiques. Todo estaba listo para la función…

Arrancaríamos con un paseíllo aclimatador hasta el Mont-Blanc de Tacul, que Pilar quiso estirar hacia el Mont-Maudit y…, si no lo impido, hasta Bionnassay. Ajena a esas jaquecas que me machacaban la cabeza, la muchacha se mostraría exultante: marchó llevándome siempre a rastras, poco menos que tirando de la cuerda.

Semejantes dominguerías eran minucias para mi acompañante. Tras expresar su aburrimiento en los últimos largos de la arista SSO de Les Cosmiques, me señaló los objetivos de su lista: Mont-Maudit por la Kuffner, Aiguille du Midi por el espolón Frendo, Tour Rouge por el pilar Gervasutti y, sobre todo, la diabólica cresta SE del Tacul… De poco servirían mis protestas ante aquella colega tan por encima de mis mediocres artes trepadoras. Pilar, con un mohín que no admitía réplica, me aseguró que abriría los sectores comprometidos. Muerto de miedo, esa noche esbocé oraciones olvidadas desde la niñez…

Alguien debió de escuchar mi plegaria y, a las pocas horas, vertió una tormenta sobre Chamonix. Antes del amanecer, tuvimos que abandonar nuestra tienda y, medio asfixiados por un vendaval bíblico, pedir asilo en Les Cosmiques. Durante las cinco jornadas que permaneceríamos recluidos en dicho refugio, no cesaron los desastres.

El ciclo se iniciaría cuando un italiano se puso a estudiar obscenamente el culo de Pilar: de inmediato, sufrió un cólico que casi lo liquida. La crónica negra se fue completando con resbalones entre los usuarios de los servicios, diversos afectados por el mal de altura, un conato de incendio en la cocina, disputas a puñetazo limpio en las habitaciones, una misteriosa avería en la emisora de radio… Aún faltaba lo peor: tres alpinistas checos jamás regresaron de la Tour Ronde, y cierta cordada alemana propaló rumores sobre accidentes colectivos en la Verte…

            El ambiente dentro de Les Cosmiques no podía ser más tétrico ni deprimente. Con el fallo de los generadores durante la segunda noche, quedamos a oscuras tras los ocasos; después de las albadas, la ventisca exterior nos sumía en lánguidas penumbras… La nieve se fue amontonando en torno al refugio, pretendiendo asaltar los ventanucos inferiores… El viento jamás arreciaría, simulando querer arrojarnos hacia los abismos del Glacier des Bossons… Entre estruendos formidables, los séracs frontales del Tacul empezaron a desmoronarse en grandes porciones… Frente a esta escenografía apocalíptica, mi compañera se exhibía bella y rutilante como nunca hubiera podido imaginarse en mortal alguna.

            Cuando redacto estas líneas, me siento presa del terror. Sospecho que jamás descenderé a Chamonix: mis restos van a permanecer enterrados bajo el hielo por toda la eternidad, velados por fantasmales agujas de granito. Los resplandores de este frío amanecer pronostican una tregua en la tempestad. Pilar, inmune al clima de sobrecogimiento generalizado, prepara su mochila de ataque mientras me dedica una mirada imperiosa que no osaré desobedecer. A pesar de las masas de nieve que colman el macizo, quiere escalar la Autopista del Diablo a toda costa. No me sonríe con la ternura de hace apenas unas jornadas: ahora, ha centrado su atención en un guía suizo de casi dos metros de altura, asiduo de las publicaciones de alpinismo. En el fondo de los ojos glaucos y refulgentes de la muchacha, leo que no soy sino un mero trámite molesto…

            –¡Estoy lista! De aquí no me voy sin pillarme ese cresterío guapo, desde el Corne du Diable hasta L’Isolée… –me reclama ya mi socia–. ¿Vienes…?

BOTELLAS

Cuando la noche del catorce de abril, la señora Smith lo encontró rebuscando en su contenedor de basura, casi llama al sheriff del condado.

A la señora Smith le costaba conciliar el sueño. Daba vueltas y vueltas y más vueltas en una cama que parecía haber crecido desde que se divorció. Primero escuchó el maullido asustado del gato de la pobre señora Wilson, su vecina. Después crujidos en el suelo de madera de su propio porche. Buscó la linterna en el cajón de la mesilla y bajó las escaleras muy despacio, hacia la cocina. Lo espió a oscuras, desde detrás de los visillos. Que un tipo barbudo vestido de montañero rebuscara en su contenedor de basura a altas horas de la madrugada seguro que violaba algún precepto legal o, como mínimo, era pecado.

El tipo levantó la cabeza. La señora Smith se agachó, para ocultarse detrás del fregadero y comenzó a mover los labios, recitando salmos lentamente. Cuando se atrevió a salir de su escondite, el tipo ya no estaba. De su presencia, sólo quedaba su contenedor de basura revuelto y restos del pastel de carne de aquel mediodía, esparcidos por el porche.

Si aquel tipo no hubiera rebuscado en su contenedor, tal vez no lo habría reconocido cuando lo encontró husmeando entre la basura de la taberna del viejo Bob. Pero hasta la noche del dos o del tres de mayo (según la versión) no descubrió qué buscaba. El tipo tenía la cabeza dentro del contenedor de su vecina, la pobre señora Wilson, que vació con pericia en apenas unos minutos. En un saco únicamente guardó unas botellas. Cuando aquel tipo se colocó el saco al hombro, la señora Smith se aventuró a pensar por el sonido que se llevaba únicamente las de cristal.

No pudo evitar comentarlo en la tienda de la señorita Elisabeth. Todos los vecinos del barrio elaboraron sus propias teorías acerca de lo que pretendía aquel tipo de las botellas de cristal.

−Quiere reciclar − dijo la señora Wilson.

−Bah, es para sacarse unos peniques con la reventa− manifestó el viejo Bob.

−Seguro que quiere enviarlas al Tercer Mundo− afirmó la señorita Elisabeth.

La señora Smith decidió seguirlo una noche. Aquel tipo parecía haberse mudado a la mansión abandonada. Al menos, tenía llaves para entrar. La señora Smith rodeó el edificio. Por una rendija de la valla de madera del patio, observó como el tipo vaciaba el saco con las botellas de cristal que había recolectado en una montaña que ya se levantaba casi un metro sobre el suelo.

A comienzos de junio casi todos los vecinos del barrio se asomaban al verle pasar con el saco y  le daban sus botellas. Botellas de cerveza, botellas de agua, botellas de refresco, botellas de leche. Las guardaba todas. Le daba igual el tamaño, aunque prefería las de litro. No las quería llenas, sino vacías. De hecho cuando encontraba alguna sin usar, la destapaba y la vaciaba en una alcantarilla.  Tampoco le preocupaba el color (transparente, marrones, verdes) y le daba igual que tuvieran o no etiqueta, con tal de que fueran de cristal.

−  He dicho que no de éstas no quiero. No me sirven. No soy ningún basurero− protestaba indignado cuando le ofrecían una botella de plástico.

Y la tiraba con rabia en mitad de la calle.

Aquel caluroso verano de mil novecientos noventa y uno fue una época excelente para recoger botellas. Los turistas, las terrazas y las sombrillas pronto se adueñaron del Paseo Marítimo y multiplicaron la producción. El tipo llenaba los sacos y a menudo tenía que arrastrarlos por las calles hasta el patio de la mansión abandonada. Sin embargo, la mañana de un domingo, la señora Smith se dirigía a la Iglesia cuando encontró botellas de cristal sin recoger en la zona de bares. Después de misa, recogió las botellas que pudo en bolsas de plástico, las llevó hasta la mansión abandonada y llamó al timbre.

−  Te las entrego con una condición− le dijo−. Dime para qué quieres las botellas.

−  Para escalarlas− le contestó.

− ¿Para escalarlas?¿Por qué quieres escalarlas?

− Se lo prometí.

− ¿A quién?

El tipo se quedó en silencio.

Al final de aquel verano ya empezó a refrescar, la señora Smith comenzó a llevar un gorro de montañero y su cama parecía haber menguado de nuevo. Los sacos de las botellas de cristal los vaciaban desde la tercera planta de la vieja mansión abandonada. El tipo le comentó a la señora Smith que lo dejarían en cuanto la montaña se levantara una altura más y superara al tejado.

Llegaron las lluvias. La montaña de botellas de cristal, aún no había conseguido la altura esperada, pero el tipo no estaba dispuesto a escalar la montaña cuando empezara a congelarse la cumbre. Decidió iniciar la ascensión la mañana del dieciséis de noviembre.

El campamento base se estableció en el jardín de la mansión abandonada. El tipo se había afeitado la barba y ocultaba sus ojos detrás de unas gafas de sol con el cristal de espejo. En la cintura llevaba una cantimplora con agua que le había prestado el viejo Bob. La pobre señora Wilson, demasiado tenía con cuidar de su gato, pero le había dejado la mochila y la señorita Elisabeth, aparte de lavar y planchar su ropa de montañero, se había ofrecido como enfermera del campamento base.

−Necesitarás también un sherpa− le dijo la señora Smith.

−Venga, ponte el gorro− le contestó el tipo−. Le prometí que haría cumbre antes de que anocheciera.

EL GRAN EXPLORADOR

Hoy me he levantado pronto, no he protestado nada, me he vestido rápidamente y he desayunado a toda prisa: mama me mira y no entiende nada:

—¿Vais de excursión? —No

No, hoy no vamos de excursión, sólo tengo ganas de llegar a la escuela…abajo me encuentro con Pedro, Alberto Y Jorge… vamos andando como cada día, pero hoy voy más rápido, sin hacer ni mirar nada de lo que dicen; se ríen:

— ¡Eh, Máximo! ¿hoy si que tienes prisa por llegar?
—¡No! Sólo ando más rápido —se miran extrañados, pero no les quiero decir nada.

Sí, tengo ganas de llegar rápido; hoy tengo ganas de llegar a clase; hoy hablaremos de los grandes exploradores… Hoy quizá, hablemos de él.

La señorita Mercedes, ha llegado puntual; va cargada de mapas, libros, fotos, y una gran bola del Mundo. ¡Casi no puede sola!

—¡Hoy hablaremos de los grandes exploradores!

Ha colgado un gran mapa del Mundo en la pared, y desde donde estoy intento buscar banderitas; las banderitas que siempre he visto colgadas; pero aquí no hay.

La maestra empieza a hablar: de Marco Polo, de Magallanes, de Hillary, de Admunsen…; habla de mares inmensos, de canales donde el mar es peligroso, de zonas heladas del Polo Norte, de países lejanos, de gente diferente a nosotros, de grandes montañas, de ríos muy muy largos… habla de muchos sitios y de estos grandes hombres, que anduvieron, y navegaron por zonas remotas que nadie conocía, y que a veces daban miedo… y entonces sé con certeza que él, es uno de ellos… estoy seguro!.

Mi tío Íñigo, era un gran explorador. No sale en libros, ni en enciclopedias, pero él también andaba por sitios remotos y vivía durante tiempo en sitios donde descubría lugares impresionantes de los que nos traía muchas fotos.

Mi tío Íñigo era alpinista. Descubría montañas inmensas, llenas de nieve, donde se pueden ver columnas de hielo que forman una gran ciudad, con torres de vigilancia; y donde todo es blanco, como un gran pastel.

Mi tío, vivía algún tiempo entre las nubes, y nos llamaba desde encima de ellas, cerca del cielo, donde por la noche podía tocar alguna estrella; y de día había un cielo azul, casi negro, un azul que jamás nadie de nosotros hemos visto.

Mi tío Íñigo, nos enseñaba en un mapa todas las cumbres que había conquistado, y les ponía una banderita: hay que tienen tres!

La maestra sigue hablando de los países donde los exploradores estuvieron: Argentina, Perú, China, Nepal…a mi me suenan todos, creó que en casa tengo fotos de todos; así que poquito a poco vuelvo a pensar en él…aunque miro a la maestra y pienso que ella no sabe que tengo un explorador cerca..y no sé si decírselo… me lo voy a pensar…

Mi tío Íñigo, descubría montañas; montañas altas que quitan el aire; cuando se iba yo le miraba por detrás de la puerta; veía las bolsas de colores y de plástico “que lo aguantan todo! – decía”, llenas de botas, de chaquetas enormes, de monos de nieve, de sacos para dormir, de cosas con nombres rarísimos , de los que no me acuerdo… lo miraba y se veía tan contento, que se notaba que iba a hacer algo muy grande, a explorar algo nuevo, impresionante…

Y cuando volvía, llegaba lleno de vida, de aire nuevo, de miles de aventuras, de cosas que le había pasado en la montaña, cerca de ella, de camino o junto a sus compañeros exploradores, y se ría con nosotros…y enseñaba fotos impresionantes…ni las del descubridores que enseña la maestra se parecen!

De repente, salgo de mis pensamientos, la maestra dice que muchos de los exploradores, de los grandes hombres de la historia, han muerto dando a conocer sitios únicos, y de los que ahora podemos disfrutar, y que gracias a ellos, se han podido hacer , muchas cosas.

Mi tío Íñigo, tampoco ha vuelto, su gran aventura acabó en una montaña inmensa; nos ha descubierto un sitio único como dice la maestra. Mi tío Íñigo, se ha quedado a vivir entre las nubes de una gran montaña, el Kanchenjunga (que nombre tan difícil). En un libro dicen que es una montaña sagrada, (alguien me tendrá que contar que significa) , dicen que tiene 5 tesoros: la sal, el oro, el grano, las armas ,y las escrituras sagradas, y que es muy importante porque es una diosa que da de vivir a la gente que esta allí.

Mi tío Íñigo, vive allí, en una gran montaña, descubrió un sitio mágico donde entre las nubes, y las estrellas, nos ve a todos, desde donde nos descubre cosas nuevas; se quedo allí con valor, sin miedo… muy muy contento: mi tío Íñigo… ¡era un gran explorador!

La maestra recoge los mapas, y pregunta:

—¿Alguno de vosotros, me podría decir algún otro explorador?

Levanto la mano, firme, con valor, sin miedo, pensado muy fuerte en él.

—Mi tío Íñigo… ¡era un gran explorador!

Todos me miran, alguno se ríe; la maestra me observa, pensativa. De repente sonríe:

—Pues explícanos su gran aventura…

Me levanto, salgo delante de toda la clase, alguno sigue riendo; pero cuando saco su foto, entre las nubes todos callan, y hacen un “oooooh” impresionante… y yo empiezo a explicar contento y muy orgulloso: «Mi tío Íñigo…»

Mientras hablo miro por la ventana, y allí esta él, sonriéndome, y escuchando lo que digo, asintiéndome con la cabeza, contento de verme…desde el cielo azul donde esta ha venido, y esta mi lado, me da valor, para hablar, para mostrarles a todos lo que hacía… Me guiña un ojo, y se siente muy contento. Mi tío Íñigo era un gran explorador.

 

En memoria de Íñigo de Pineda.

 

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