Autor de más de 50 libros ha fallecido a los 88 años

Domingo Pliego vuelve a las montañas

Domingo Pliego, gran divulgador del excursionismo, se ha ido a los 88 años. Autor de más de cincuenta libros era una persona con un conocimiento enciclopédico y facetas tan distintas como montañero, escritor, deportista, dibujante, músico, ingeniero…
Su sobrino, Miguel Amengual, ha escrito este texto recordando su figura.

Domingo Pliego en una visita la Librería Desnivel en octubre 2018.
Domingo Pliego en una visita la Librería Desnivel en octubre 2018.
Miguel Amengual | No hay comentarios |

Después de una temporada complicada, mi tío Domingo vuelve a las montañas donde fue tan feliz a lo largo de su vida. Un montañero de la cabeza a los pies, una persona educada, atenta y siempre amable. Su saber era enciclopédico; conocía todo sobre las sendas, los caminos y las crestas de nuestras queridas montañas del Guadarrama, de Gredos, de Pirineos y de Picos de Europa.

Todo lo había descrito y publicado tras una larga vida caminando por la sierra; sus descripciones eran absolutamente minuciosas. Sus primeras excursiones se remontan a los inicios de los años cincuenta del siglo pasado (me contaba que se hizo montañero porque no pudo ser cazador, al resultar imposible sacar en aquel tiempo el permiso de armas), las primeras salidas a Pirineos en el año 1955, el viaje a Sallent en una Lambretta de 125 c.c. en el año 1958 con mi tía Marisol de paquete y los macutos de ambos para las dos semanas que pasaron en el monte, la excursión a Gredos en autobús en su viaje de novios (corría por aquel entonces el año 1959), acampando en el prado de las Pozas.

Afortunadamente lo deja todo bien documentado, una delicia poder leer aquellas crónicas de otros tiempos. Una prolongada trayectoria llena de éxitos, una vida larga, ordenada y feliz. Domingo se ha ido con 88 años cumplidos, muchos años decía el hombre, si no es por una cosa será por otra, el cáncer, el deterioro, la edad. Es ley de vida. No somos eternos, él lo sabía y andaba esperando el desenlace, firme y resignado. Valiente, pero disfrutando de la vida hasta el último momento.

Hablamos hace pocos días, estaba animado a pesar de que le habían retirado el tratamiento. Poco más se podía hacer, la enfermedad progresaba y no tenía sentido seguir insistiendo sin conseguir ninguna mejoría: el mal no tenía cura. Semanas, meses, años, le dijeron los médicos sin poder precisar nada más. Son médicos, pero no son adivinos, justificaba él. Cierro los ojos y la cabeza se me llena de montañas (y de árboles y de libros y de sus preciosos dibujos y de sus investigaciones más variopintas sobre arquitectura, pintura o matemáticas…).

Todo le interesaba, siempre había algo que hacer, jamás se aburría. Recuerdo cuando preparábamos las salidas al Pirineo en los años ochenta, los itinerarios que sabía de memoria y repasábamos en su casa antes de partir; los recorridos por el Guadarrama o la Pedriza, la Sierra Pobre, las excursiones por Gredos descubriendo cada día algo nuevo, sus dibujos para mi librito del Cabo de Gata, los libros de árboles a los que dedicaba su atención en estos últimos años, las ilustraciones de los capiteles de la iglesia de Quintana, sus estudios matemáticos y su interpretación de pintores universales (Brueghel, el Bosco).

Todo lo anotaba (sus metódicas salidas semanales) y todo lo publicaba, más de cincuenta libros con seguridad (aparte de numerosos artículos, charlas y conferencias por toda la geografía), entre ellos aquella mítica guía de la Pedriza del año 1984 con el mapa de cordales y sus preciosos dibujos a plumilla, que guardo como un verdadero tesoro. Sin duda uno de los autores más prolíficos de la espléndida editorial Desnivel. Una manera de pervivir en el recuerdo, el legado escrito permanece al cabo del tiempo. En realidad se trata de una vida bien aprovechada en sus diferentes facetas: montañero, escritor, deportista, dibujante, músico, ingeniero…

Estos dos últimos años, con el cáncer y la pandemia, han sido un tanto desastrosos. Domingo se cuidaba mucho, pero nunca perdía el humor y seguía manteniendo una vida activa a pesar de las adversas circunstancias. Nos hemos visto menos, evitábamos el contacto directo, pero estábamos al tanto uno del otro y manteníamos una fluida correspondencia que nos hacía sentirnos muy cercanos. La acercanza, esa proximidad afectiva, esa cercanía vital que tanto se aprecia.

Cuando nos dejaron volver a salir, retomó con ganas e ilusión sus contactos al aire libre en un entorno cercano. Tenemos muchos años, si no es por una cosa será por otra, comentaba el hombre resignado, mientras afirmaba que si no podía ir a las montañas, caminaría por los parques más próximos donde descubría árboles y pájaros. No rendirse era el objetivo. Claro, de eso se trata, de seguir manteniendo la esperanza hasta el último momento. En uno de sus últimos mensajes me pedía excusas por la demora y me mandaba la preciosa imagen de la mariposa monarca que le había encargado, por entretenerle y porque se sintiera útil y activo hasta el último momento (aunque ilusión y tareas nunca le faltaban). Siento el retraso, pero las preocupaciones y otras cosas me han tenido inactivo estos días, escribía tras la retirada del tratamiento.

El hombre seguía dibujando por no perder destreza en los dedos (pues la quimio le había afectado la sensibilidad de las extremidades), mientras continuaba con sus preciosas ilustraciones: hojas, árboles, mariposas y pájaros de colores que me regalaba para decorar mis escritos con abejarucos, búhos y perdices. Incluso los jeroglíficos egipcios, con los que se entretenía a menudo y que tanto llamaban la atención. Su última excursión a Gredos, a primeros de mes, resultó fundamental para reunirse con toda la familia más cercana y de alguna manera transmitir las inquietantes noticias y poder despedirse. “Reseña de un fin de semana feliz”, titulaba su crónica habitual, aunque ya barruntaba que no podría volver nunca más a las montañas de Gredos. Tuvimos ocasión de charlar un ratillo al respecto.

Me contaba que se alojaron en “El Milano Real”, uno de los hoteles más bonitos que recordaba, con sus dibujitos decorando las paredes y la compañía de familiares y amigos. Me dijo que estaba contento, que aún tenía fuerzas y que se animó a subir, en el todoterreno de Paco, hasta la lagunilla de la Cañada del Gallo, desde donde se contempla una magnífica vista de toda la sierra. La misma por la que ahora andará trotando, más ligero que nunca, escaso de equipaje pues ya no lo necesita para nada.

El pasado día 15, completamente lúcido, escribía un párrafo desgarrador: “Peldaño a peldaño voy bajando la escalera final; el implacable Cronos no se para nunca, y es imposible remontar un escalón, ni volver atrás ni un solo día, así que no queda más opción que la de aguantarse con lo que nos ha tocado el Destino al final de la vida y tomarse las cosas con la mayor tranquilidad posible”.

Mi tía Marisol, sus hijos (mis primos Víctor, Elena y Belén) y sus nietos (Miguel y Eva) pueden sentirse bien orgullosos de un marido, un padre y un abuelo ejemplar. También yo puedo presumir de haber disfrutado tantos años de una persona tan valiosa y excepcional en todos sus aspectos. Ahora Domingo descansa en paz, aunque nos deja un vacío enorme en el corazón.

Seguro que nos seguirá guiando y acompañando en la vida y en todas nuestras aventuras montañeras. Porque uno no muere, mientras se le siga recordando.

Miguel Amengual


 

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