«El mundo depende de ti, la vida no terminará nunca»
Jim Morrison
Me pregunto si la vida no termina nunca, como decía su admirado Morrison, qué habrá sido de la vida de Güllich… si estará dando conferencias por el mundo, quizá acompañado de una numerosa familia, o puede que tras una jornada de escalada física pero no agotadora, buscando la calidad de los gestos, la escalada y el movimiento como un viaje hacia la autorrealización y las experiencias límite, se habrá ido a tomar un café y a charlar tranquilamente sobre la fortuna de estar ahí, escalando al sol, un ventado día de invierno. «¿Hay algo mejor que desayunar a mediodía, irse a una roca cualquiera, escalar cuarenta metros durísimos y a continuación sentarse en el café para celebrar las rutas?».
Era una adolescente cuando leí por primera vez este libro, que ahora vuelve a reeditarse. El tono de elegía, de despedida, tenía algo muy seductor para el momento convulso que estaba viviendo… y Güllich, como la mayoría de mis leyendas del rock, había muerto joven dejando un bonito cadáver.
Y me llegaba directo como un relámpago ese relato de los comienzos en Europa, Frankenjura y en el Woodstock de la escalada psicodélico, pocas épocas hubo tan vivas y creativas como aquélla que pasó en Yosemite… y con un sentido de la vida tan armónico y liberador.
Así lo describiría Wolfgang, entusiasmado, en un artículo publicado en 1986: «Esa vida turbulenta, esa atmósfera excitante a través de la continua actividad de los escaladores venidos de todo el mundo con sus diferentes intereses y esa escalada tan especial, atizaban el fuego de una tremenda y vivificante motivación».
Este libro encendió un fuego en mi joven corazón, envolvía conceptos tales como la proximidad a la naturaleza, el inconformismo y la realización individual. Esos comienzos en los que todavía estaba todo por inventar, este deporte no estaba reglamentado por ningún movimiento establecido.
Ninguna competición oficial entraba en juego. Se trataba de escaladores individualistas, pero no actuaban unos contra otros, sino unos con otros buscando la comparación de los resultados indirectamente, a través de la ascensión de los itinerarios más difíciles. Quien quería y podía se integraba en el juego según su propia inclinación, determinando el dónde y el cuándo según las ganas, la forma física o el humor y había una vida que vivir: única, intensa, irrepetible.
«Güllich no estaba hecho solo de escaladas, de rocas y vientos aunque en parte sí…»
Hay cierto desconsuelo en que esa vida ya no esté aquí. Cierta melancolía en las notas de este libro. Quizá también sea el tono que marca el escritor Tilmann Hepp, reconocido periodista en revistas especializadas que hoy día ejerce como escritor y sociólogo deportivo, y que fue uno de los mejores amigos de Wolfgang Güllich durante los últimos años de su vida, realizando con él numerosos viajes y escaladas.
Asimismo, ambos compartieron la autoría de varios artículos y de un innovador manual de escalada. El autor siente el trabajo en este libro como una montaña rusa de momentos bonitos, otros tristes y otros difíciles; y también como un gran privilegio: «Pude caminar tras las huellas de Wolfgang, seguir toda su vida y vivir todavía mucho tiempo con él».
Confiesa que ha escrito algunas cosas desde su punto de vista –un privilegio más del escritor– y seguramente el propio Wolfgang habría relatado algunos pasajes de otra forma. El escritor rescató a la persona y al ídolo. Por que no estaba hecho solo de escaladas, de rocas y vientos aunque en parte sí... «Lo más fascinante en él no fue sólo su sorprendente capacidad como escalador; lo que hechizaba a la gente era la cordialidad, la llaneza de su trato. Era un escalador excepcional y sin embargo se comportaba como ese tipo simpático de ahí al lado con el que se charla un rato».
En todo el libro se respira algo hermoso que termina pronto, y quizá por eso cobra una fuerza arrolladora, al conectarnos con todo aquello que dejó de existir en pleno brillo: una flor, una mariposa, un estribillo… Y las emotivas palabras de Jerry Moffat en el funeral: «Todos conocíamos de una manera u otra a Wolfgang. Era suave en sus modales, una especie de gigante amable, lleno de determinación, educado con todo el mundo, que trataba a todos los hombres y mujeres como a sus iguales. Nunca fue arrogante y casi se avergonzaba cuando la gente hablaba de sus proezas. Estaba orgulloso de lo que había conseguido, pero nunca de una manera ostentosa. Me parece asombroso todo lo que ha conseguido en sus treinta y un años de vida».
Consiguió un montón de hitos: Action Directe, el primer 9a de la historia, o la invención del campus son de los más conocidos pero también está la creatividad, las tierras vírgenes y la actividad pionera que pasaron a ser los vértices del triángulo mágico de su pensamiento deportivo.
Trasladó el límite en el ámbito de la dificultad; llevó la escalada libre a las torres de granito del Karakórum –a 6.000 metros de altitud– o las Torres del Paine, buscó las fronteras de la experiencia en solo integral; escribió el primer gran manual de Alemania y concibió el primer libro de imágenes sobre la escalada libre. Lo que a mí más me sedujo del personaje es que filosofó de un modo profundo sobre la escalada.
«La seducción radica en buscar la lógica en la locura porque la lógica de lo normal aburre»
Leyendo este libro, en los años en que también todo comenzaba para mí, fue la primera vez que sentí que la escalada era un estilo de vida, algo flexible que dependía de una misma, de los tiempos que corren y como decía Güllich «La flexibilidad de pensamiento producida fue un andamiaje para la creatividad, que a su vez influyó sobre el entorno, la idea del deporte y el estilo de vida».
Escalar era para él un estilo de vida; con altibajos, con baches en cuanto a la motivación y las depresiones propias de la existencia humana. Este texto intimo y lleno de reflexiones de Güllich en cierto modo me abrió los ojos a ese juego en el que, como él mismo afirmó, «la seducción radica en buscar la lógica en la locura porque la lógica de lo normal aburre».
Cuando en una ocasión en una entrevista para la televisión le criticaron por sus escaladas en solo integral «¡Es una especie de adicción lo que le fuerza a ello!» dio pie a que Güllich respondiera de una manera que iba más allá de la reacción, de la defensa o de la justificación, desarrolló un concepto que era una invitación a pensar en otras maneras de entender los códigos que la sociedad imponía sobre lo que es peligroso, lo que está bien o lo que está mal: «¿Qué significa adicción? ¿Qué es pasión, qué es adicción y qué es la búsqueda de una experiencia existencial?
Detrás de ello se encuentra la idea de que sólo abandonando voluntariamente los pensamientos respecto a la muerte podemos llegar a una vida consciente de sí misma. Esta conciencia –tan cómodamente apartada en nuestra sociedad– puede ser la oportunidad de vivir cada día como si fuera algo nuevo, como si fuera el último, con el mismo afán de vivir. La fuerza inestimable que surge de una intensa alegría de vivir nos obliga a reordenar los propios valores o contenidos vitales, o por lo menos a meditar sobre ellos, cosa que en ningún caso puede hacernos daño».
«Encontrarme con Güllich fue un regalo que marcó mi visión, mis valores y mi disfrute de la escalada»
En el momento en que leí el libro por primera vez estaba muy conectada con la muerte y las tragedias, en esa edad en que pareces inmortal y a la vez sientes que todo es tremendamente frágil, encontrarme con Güllich fue un regalo del que estuve disfrutando mucho tiempo y que en gran medida marcó mi visión mis valores y mi disfrute de la escalada.
En aquella época, antes de partir, Güllich indagaba sobre la esencia y la apariencia de la suerte y se mostraba confiado: «He vivido mi vida de un modo pleno e intenso. He podido ver muchos países y conocer mucha gente. He visto los ángulos más ocultos de mi propio yo colocándome conscientemente en situaciones extremas. Con ello he llegado a conocerme tan bien a mí mismo que contemplo como un regalo todo lo que todavía está por venir».
Murió el 31 de agosto de 1992 en un accidente de coche. Hoy tendría 59 años… y quizá seguiría siendo el tipo amigable que tenía tiempo para todo el mundo, que hablaba con todos de manera natural y espontánea, sin importarle grados o procedencias. Las figuras carismáticas le fascinaron durante toda su vida. Siempre le impresionaba el lado humano, el magnetismo de sus semejantes, tanto si sabían escalar como si no. Quizá no fue consciente de que él mismo se había convertido en una de esas «figuras carismáticas» capaz de inspirar a generaciones enteras, y de desmantelar el alma de una perdida adolescente.
Gracias por tu inmenso regalo. Si la vida no se acaba nunca, aquí te esperamos, aunque sea entre las líneas de un conmovedor pasado.
«Una increíble sensación de alegría borra todo rastro de tensión; repentinamente tengo la impresión de que no estaba en juego mi vida, subjetivamente no estaba haciendo nada peligroso. Estoy sentado en la plataforma llana de la cumbre y aprecio el sol, «la realidad aparte» pertenece ya al pasado. Es el pensar en la muerte lo que nos hace sentirnos vivos.»
Wolfgang Güllich (Después de la primera ascensión en solo integral de Separate Reality, Yosemite, 1986)