La historia del alpinismo está íntimamente ligada a la de las herramientas y las técnicas que acompañan la conquista de la altitud. “El éxito de una ascensión depende mucho de la calidad de las botas y su adaptación”, escribe el francés Georges Casella en una guía de alpinismo publicada en 1913. Pero muchas han sido las épocas, las escaladas y los inventos con los que se han pisado las montañas. El libro Alpinismo. La saga de los inventos, escrito por el periodista Gilles Modica y prologado por Catherine Destivelle, hace un recorrido a través de cientos de artilugios. Nosotros hemos elegido este extracto sobre las botas para que deis los primeros pasos entre sus páginas.
«Mágica»: la alpargata
Prendado del Cervino, el italiano Guido Rey, alpinista, escritor e industrial, tenía cuarenta y nueve años (1910) cuando visitó por primera vez las Dolomitas. Allí descubre una roca, un estilo y un par de zapatillas. Guido Rey, en el macizo del Catinaccio, hace la Torre Winckler detrás del diablo con suelas de gato Tita Piaz [una imitación tosca y andrajosa de unas alpargatas denominada le scarpe da gatto, unos pies de gato incipientes].
Se siente encantado por unos movimientos gimnásticos desconocidos en los Alpes occidentales. La roca subyuga, intoxica a Guido Rey. Las alpargatas también. Le parecen maravillosamente adaptadas a esta roca: «La flexible suela de cuerda hace sentir los apoyos y se adhiere, se agarra en los granitos más suaves; el pie se amolda a las formas de la roca como si estuviese desnudo; siente la excelencia de la roca que lo soporta y, cuando se vence la desconfianza, se siente seguro encaramado a imperceptibles salientes en las paredes verticales».
Guido Rey califica estas alpargatas con el adjetivo mágicas, que se transmite de generación en generación. «Para mí, ir calzado por primera vez con alpargatas mágicas es algo completamente nuevo; me parece que dan al paso una elasticidad y al cuerpo una ligereza ideales; y el miedo que siempre ha despertado en mí el aspecto abrupto de la pared deja sitio a un sentimiento de confianza, a una borrachera por la ascensión como si me pusieran alas en los pies», dijo Guido Rey.
Los pies dan confianza y calma, esa calma que nos abre los ojos. Tita Piaz se lo repite a Guido Rey: «Se sube con los ojos; busca con calma y encontrarás por todas partes dónde poner el pie».
En estos años (1900) y durante la «batalla del sexto grado» (1920-1940), preocupados por la precisión o por la economía, para no estropear sus alpargatas tras solo unas horas de escalada, algunos acróbatas de los Alpes orientales escalaban completamente descalzos. En Cassin, il était une fois le sixième degré (Cassin, érase una vez el sexto grado), Livanos cita el caso de Hans Graffer, un especialista de las Dolomitas del Brenta, quien decía que sabía que se encontraba con un sexto grado cuando tenía que quitarse las alpargatas.
Hans Vinatzer, maestro del sexto grado y carpintero, se descalzaba ante las grandes dificultades. Subió descalzo por la cara Sur de la Punta di Rocca (Marmolada, 1936) por pasos donde, cuarenta años más tarde, sus herederos más destacados dudaban de sus dedos y de sus suelas.
Desde 1900, en Saxe, sobre la arenisca del Elba (Elbsandsteingebirge, paredes de un centenar de metros), el hábito de escalar descalzo se hizo habitual con la finalidad de trabajar la dificultad y el arte del movimiento. Uno de los mejores escaladores de esta escuela, Rudolf Fehrmann, logró escalar antes de 1914 algunas vías históricas en las Dolomitas. El diedro que lleva su nombre en el Campanile Basso del Brenta es de una notable simetría y verticalidad.
Caucho con relieve y sin él: la Vibram y el pie de gato Pierre Allain
El Manuel d’alpinisme de 1934 precisa: «Con el caucho bajo diferentes formas se obtiene la mayor adherencia en todas las rocas pulidas». La suela Vitale Bramani, llamada Vibram, es una suela rígida de caucho con relieve. Por otro lado, la suela Pierre Allain es una suela flexible en caucho liso.
El pie de gato de los Drus es el prototipo de la zapatilla que Pierre Allain fabrica y comercializa después de la guerra (1948) bajo sus iniciales (P.A.). El pie de gato cambia de nombre después de quince años y se expande bajo las iniciales de Édouard Bourdonneau (E.B.), zapatero y exsocio de Pierre Allain. El inventor, privado de su invención, diseña un nuevo P.A. fabricado por Richard Pontvert con refuerzos en tela roja, ligeramente armado, mucho menos popular que el E.B.
En 1930, la búsqueda del sestogrado superiore obligaba a los escaladores a encontrar otros movimientos u otras herramientas: la invención estaba a la orden del día. Pierre Allain no era el único escalador que buscaba el material ideal para la suela de un pie de gato.
Después de 1945, los alpinistas franceses no dudan que la Vibram vaya a ser la suela del futuro, pero con las penurias de posguerra hacía falta el talento y la destreza de un manitas para hacerlo posible y extraer una buena suela de un trozo de neumático.
Escuchemos a Pierre Leroux: «Hacía falta partir de bandas de rodadura de neumáticos de camión pero el diseño de los neumáticos nuevos —suponiendo que se pudiesen conseguir— no era el adecuado. Por ello, había que encontrar, lo que ya no era fácil, un neumático de camión usado, de gran diámetro, con banda lisa para que la superficie fuese lo más plana posible.
En esta materia prima tallaba una tosca plantilla de las suelas y, luego, utilizando una sierra para metales y una navaja Opinel reafilada constantemente, intentaba obtener, haciendo surcos en toda la superficie del caucho, los famosos dibujos en relieve que debían permitir su adherencia a la roca y, a la vez, sujeción correcta sobre la nieve.
Para llegar a buen puerto en este trabajo, hacía falta tener buena mano y una paciencia infinita. Cuando por fin estas suelas estaban esculpidas, las pegaba y atornillaba bajo una palmilla de cuero. El resultado valía la pena a pesar de que existía cierta tendencia a que se despegaran con el uso».
Amigos desde hacía poco, a Louis Lachenal y Lionel Terray les devoraba la curiosidad y la impaciencia. ¿A qué se parecía el sestogrado? ¿Sería necesario, como se hacía antes de la guerra, atacar el espolón Walker con un par de botas claveteadas para la nieve y el hielo y un par de alpargatas para la roca? En estas placas de sexto grado (una graduación Cassin, de la que se desconfiaba bastante) resultaba imposible no hacer más pesada la mochila con este par de botones tan pesados como las mil páginas de un listín de teléfonos.
Lachenal tenía conocimientos de zapatería. Montó suelas artesanales de caucho en una especie de botín de cuero y fabricó dos pares de botas, prototipos, según Terray, de todas las botas Vibram que se venderían a partir de entonces: «Con una extraordinaria habilidad, completamente artesanales, dos pares de botas que, salvo por algunos detalles, eran similares a las que todos los escaladores utilizan hoy en día».
Terray juraba que eran más ágiles con botas firmadas por Lachenal que con la mejor de las alpargatas: «En la escalada en roca una mayor rigidez de la suela hacía posible la utilización de hasta las más pequeñas irregularidades; y permitía, incluso, una agilidad superior a la que teníamos con las alpargatas». Calzada de ese modo, la cordada ejecutaría la tercera ascensión del Espolón Walker en 1946.
La necesidad agudiza el ingenio. Y escalar montañas puede ser una necesidad tan urgente como cualquier otra….
Si Y que tiempos, donde el montañero/escalador le daba a la inventiva y la elaboración para superarse sin ‘ayuda’ de terceros… Que Grandes
Una maravilla de libro.