Año 1978, Polonia. Dos escaladores entran en un despacho que tiene una vitrina con varios tomos de las obras de Lenin. Por la ventana se ve una chimenea de ochenta metros descascarillada, vigorosa. El dueño del despacho pregunta cuánto les llevaría pintarla y ellos contestan que una semana.
—¿Una semana? Pero si una semana no es suficiente ni para levantar el andamio…
—Es que nosotros pintamos sin andamios.
—¿Y cómo lo hacen?
—Con cuerdas.
Les va un millón en la tarea, la cantidad necesaria para poder montar una expedición al Himalaya. En ese momento, un millón de zloty son doscientos salarios mensuales. Por una chimenea como la que se ve por la ventana pueden llegar a cobrar un cuarto. El dueño del despacho insiste:
—¿Con cuerdas?
—Somos alpinistas. De verdad que somos capaces de hacerlo.
Cuando Jerzy Kukuczka cierra el trato y asciende por a la chimenea con el bote de pintura, en realidad se está acercando a la cumbre del Lhotse, el primer ochomil que conquistará en su vida. Ocho años después cerrará la lista de las catorce montañas más altas de la Tierra, solo unos meses después de que lo consiga Reinhold Messner por primera vez en la historia. “No eres el segundo, eres grande”, le dice con admiración.
Mi mundo vertical demuestra que Jerzy Kukuczka peleó los Catorce con estilo
Mi mundo vertical es la autobiografía que narra las conquistas de Kukuczka en el Himalaya y el Karakórum, y también un relato de lo que sucedió entre bambalinas: “Si viviera en algún lugar de Occidente me llamarían alpinista profesional”, dijo una vez para lamentarse de su contexto, pues en la Polonia comunista donde vivió tenía que dividir su talento. Una parte se invertía en escalar, la otra en burlar la escasez de medios para inventar tretas como la de la chimenea y pagar las expediciones. “Por alguna extraña razón a nadie le chocaba que cuarentones se encaramaran a chimeneas con cubos de color y grandes brochas”, cuenta en el libro, “personas de gran formación académica, por añadidura”. Pero la perspectiva de poder viajar al Himalaya era suficiente para que la edad y los conocimientos científicos perdieran su importancia.
Jerzy Kukuczka fue un hombre modesto y familiar que aún figura como uno de los alpinistas más innovadores. Mi mundo vertical demuestra que peleó los Catorce con estilo: en su currículum figuran nueve aperturas de nueve rutas, cuatro primeras invernales y solo en el Everest uso oxígeno artificial. Kukukuczka transmite con asombrosa sinceridad sus sentimientos en los momentos más difíciles de su carrera, retrata a sus amigos —algunos de ellos himalayistas de renombre, como Voytek Kurtyka, Krzysztof Wielicki o Wanda Rutkiewicz— y hace alarde de un admirable sentido del humor al hablar de la cruda realidad sociopolítica que lo rodeaba.