Era en sí mismo una sonrisa desenvuelta. Un cigarro a medio fumar y una aventura por culminar. Fuerza y veracidad. Guillermo Mateo fallecía en el hermoso Ama Dablam, en Nepal, este invierno. La expedición la formaban Ramón García, los madrileños Miguel Ángel Vidal, Carlos Gallego y Jesús Gutiérrez, y los catalanes Xavi Deviala y Paco Crestas Sánchez. El mazazo cruel llegaba tras hollar la cima. Guillermo descendía y, desviándose de la ruta buscando el emplazamiento para un vivac, se precipitaba por 300 metros por la cara oeste. Pero más importante que cómo murió es, siempre, como vivió. Por eso la Librería Desnivel acogía el pasado viernes 23 un homenaje al curtido alpinista, al que no faltaron amigos, familiares y toda una suerte de seres que antes o después disfrutaron de la compañía de este especialista del hielo.
Empieza Gabi, al que conoció con 17 años. Las fotos se deslizan por la pantalla mientras nos relata las raíces alpinas de Guillermo. Él siempre miraba las cimas, el final de las rutas… y decía «venga, esto está chupado». Pasión en los ojos. Se le ve muy joven, con todas las montañas por delante. Gabriel Martín le recuerda como una fuerza incontenible. Telúrica. El primero en todo. Escuchando plácidos, en sus sillas, encontramos a Luis Fraga, Pedro Chapa, Mónica Serentil…
Sus inicios
Turno de Paco Aguado. Sería el creador de SoloClimb una de las personas que más tiempo pasaran junto a Guillermo Mateo. La proyección se detiene, mostrando la foto del día que se conocieron. Guillermo le había pisado una vía a Paco y -a veces los finales son exclusivos- se hicieron amigos. Guillermo hacía, ese día, dos cosas habituales en él: caer bien y tocar los cojones. Luego vinieron muchos años de escaladas y de hielo. Mateo, que supuso una importante aportación en la escalada de Galayos, compartió tiempos con Felix de Pablos o el Musgaño y era capaz de mangarle una magnífica cinta de Pink Floyd a Paco Aguado, para grabar encima, junto a otros compañeros, unos improvisados cantos indios, con los que se arrancaron alguna noche fría de pared.
Quiso a los Alpes, como muchos otros. Allí con veintitantos y solteros, tras dos meses de sudor y amigos, fue el único capaz de arremeter contra el corazón despiadado de unas francesas -inconscientes- que se acercaron al campamento. Fueron dos. Guillermo se apuntó una. ¿Y la segunda?… ¡Guillermo se apuntó dos! Paco Aguado lo recuerda con la misma sorpresa que debió suponer en su momento. «Gordo panzón» le llamaba Mateo…y ríen Jesús Gutiérrez, Rosa Fernández Arroyo, Carlos Gallego, el escritor David Torres…
Máximo Murcia compartió con él el espíritu colorido de la escalada. Vivió la revolución de esta, el free climbing. Tonos flúor y ambición. Intentaron juntos, en tres ocasiones, la mítica norte del Eiger. Llegaron a alcanzar el vivac de la muerte pero un fallo en la meteo suiza pudo con ellos. Otra foto descansa en la pantalla. Guillermo, té en mano, aparece sentado, tranquilo, en una cueva de nieve que se les ha venido abajo. Un manto blanco cubre su cuerpo y lo que le rodea. Entonces dijo algo que Maxi siempre recordaría: «Joooooooder….», después continuó bebiendo su té.
Alpinista maduro
Guillermo Mateo, inmerso una arriesgada época de motero, acudía con Pablo Aguado a Nepal. Más concretamente al Dhaulagiri, sin porteadores y autofinanciados. Siguen pasando imágenes, en la mayoría se advierte el pecho desnudo de Guillermo, descamisado, y micrófono en mano, Pablo, nos lo describe como «el primero en madrugar y ayudar, el primero en querer ascender, nunca se cansaba». Había visto y sufrido los cambios en el material y en la técnica, y seguía siendo una máquina del hielo, adaptándose e imprimiendo ese carácter osado y valiente a cada escalada.
A pesar de que se trata de rememorar con sentido del humor, con alegría, a Guillermo, Juan Pedro Álvarez no puede vencer la emoción. Le cuesta hablar. Ha sido duro. «Era un tío cojonudo», dice, y más claro, agua. «Un tío cojonudo con amigos más raros que un perro azul», continúa. A Juan Pedro Álvarez le salvó la vida, y pocos en aquella situación lo hubieran podido hacer. Hubo muchos vivacs y muchas charlas, mucho humo de cigarros y una sonrisa ingobernable. Guillermo era competente tanto en una expedición como en una fiesta. «Siempre fue positivo», explica a duras penas, y recuerda sus infames camisetas, como aquella de Súper Mario.
Última etapa
Woody Allen le preguntaba a la muerte si en el cielo había mujeres. Guillermo por una cascada de hielo y una máquina de tabaco. Y estoy convencido de que ya ha liado a algún ángel para ir el fin de semana a escalar.