ANIVERSARIO

Así fue la desaparición de Hermann Buhl en el Chogolisa

El 27 de junio de 1957 Hermann Buhl desapareció en el Chogolisa cuando se partió la cornisa por la que descendía. Junto a él iba un jovencísimo Kurt Diemberger, que dio fe de sus últimas huellas y contó lo sucedido en la autobiografía Entre cero y ocho mil metros.

Hermann Buhl en el Broad Peak (junio 1957)  ()
Hermann Buhl en el Broad Peak (junio 1957)
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Ayer fue el aniversario de la desaparición de Hermann Buhl en el Chogolisa cuando descendía sin haber podido alcanzar la cima. Tenía 32 años y lo rodeaba un aura de celebridad por haber realizado en solitario la primera ascensión al Nanga Parbat. Junto a él iba un jovencísimo Kurt Diemberger, con quien unos días antes había conseguido estrenar la cumbre del Broad Peak. Años después, contó la desaparición de su maestro en el libro Entre cero y ocho mil metros:

El Chogolisa era una montaña encantada. Altura 7.645 metros; no era la altura lo importante, sino la belleza del monte.

[…]

Llegó el 27 de junio, un día hermoso, tranquilo, un regalo del cielo. Estábamos felices. El día de descanso nos había sentado bien. Nos sentíamos rebosantes de fuerza, y ardíamos en el deseo de correr a la cima.

A las cinco menos cuarto de la madrugada nos pusimos en marcha. Aún hacía mucho frío. Pero el cielo se tornaba cada vez más claro sobre el Baltoro Kangri. Al sur se vislumbraba ya un mar de cumbres, todas de seis o siete mil metros. En el K2 ya hacía sol. Del Broad Peak solo era visible la cima principal. Precisamente cuando acabábamos de iniciar la gimnasia anticongelaciones, agitando las piernas, fuimos alcanzados por los rayos solares. ¡Calor! Caminábamos pisando satisfechos la nieve centelleante. Sin carga, nos sentíamos extraordinanamente ligeros.

«¿Cómo sería más arriba, en la parte superior de la arista, donde las cornisas formaban una orla ininterrumpida?»

Avanzábamos a buen paso, manteniéndonos exactamente sobre el tilo de la cresta, a derecha o a izquierda, aunque las condiciones no fuesen ya tan favorables y a pesar de la nieve profunda. Además, el viento había formado placas peligrosas en una ladera. En efecto, una de ellas se fracturó muy cerca de nosotros y rodó al valle en forma de avalancha, cayendo sobre el plató del Paso Kaberi. Estábamos impresionados y nos manteníamos exactamente sobre el filo de la cresta. Aún no había cornisas. ¿Pero cómo sería más arriba, en la parte superior de la arista, donde las cornisas formaban una orla ininterrumpida que sobresalía metros y metros? La ventisca de los días precedentes seguramente las había agrandado aún más.

[…]

Avanzamos más deprisa. Allá arriba empieza el último repecho de la arista. Inmediatamente por encima distinguimos el torreón de la cumbre. Otros cuatrocientos metros…

Una pequeña nube está trepando a lo largo de la pendiente. Cada vez se hace más grande, nos envuelve, recubre la montaña. De improviso se desata el infierno. Velos grisáceos aparecen al otro lado de la cresta. Todo se vuelve terriblemente oscuro. Continuamos luchando hacia lo alto, atravesando nubes de ventisca; inclinados hacia adelante nos resistimos al huracán, que aquí, sobre la arista, nos embiste con toda su fuerza, nos tira de la ropa, quiere levantarnos del suelo. Hace frío, y la cara nos duele a causa de las agujas de hielo que el viento nos lanza al rostro. Solo vemos a pocos metros de distancia. Casi no podemos avanzar. Continuamos turnándonos. Avanzamos apretando los dientes.

¿Cómo es posible este cambio tan imprevisto? Recuerdo el azul del cielo, momentos antes. Todo ha ocurrido en un instante.

[…]

«¡Tenemos que volver inmediatamente! ¡La ventisca está borrando las huellas y corremos el riesgo de salirnos de ellas hacia las cornisas!». Hermann tiene razón; no habíamos pensado antes en este peligro, y la visibilidad se ha reducido casi a cero.

«La tempestad se desencadena con invariable violencia»

Ahora hay que actuar con rapidez. Instantáneamente damos media vuelta. Hermann se encontraba en cabeza, así que ahora voy yo delante. Hermann me sigue, a una distancia de seguridad de diez o quince metros. No más, porque me perdería de vista.

Desciendo a tientas, encorvado. Increíble. ¡Cincuenta metros más abajo ya casi no distingo nuestras huellas! Solo han quedado los profundos hoyos hechos con el piolet. Pero muy pronto también estos se van haciendo escasos, cada vez más escasos. La tempestad se desencadena con invariable violencia.

Ahora debemos hallarnos a 7.200 metros. Pronto llegaremos a la escarpada pendiente de las avalanchas, que nos había forzado a ceñirnos tanto al borde de la cornisa. ¡Si al menos pudiera verse algo! Me vuelvo un instante: Hermann viene detrás de mí, siempre a la misma distancia, siguiendo mi huella. Mientras desciendo, no aparto la vista de la izquierda, tratando de penetrar con la mirada más allá de la niebla. Pero vislumbro algo más oscuro hacia arriba, algo más claro hacia abajo. Debe ser el borde de la cornisa. Me parece bastante distante, aunque la niebla puede engañar. Será mejor, sin embargo, mantenerse ligeramente más a la derecha. ¡Pero cuidado con la fuerte pendiente! ¿Cuándo llegará?

¡Otro hoyo de piolet! Miro con atención a la izquierda, y sobre la superficie de nieve que hay delante de mí. Ahí hay otro apenas visible… ¡Whumm! —siento como si me recorriera una descarga: todo tiembla, la superficie de la nieve parece descender por un instante—. En el mismo momento, sobresaltado, salto hacia la derecha y luego doy otras dos o tres zancadas.

«Allí… sus últimos pasos sobre la nieve»

Continúo un poco por la escarpada pendiente que tengo a mis pies, todavía conmocionado por la imagen: el borde de la cornisa… Ya estaba en la cornisa. ¡He tenido suerte! ¿Qué dirá de ello Hermann? Me detengo, miro hacia atrás. Pero me encuentro el gran arco de la pendiente, que oculta lo que hay detrás. Ahora la visibilidad es mejor: dentro de poco aparecerá Hermann. Qué extraña ha sido esa sacudida: ¿la habrá producido la nieve, al ceder bajo mi peso?

Hermann no llega. «¡Hermann!». No será… ¡Por amor del cielo! Aquella sacudida. ¡Hermann! Corro jadeando pendiente arriba. Aquí está el resalte, y detrás la vasta superficie. Está vacía.

Hermann. Tú…

Se acabó.

Avanzo unos metros más. Allí… sus últimos pasos sobre la nieve… Y allí, el borde de la cornisavdestrozada. Detrás, el abismo oscuro.

Hermann ha caído por la cara norte.

La fractura de la cornisa… la sacudida…

Comentarios
1 comentario
  1. Con sus dos primeras a ochomiles (Nanga Parbat y Broad Peak) Hermann Buhl se convirtió en uno de los grandes mitos sobre todo por su impresionante ascensión en solitario al terrorífico Nanga Parbat. Una verdadera lástima que este austriaco de 32 años desapareciera con la fantástica carrera alpinistica que le aguardaba. En cuanto a Kurt, que decir de este extraordinario luchador, al que tengo el gusto de conocer personalmente.

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