La ascensión de Hemann Buhl al Nanga Parbat forma parte de las grandes historias épicas del himalayismo. Estamos en 1953, poco antes —el 29 de mayo— se ha ascendido el Everest. Y tres años antes, el 3 de junio de 1950, el Annapurna. Es por tanto el tercer ochomil que ascenderá el hombre. Los franceses (Maurice Herzog y Louis Lachenal) tienen el privilegio de ser los primeros seres humanos en poner los pies en un ochomil. Los ingleses los conquistadores de la montaña más alta del mundo (aunque serán un neozelandés —Edmund Hillary— y un sherpa –Tenzing Norgay– quienes alcanzarán la cima). Los alemanes han organizado una nueva expedición a “su” ochomil, el Nanga Parbat, una montaña que les ha supuesto ya 26 muertos (11 alpinistas y 15 sherpas). La expedición está dirigida por Karl Herrligkoffer, que tiene un concepto muy jerárquico, propio de otras épocas, de lo que significa liderar una expedición. Hermann Buhl desoye las órdenes de Herrligkoffer y se lanza a intentar la cima. Así lo cuenta en su biografia «Del Tirol al Nanga Parbat».
«Una gran montaña, un ochomil, no se deja conquistar sin afrontar grandes riesgos personales. Los dirigentes de la expedición de 1953 no quisieron responsabilizarse de ellos… No fuimos unos locos. También nuestra voluntad estuvo guiada por la razón. En nosotros ardía el juramento a la montaña y a los muertos intentarlo con todas nuestras fuerzas”.
En la cima, como prueba de su ascensión, deja el piolet
Hermann Buhl alcanzará la cima el 3 de julio 1953, muy tarde, anocheciendo. A pesar de ello se detiene hacer unas fotos y deja en ella su piolet:
“Como prueba de la primera ascensión, ya que nadie puede observarme, y a la par como símbolo, abandono mi piolet con la bandera de Pakistán… además añado algunas piedras altas, algunos pedruscos más, formando un pequeño hito…”.
Inicia el descenso cuando ya se está haciendo de noche. “Aún no puedo calibrar lo que he hecho. Lo único que quiero es volver al valle, a los humanos, a la vida…”.
Pronto descubre que no ha sido buena idea abandonar el piolet en la cima: “Los dos bastones de esquí no son un buen sucedáneo del piolet”. Para colmo pierde la correa de un crampón, que logra sujetar antes de que caiga. Pero no lleva otra correa, ni siquiera un cordino con el que atarse otra vez el crampón. Así que tiene que seguir con uno solo y la ayuda de los dos bastones.
Se hace de noche y tiene que vivaquear, por encima de los ochomil metros, de pie, con la espalda apoyada en la pared. Pasa una noche durísima. Con los primero rayos del sol comienza el descenso. Un descenso épico, con un solo crampón.
“Continúo destrepando el canalizo un trecho interminable, siempre con solo un crampón; el otro lo llevo en el bolsillo frontal de mi anorak”.
«Tengo una sensación extraña: no estoy solo. Hay ahí un compañero que me protege…»
Un descenso en que siente que alguien le acompaña:
“En estas horas de máxima tensión se apodera de mí una sensación extraña. ¡Ya no estoy solo! Hay ahí un compañero que me protege, observa, asegura. Sé que es un dislate, pero la sensación persiste…”.
“Le echo la bronca al acompañante que me sigue… Noto ahora, además, cómo va detrás de mí, siempre pegado detrás”.
Por fin, a las siete de la tarde, 48 horas después de haber partido, alcanza el último campamento donde le esperan dos de sus compañeros. Al abrazarse están a punto de llorar. Algo absolutamente normal y que, sin embargo, merece una justificación en su biografía: “Hay momentos en que no es ninguna vergüenza que dos hombres lloren…”.
«Ahora lo sabemos: no somos solo compañeros de expedición, nos hemos hecho amigos»
Así describe aquel momento del reencuentro con sus compañeros, a quienes no les preocupa si ha hecho o no cima, sino —simplemente— su estado físico:
“Walter y Hans: leo en sus ojos júbilo y gratitud, y ahora se ocupan de mí con paternal amistosidad. Hans me sirve té y café por litros, eso hace que la vida penetre paulatinamente en mi deshidratado cuerpo. Ni siquiera preguntan si coroné la cima. Les trae sin cuidado. Lo que cuenta es que yo he vuelto sano. Esta unidad espiritual es la vivencia más impresionante de toda la expedición. Ahora lo sabemos: no somos solo compañeros de expedición: nos hemos hecho amigos. A esto, ya Walter me quita las botas, y solo ahora noto que la montaña se ha cobrado su tributo. Los dos primeros dedos del pie derecho están ya algo coloreados e insensibles. ¿No había notado yo nada en el descenso? Walter trata ahora las congelaciones. Nos apretamos los tres en la estrecha tienda de asalto, y yo es que tengo que informarles, y cuento y hablo, en catarata, como un reloj al que se ha dado cuerda y que no puede parar así como así.
¡Estoy otra vez fabulosamente sano! ¿Qué ocurre, son los nervios? Les pinto a los otros el arduo recorrido, y ellos atienden, tensos, mis palabras. El silencio es cada vez mayor, y solo a medianoche noto que ellos se han dormido ya. Ahora trato también yo de dormir, pero sigo acostado en la tienda con los ojos abiertos. Me siento bien, estoy de nuevo con los compañeros, me sé abrigado y seguro. Los pensamientos continúan allá arriba, y yo mismo no logro concebir que de veras haya yo estado en la cumbre del Nanga Parbat. Cuán a menudo soñé con este momento, y ahora resultaba tan distinto, tan inverosímil. Y el vivac: a mí mismo me parece, mirando atrás, como el gran milagro de un poder benigno”.
La recepción en el campo base «es fría con ganas»
Sin embargo, la llegada al campo base no puede ser más fría:
“¿Es que no van a hacernos de algún modo un recibimiento especial? Nos alegramos de poder llevarnos a nuestra tierra el triunfo, nuestro férreo aguante no fue, pues, vano. Ahora estamos aquí, a unos pasos de las tiendas. La recepción es fría con ganas. Únicamente los porteadores muestran de modo abierto júbilo por la victoria, ahora pueden volver orgullosos a sus mujeres. Nos cuelgan coronas de flores”.
El jefe de la expedición, Herrligkoffer, no le felicita: “Tengo que referirle primero pormenores de la ascensión a la cima, sólo después se informa sobre mi pie”. (Ha sufrido congelaciones)
Más tarde, a la hora de cenar, tampoco hay celebración: «A la tarde nos reunimos en la tienda-cocina. No se festeja nada, solo tomamos el resto del suministro que quedó aquí”.
«Ahora que han pasado ya unos días esta ascensión a la cima me parece completamente irreal»
El final del relato que hace de su ascenso en Del Tirol al Nanga Parbat es conmovedor. Sus compañeros se ocupan de él. Sin embargo, aún con congelaciones tiene que ponerse a escribir a máquina el informe que le exige Herrligkoffer… mientras lo hace piensa en lo irreal de su ascensión al Nanga Parbat.
“Hans y Walter toman a su cargo mi cuidado y se ocupan conmovedoramente de mí. Ahora ya no puedo andar, en absoluto. Tengo en el pie una herida abierta, los dedos congelados están negros ya. Me pongo a escribir a máquina las impresiones de mi ascensión a la cima, que nuestro director de expedición reclama impaciente. Mientras tanto, miro una y otra vez al exterior de la tienda, contemplo la imponente pared norte y, arriba, el altiplano, que destaca como albo festón contra el azul del cielo. Y mientras la vista queda prendida allá, mis pensamientos están constantemente en esas horas decisivas, y ahora que han pasado ya unos días, esta ascensión a la cima me parece completamente irreal. Se me antoja algo soñado que no se puede entender, tan inconcebible y, sin embargo, tan presente…».
«En la montaña no pintas nada. De ti no se hará nunca un montañero»
Lo más increíble de toda esta epopeya y, en general, de la historia de Hermann Buhl es que, como relata en su biografia,«era de niño tan delicado, tan enclenque, que incluso empecé el colegio un año después de lo normal». Hasta el punto que los montañeros experimentados, al ver su aspecto, se lo dijeron así de claro: «Tendrías que quedarte en casa. En la montaña no pintas nada. De ti no se hará nunca un montañero».
La historia de Buhl es una historia de voluntad, superación, motivación, pasión por la montaña: «El ser humano se crece ante las metas superiores. Incluso cuando, como en mi caso, sus posibilidades son tan mínimas».
A Hermann Buhl le gustaban las montañas, odiaba todo lo que tenía que ver con el militariasmo…Cualquier época tiene sus complementos para los deportistas o aventureros, en su época puede que la pervitina lo fuera….
Pervitín, la droga y estimulante de la Wehrmacht. https://www.youtube.com/watch?v=Ibj3_Pj2 n94 Mucho más que el O2, o por lo menos no tan saludable.
No tengo nada en contra del uso de estimulantes…la cafeína también lo es…la hazaña y el coraje me parece de otro mundo…
Efectivamente. Un abrazo para Jalovec, pues. Es decir, primera solitaria (aunque dentro de una expedición pesada) y también sin oxígeno a un ochomil. Con pervitina («coca», «Padutine» «dextrosport» y «poderosos excitantes» … nadie lo ocultó). Sin embargo, ay, después no le pudieron inyectar novocaína para los dedos congelados de los pies. No se puede juzgar el pasado simplemente con los ojos de hoy. Escribió Herrligkoffer (Victoria en el Nanga Parbat, Juventud, 1954, pág. 177): «Contra la opinión de muchos de nuestros camaradas, insistí desde el principio en que lleváramos aparatos de T. S. H. [telegrafía sin hilos] y botellas de oxígeno. Si el azar ha hecho que no llegáramos a emplear estas últimas…»
hermann buhl por supuesto no usaba oxigeno embotellado….. aqui la peli original https://www.youtube.com/watch?v=Xz5kOQWg 7Vs
No se comenta nada de la pervitina…
Y no usó oxígeno embotellado. ¿O sí? Para quien sepa la respuesta, un abrazo.
Dios, cómo añoro aquel montañismo cuando todo estaba por hacer, casi o había mapas, ni partes meteorológicos a destajo, ni teléfonos via satélite, ni internet, ni empresas comerciales, ni cuerdas fijas….solo capacidad, ilusión, valor y determinación. Cualquier comparación con lo actual es un insulto a aquellos grandes hombres y mujeres….desde Hermann Buhl hasta Wanda Rutkiewicz, siempre en mi recuerdo
Para mí uno de los más grandes y el precursor del estilo alpino en los ochomiles. Supe por primera vez de él siendo un adolescente al leer el libro de Messner sobre su ascensión al Nanga Parbat y el relato de esas 48 horas me dejó una profunda huella que todavía perdura. Muchos dirán que no fue disciplinado, y tendrán razón, pero la historia de Buhl es, sobre todo, la del triunfo de la determinación y la voluntad. Muy recomendable su libro «Del Tirol al Nanga Parbat» que publicó Desnivel.