Luis Tripiana, uno de los supervivientes de aquella semana trágica nos relata los duros momentos durante los que, junto a otra cordada, luchó para salvar su vida.

«Somos dos miembros del Club Alpí Palamós, que el día 10 de enero teníamos que partir para Argentina para ascender a la cumbre del Aconcagua, simplemente estábamos nerviosos y decidimos hacer una matinal en el Pirineo de Gerona, pero algo sencillo, para no hacernos daño a tan pocos dias de nuestra aventura en los Andes.
Para ello, escogimos el Gra de Fajol de Baix. La ruta escogida era un corredor de nieve con una pendiente máxima de unos 55 grados con dos pequeños resaltes de roca y hielo. Pues bien, aproximadamente a las once de la mañana de ese fatídico sábado 30 de diciembre, habíamos concluido la aproximación y estábamos al pie del corredor, y pese a que ya era bastante tarde, el cielo estaba tapado por nubes altas y el día era frío, lo que daba unas condiciones óptimas a la nieve y sin peligro a que el calor la pudiera reblandecer.
Una vez calzados los crampones, puestos arneses y cascos y desenredadas las cuerda, empezamos nuestra escalada, la cual se desarrolló muy cómodamente gracias a las condiciones de la nieve, incluso el segundo resalte, en esta ocasión, en lugar de ser de roca o mixto, estaba completamente cubierto por una capa de hielo.
Llegamos a las 13 horas a la cresta que separa los dos Gra de Fajol, en la cual soplaba un viento entre moderado y flojo, más que habitual en esa zona del Pirineo, y puesto a que más o menos estábamos entrenando para el Aconcagua, que el tiempo no se veía mal y que todavía era temprano, -en nuestras casas nos esperaban a las 5 ó 6 de la tarde-, en lugar de bajar por la ruta normal por la que se desciende en estas ocasiones, decidimos ir hasta el Gra de Fajol de Dalt, siguiendo la cresta, y desde allí descender hasta el refugio de Ull de Ter, pasando por el Coll de la Marrana.
Así lo hicimos, y fuimos cresteando hasta llegar al segundo pico, en el que nos encontramos con una pareja, a la que no conocíamos y que sin saberlo muy pronto se convertirían en protagonistas de la situación a la que nos encaminábamos. Se trataba de Marc Pons y Marta Vall, que al igual que nosotros son amantes de la montaña. En dicha cima intercambiamos unos saludos y los cuatro, más o menos juntos empezamos el descenso.

Eran las 14 horas, y el tiempo empezaba a cambiar a peor. Primero quedamos envueltos en algo que no sabría decir si era niebla o era una nube que no sabíamos de donde había llegado. Pero el caso es que no se veía nada a diez metros. Vi los hitos que señalan el camino de bajada al Coll de la Marrana y empezamos a seguirlos, pero en menos de cinco minutos dejamos de verlos y aproximadamente a las 14’15 horas empezó todo.
Comenzó a soplar un gélido viento, que más tarde se dijo que alcanzaba los 160 km/h, que en mis quince años de experiencia de montaña invernal, jamás había visto, seguramente comparable al temible «Viento Blanco» de los Andes.
El caso es que nos derribaba, incluso una vez en el suelo seguía arrastrándonos, hasta tal punto que cuando estábamos en el suelo teníamos que abrazarnos entre los cuatro para no ser arrastrados, por lo cual, en una de esas ocasiones, -yo supongo que fue entonces-, me golpeé con una piedra y me fracturé el hueso sacro. En esos momentos de caos y confusión, íbamos descendiendo en grupos de dos, primero Marc y Marta, que iban encordados, seguidos por Enric y yo.
Y fue en una de esas ocasiones, cuando la pareja estaba a unos quince metros de nosotros dos y yo me disponía a ir hacia ellos, al intentar ponerme a cuatro patas el viento me levantó del suelo y me arrojó hacia donde estaban Marc y Marta, a los que pude acabar de llegar arrastrándome en la nieve.
Le tocaba el turno a Enric, pero ya no pudo llegar hasta nosotros. Estábamos a unos quince metros de distancia separados por una redondeada cresta, y él decidió perder un poco de altura hacia el lado opuesto al nuestro, buscando así un poco de abrigo del viento.
No se cuanto tiempo pasó mientras nosotros tres estábamos abrazados en el suelo luchando para que el viento no nos desperdigara, hasta que intuí que Marc me decía que me encordara a ellos. Me pasé la cuerda por un mosquetón que colgaba del portamaterial de mi arnés que aún llevaba puesto, ya que me vi incapaz de manipular la cuerda para hacer un nudo y encordarme correctamente, ya que tenía la mano derecha bastante rígida, y cuando hube acabado le hice unas señas a Marc y éste, como en un ataque de rabia se levantó y empezó a descender tirando de la cuerda a la que estábamos atados Marta y yo.
Nos levantamos, caíamos, nos volvíamos a levantar y así poco a poco fuimos perdiendo altura, hasta llegar a un valle en el que el viento seguía soplando, pero ya no nos castigaba con tanta violencia. Se trataba del valle de Coma de Vaca.
Acababa de perder a mi compañero, pero tenía la esperanza de llegar al refugio en el que sabía que encontraría un interfono conectado en línea directa con los bomberos de la Generalitat, y allí podría dar la alerta. Se trataba de bajar todo lo rápido posible, pero no era fácil. La nieve nos llegaba a las rodillas, el viento era fuerte, nos hacía saltar las lágrimas y éstas se helaban provocando que los párpados se pegaran entre ellos, y por si fuera poco, la nieve que levantaba el viento y la que caía de las cumbres reducía considerablemente la visibilidad.
Por suerte encontramos el río y sólo era cuestión de seguir su curso. Penosamente y como pudimos fuimos descendiendo por el valle con la esperanza de encontrar el refugio, pero poco a poco se iba haciendo de noche, hasta que la oscuridad nos envolvió del todo. Y cuando nuestras esperanzas empezaban a derrumbarse y nuestras fuerzas se iban apagando, Marc vio un destello de luz, como un flash. Tenía que ser el refugio, y había gente. Y efectivamente, al cabo de unos veinte minutos y a las ocho y cuarto de la tarde entrábamos en el refugio de Coma de Vaca.
Allí había cuatro montañeros que estaban pasando esos días de fiesta de fin de año, que quedaron más que sorprendidos al vernos entrar a los tres exhaustos, cubiertos de nieve, con principios de congelación en la cara y aún encordados. Pero la mayor sorpresa nos la llevamos nosotros al ir a hacer uso del interfono de emergencia y comprobar que éste no funcionaba. Nos quedaba una larga noche de angustia por delante sufriendo por la suerte de mi compañero a merced de la tempestad y sin poder dar el aviso de alerta e indicar más o menos su situación.
Por otro lado mi compañero Enric, al quedar separado de nosotros tres, buscó abrigo descendiendo por la vertiente opuesta a la nuestra, y viendo que se le echaba la noche encima y ante la imposibilidad de descender, y creyendo que yo llegaría al refugio y daría la alerta, decidió hacer un agujero en la nieve, en el que puso las cuerdas, se echó sobre ellas y se tapó con unamanta de salvamento, hasta que el viento le echó por los aires el invento y no tuvo más remedio que andar, intentando por todos los medios perder altura.
Caminaba unos metros, caía al suelo, se volvía a levantar, volvía a caer, pero sabía que si quería sobrevivir, no podía tirar la toalla y tenía que seguir andando pese a que las fuerzas le iban disminuyendo, hasta que por fin, a las tres del mediodía del día 31 fue encontrado por los grupos de rescate con graves síntomas de hipotermia, deshidratación y con congelaciones en pies y manos, de las que afortunadamente ya se está recuperando».
Y aquí se acaba esta historia hay que agradecer el gran esfuerzo que realizaron el Grupo de Rescate de Montaña de los bomberos de la Generalitat de Cataluña, que nos estuvieron buscando durante toda la noche, y especialmente al guarda del Refugio-Xalet de Ull de Ter, y a la gente del Hostal Pastuira de cerca de la estación de esquí de Vall-Ter, que tuvieron la amabilidad de acercarse a la carretera a comprobar si nuestro coche estaba aparcado allí, lo que demostraba que aún seguíamos en la montaña, y dar la alerta de nuestra desaparición.
Lluis Tripiana
Comentarios de Lluis Tripiana sobre la predicción meteorológica para el 30 de diciembre
Tras la tragedia, los medios de comunicación se apresuraron en tachar a los alpinistas afectados por el temporal de irresponsables. Sin embargo, habría que preguntarse quién es más irresponsable en este asunto, ya que, según Lluis Tripiana, las predicciones meteorológicas estuvieron muy lejos de la realidad…
En lo referente a la predicción meteorológica, os diré que yo soy un obseso del tiempo. Cada día, y digo los 365 días del año, conecto con la web del SMC, -Servicio Meteorológico de Catalunya-, que es de la Generalitat, para ver las predicciones, ver los mapas, fotos del satélite, etc., porque simplemente me gusta.
O sea que ya ni os explico cuando tengo que ir a escalar. Y os aseguro, además tengo impresa la predicción para el pasado día 30 de dic., que la predicción decía textualmente y traducida al castellano: «Viento: Tramuntana moderado a fuerte en el Alt Ampurdán. En el resto, dominará el viento entre flojo y moderado de componente oeste que llegará a intervalos de fuerte a poniente y al sur del país».
Si sabían algo más y no se acuerdan si lo dijeron, ya no lo se. Ya sabemos que en puentes largos y fiestas navideñas, de fin de año, etc., si las predicciones del tiempo son malas, los del ramo de la hostelería se enfadan con los meteorólogos, pero eso si, los montañeros con experiencia de más de quince años en montaña invernal como mi compañero Enric y yo, somos imprudentes.
Lluis Tripiana