La figura de Walter Bonatti es una de las grandes referencias de la historia del alpinismo y parece que no ha perdido vigencia a pesar del paso de las décadas. Las nuevas generaciones de alpinistas lo continúan admirando y lo homenajean de la mejor forma posible: ascendiendo sus viejas rutas añadiendo a la calidad y estilo de las mismas un plus de modernidad.
Simon Messner y Martin Sieberer conforman una de las cordadas más potentes del alpinismo actual. El hijo de Reinhold y su habitual compañero de aventuras han brillado ya en el Karakórum, donde realizaron la primera ascensión del Black Tooth (6.718 m) en verano de 2018, o en su Tirol natal, donde el pasado invierno abrieron la durísima Eremit (M9-, WI7-, R) en el valle de Pinnistal. En los Alpes han llevado a cabo buena parte de sus correrías.
Sin embargo, no habían tenido ocasión hasta la fecha de cumplir un sueño que llevaban tiempo meditando: seguir los pasos de Walter Bonatti en la cara norte del Cervino.
La última ruta de Bonatti
Walter Bonatti cuajó una carrera plagada de rutas visionarias en los Alpes. Su apellido quedará para siempre ligado a las grandes caras norte de la cordillera. Y eso que decidió retirarse joven de la escalada alpina al más alto nivel. Fue, precisamente, tras la apertura de su vía en la cara norte del Cervino, con 35 años de edad, el 22 de febrero de 1965.
Unos días antes, ya había intentado aquella ascensión, con Gigi Panei y Alberto Tassotti, pero una tormenta les obligó a darse la vuelta. Mientras otros alpinistas se preparaban para intentar lo que el gran Bonatti había dejado a medias, él se quedó sin compañeros dispuestos a seguirle. Tomó la decisión de ir solo, en un proyecto que se situaba “en los límites de lo posible” para la época, según su propia afirmación.
Después de tres duros vivacs, Walter Bonatti coronaba el Cervino y firmaba su última gran aventura extrema en las montañas de los Alpes. Un legado que le ha sobrevivido.

En el día del tirón
Simon Messner y Martin Sieberer decidieron intentarla en el día saliendo desde Zermatt, lo que significa casi triplicar los 1.200 metros de desnivel de la vía en sí, para situarlos en 3.000 m. Iniciaron su periplo tomando el tren de Täsch a Zermatt a las cuatro de la madrugada. Enseguida, se apresuraron a completar la larga aproximación al Matterhorn, que los llevó a comenzar la ascensión propiamente dicha a las 9:15 horas de la mañana.
Lo tardío del horario no les desanimó ni mucho menos. Las condiciones eran buenas y no sintieron la necesidad de encordarse hasta la conocida como travesía del Ángel, situada en un terreno expuesto que presentaba ciertas complicaciones.
El cansancio iba en aumento a medida que ganaban altura a través de pasos sobre hielo alpino negro muy duro y roca frágil. No tenían tiempo que perder… ni agua que beber, pues sus botellas se congelaron rápidamente. No ingirieron nada de líquido durante toda la aventura.
La oscuridad se cernió sobre ellos en la parte final de la ascensión y, a la luz de las linternas frontales, no encontraron la salida original a la arista Zmutt. Se vieron obligados a escalar directamente a la cumbre, donde llegaron pasadas las once de la noche. Con un solo frontal en funcionamiento, necesitaron otras dos horas largas para descender hasta el refugio Solvay, donde por fin pudieron beber, aunque tuvieron que dormir en el suelo debido a que todas las camas estaban ocupadas.
Simon Messner realizaba la siguiente reflexión al final de su ascensión: “Enorme respeto por Walter Bonatti, quien abrió esta fantástica ruta en 1965, en solitario y en invierno… un desafío mental más allá de cualquier comparación”.
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