Este año la escalada nacional celebra otro de sus hitos históricos, pues se cumple el 75 aniversario de la primera escalada al Torreón de los Galayos (2.100 metros), que protagonizaron, el 14 de mayo de 1933, Teógenes Díaz y Ricardo Rubio, conquistando su improbable cara oeste.
El Torreón es hoy día la aguja más conocida del Galayar, una columna de roca que atrae las miradas de los escaladores desde el refugio Victory, a 1.950 metros, de donde parten las cordadas que pretenden acometerla. Y es que todo es más sencillo ahora, pero el gesto de rebelión que Teógenes y Ricardo efectuaban en el 33 era uno de las más arriesgadas empresas que podían emprender en la Sierra de Gredos (Ávila), un problema sin franca solución en una época en la que el material, comparado con el de nuestro tiempo, era ridículo. Ni tan siquiera contaron con clavijas, que se usarían por primera vez en España por españoles apenas un mes después y en la misma aguja. Serían Ángel Tresaco y Enrique Herreros en aquella segunda ascensión al Torreón, 27 años después de que el excelente bávaro Dr. G. Schulze las usará en el Naranjo de Bulnes.
Los medios no iban a ayudar en demasía la progresión de los dos escaladores por la aguja. Pero sí el azar. En 1933, Teógenes Díaz era marmolista de profesión y pidió ayuda a su amigo Ricardo Rubio, parado en aquel momento, para ayudarle a reparar unas losas de la décima planta del edificio de la Compañía Telefónica en Madrid. Fue rapelando, mientras trabajaban, cuando se les ocurrió la idea de escalar el Torreón, un impulso que habría de llevarles a superar los 150 metros que se alzan sobre La Apretura y que forman el símbolo escogido para el escudo de la Federación Española de Montañismo.
Decidieron contar para el arriesgado proyecto con el compañero habitual de cordada de Teógenes, el ya citado Ángel Tresaco, con quien Díaz había escalado, en Picos de Europa y sin guía, la Boada (17-8-1931) por la sur y la Pidal (19-8-1932) por la norte del Naranjo, su montaña predilecta. Teo y Ángel también habían compartido rutas en Galayos, como la primera al Segundo Hermanito por la cara oeste, ascensión en la que estarían acompañados por Guillermo Fuentes, también en 1932. Aquella misma jornada de mayo, Teo completaba en solitario la escalada al Tercer Hermanito. Y a pesar de todo, Tresaco declinó el ofrecimiento para evitarse posibles «problemas laborales».
Teógenes Díaz no perdió el optimismo y decidió reunirse finalmente con Ricardo en Gredos. Ambos eran miembros del Grupo de Alta Montaña de la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara.
Llegar separados, triunfar juntos
Fue en bicicleta como Ricardo Rubio acudió a una cita que sería clave para la evolución de la escalada española. Teógenes llegó en coche de línea (en el Madrid-Arenas) hasta Arenas de San Pedro, en Ávila, donde habían quedado en encontrarse. Su camino hasta el Torreón, concluyó junto a la canal, donde acamparon y prepararon patatas con bacalao, tras el trote de rigor. «Era lo más barato y estábamos a dos velas», comentaría Teo cincuenta años después.
Despuntó el sol del 14 de mayo, recubriendo de sombras las caras de la inaccesible aguja. Con sus abarcas, y mucho tiento, gatearon hasta la brecha entre la punta Lirios y la Punta Innominada. Ésta última la bordean por su vertiente occidental para acometer su cara NE, una corta escalada de tercero superior con la que logran la primera de dicha cima, solo para tener «mayor visual». Se sitúan después bajo la SO del Torreón, ante «la plomada rápida y brutal que repele todo intento». Las dificultades les hacen rapelar por una cornisa de «pendiente muy pronunciada», yendo a parar al pie de un diedro espinoso que se antoja como el único punto débil para intentar la aguja. A continuación, encordados con 20 metros de cáñamo, atacan la chimenea. Tras algunos momentos que pudieron ser fatales, «¿habrá llegado mi hora?» llega a preguntarse Teógenes, hacen cumbre, «¡y que cumbre!». Teo escribiría: «Puestos de pie sobre la cima, créese uno inmaterial e ingrávido».
El descenso en rapel lo realizarían por la cara sur, batidos por un pesado aguacero.
Tan imposible se consideraba su acción que en muchos círculos no se creyó la palabra de los dos escaladores, llegándose incluso a pensar que se habían equivocado de aguja. Las dudas se quebraron cuando se demostró que Teógenes y Ricardo habían colocado un buzón de zinc con un cuaderno en la cumbre, donde ambos habían inscrito sus nombres.
La grandeza absoluta de su ascensión les reservaría su hueco en la historia de la escalada nacional, pero no sería, ni mucho menos, el único hito que dejarían en aquel 1933. Juntos y acompañados, ahora sí, por Ángel Tresaco también lograrían la primera absoluta del Risco de la Muela, en la Pedriza, y se sospecha que establecerían el primer sexto grado cuando los tres escalaban la cara norte de Peña Blanca (Pinares Llanos), llegando al límite de la época.