Hace poco más de un mes Chus Lago pasó por la Librería Desnivel para contarnos sus planes más inmediatos, pues salía de expedición hacia la isla de Baffin. Se trataba de una expedición íntegramente femenina, con Verónica Romero y Rocío García, con el triple objetivo de cruzar el casquete glaciar de Barnes, concienciar sobre el cambio climático y servir de ejemplo, de motivación, a otras mujeres. Chus Lago es una alpinista relativamente poco conocida a pesar de la importancia de la actividad que ha realizado, entre la que destaca su ascensión al Everest sin oxígeno (sí que lo usó en el descenso) y el Polo Sur en solitario. Pero lo más destacable de Chus es su capacidad de comunicar, de una manera única, sus experiencias. Sus compañeras son también mujeres extraordinarias. Rocío García es médico, cardióloga y madre de tres hijos. Verónica Romero se define como «deportista popular», vivía intensamente el deporte y gracias a Chus ha conocido una nueva faceta de sí misma.
Acaban de regresar y traen con ellas un equipaje lleno de vivencias y experiencias únicas, tanto en lo deportivo como en lo humano. El disfrute ante un paisaje de una belleza extraordinaria, la convivencia durante 18 días en los que han vivido momentos buenos y momentos malos –como la tormenta que las azotó durante tres jornadas–, la travesía de unos 160 km sobre el hielo y la nieve a temperaturas constantes de -20ºC, y la inmersión en un entorno hostil, en el que han podido también compartir momentos con los indígenas inuit locales.
Hablamos con Chus Lago para que nos cuente sus primeras impresiones:
«En lugares así, entiendo por qué la gente tiene dioses y reza»
¡Qué paisajes! Ese hielo, saber que la población más cercana está lejísimos, que no hay otras expediciones, que no hay nada… y luego, los contrastes del hielo… es que el paisaje es bello; dan ganas de arrodillarte y decir «entiendo por qué la gente tiene dioses y reza». Este lugar es bellísimo. Ves paredones impresionantes que salen del hielo como si fueran cortados con un cuchillo y abajo el fiordo o el lago con los icebergs que se han quedado presos hasta el verano. No hay ni un animal ni nada… El cielo es azul, el hielo es azul, la noche es breve y el amanecer se queda enganchado allí durante horas… es bellísimo.
¿Cómo lo compararías con otros sitios que has estado, como la Antártida?
En la Antártida, fue un viaje tan tremendamente duro, con tantas privaciones, tanta incertidumbre… En cuanto al paisaje, la Antártida tiene la costa y punto, porque el interior es una cosa inmensa donde el mundo ya no existe. Fue una expedición muy dura, porque estuve sola, todo pasó en mi cabeza… Sí que hubo algún momento de belleza, viendo las montañas y tal, pero es que esto es bello: la aproximación es un viaje de exploración, donde los inuits tampoco lo tienen claro y pasas por lugares maravillosos con paredones, ríos, lagos, fiordos, duermes en una cabaña y luego en el suelo… Es acercarte al casquete glaciar Barnes y ver que se levanta delante de ti un paredón…
Luego sucede que entre lo que tú ves en el mapa, las cosas que te cuentan y las cosas que imaginas, es como si tuvieras varias fotografías que no acaban de encajar y los primeros dos días es como que tu cerebro ve borroso, no ve una imagen nítida. Hasta que te centras y ves que todo cuadra (brújula, mapa, gps) y que estás ahí, encima del casquete.
«Hemos hecho un equipo de mosqueteras; cada una ha cuidado de ella misma y de las otras»
Y luego es muy emocionante porque ya no eres tú sola, vas con otras dos mujeres que son muy fuertes. Hemos tenido la mejor experiencia de convivencia, todas con el mismo grado de ilusión, y eso es importantísimo. Tanto Rocío como Verónica se pasaron dos años entrenando, soñando, imaginando y haciéndole hueco en sus vidas a esta expedición y eso se nota. Eso de subirse en el último momento no funciona. Es necesario mentalizarse, por la inercia que te produce… Hay que pasar todo ese protocolo, para llegar allí como una moto encendida. Hemos hecho un equipo de mosqueteras, en el que cada una ha cuidado de ella misma y también de las otras. Han entendido que, como Whymper, la cordada es tan fuerte como el más débil de la cordada. Y excepto los dos primeros días, luego ya una iba en cabeza con la brújula y yo la iba apoyando con el gps, otro día me tocaba a mí y así fuimos… hasta el whiteout, cuando desaparece el paisaje, el mundo, las sensaciones sensoriales y vas metido en una cápsula que es tu cabeza. Y así fuimos avanzando una media 10-12 kilómetros al día, una media estupenda teniendo en cuenta el viento y el frío de -20 o -25ºC constantes.
Y luego vino el día de la tormenta…
El día de la tormenta, cada una lo vivió en su saco, tres días ahí metidas. Y supongo que cada una llamaría a sus ángeles, porque ahí no es que hubiera una expedición más arriba, una expedición más abajo y un campo base. Ahí no va a subir nadie a buscarte.
Luego, cuando rompes arriba en la última subida y empiezas a bajar –una bajada muy relativa, porque son como terrazas–; en el último día esperas encontrar el paredón enorme que decía José Naranjo y el mapa, pero te engaña. Las distancias en estos lugares blancos te engañan porque no puedes tener referencia de cuántos kilómetros tienes de visión y en profundidad el paisaje se empasta. Desde arriba pensamos que en 2 horas estábamos en el suelo, pero a 50 o 60 metros teníamos un acantilado. Lo vimos cuando estábamos a 5 metros, que te asomabas y estabas en el aire… Fuimos bordeando por la parte superior, buscando algo milagroso para poder bajar de allí. Después de dos horas, encontramos como la garganta de un río con un cortado de 15 metros. Al día siguiente rapelamos, bajamos los petates y los trineos.
«En total, fueron 18 días de expedición y cuatro días de viaje de ida y vuelta»
Y una vez abajo, había que seguir, ¿no?
Luego ya nos dirigimos al lago Generator, donde nos recogieron en moto de nieve. Desde allí, varias horas hasta Clyde River; un viaje de dos días durmiendo en una cabaña. En total, fueron 18 días de expedición y cuatro días de viaje de ida y vuelta. Ha durado lo justo para una experiencia bonita, de esas que te reconcilian con la montaña.
¿Con algún problema físico?
Nada que me impidiera caminar, pero sí reconozco que tengo las rodillas cascadas. Los médicos me dicen que no pudo llevar ni una vida normal, pero sin embargo me subí al Everest, me bajé, me fui a la Antártida, volví, hice el Leopardo de las Nieves…
¿Desde cuándo te dijeron los médicos que no podías hacer una vida normal?
Desde tres meses antes de ir al Everest. Y ya han pasado 20 años. Eso quiere decir una cosa: en estas aventuras el físico es muy importante –y yo estoy en forma–, pero la ilusión, la cabeza y la determinación es otro punto muy importante.
«La expedición también tuvo su punto de búsqueda y exploración, de aventura»
¿Cómo decidisteis el recorrido?
El casquete Barnes es como si fuera una barra de pan y es muy evidente. En los mapas ves que tiene unas curvas de nivel, con una parte superior con un cordal plano y ves la entrada, la subida y la bajada. Te dejan en la parte sur y te recogen por la norte. O sea que lo atraviesas completamente transversalmente. Teníamos referencias de José Naranjo, que fue el primero que lo atravesó, pero los mapas en los bordes no coincidían con la descripción que él tenía… también es cierto que él vino un mes más tarde y se derrumban cosas. Y la salida tampoco: por donde él pudo salir, nosotras no pudimos. Tuvo su punto de búsqueda y exploración, de aventura.
Aunque lo mejor, por lo que dices, fueron el paisaje y la experiencia humana con tus compañeras, ¿verdad?
Sí. La suma de que este viaje fuera brillante fue la belleza del paisaje, este equipo humano y lo que hemos vivido: cuando superas cosas como encontrar la entrada, superar la tormenta, que nadie se ha congelado, que hemos seguido el mismo ritmo y que ha salido bien… es lo mejor de todo.
¿Qué distancia habéis hecho?
El casquete Barnes, de forma transversal, tiene 150 km, pero luego hemos hecho un bordeo para llegar hasta allí y otro para salir… quizás 10 km más entre una cosa y la otra, 160 km.
«Es como reconectar contigo mismo cuanto tenías 17 años y soñabas con cómo iba a ser tu vida»
¿Es un sitio al que van muchos grupos?
Allí no había nadie mas. No había más expediciones que nosotras y, de hecho, nos conocía todo el pueblo. De vez en cuando vienen algunos saltadores BASE y también algún escalador, pero en verano.
Tras esta expedición, ¿tenéis más objetivos?
Sí, tenemos el objetivo de Groenlandia, el objetivo de hacer 1.000 km de hielo para concienciar a nivel medioambiental…
Y ahora, qué pena, reincorporarse a la vida normal y dejar la vida pirata atrás…
Pues sí. La verdad es que los que vivimos esto, es como reconectar contigo mismo antes de que fueras madre, padre o lo que sea… en ese momento en que tienes 17 años y sueñas con cómo va a ser tu vida antes de que ocurra. Es como volver a ese momento y reencontrarte contigo mismo.