AMOR DE MONTAÑA

Nives Meroi y Romano Benet (I): “La montaña nos dio los instrumentos para afrontar la enfermedad”

En plena carrera por ser la primera mujer en ascender los Catorce, Nives Meroi se dio la vuelta en un ochomil porque a su marido le falló la fuerza ese día. En ese momento no sabía que lo que asomaba era una enfermedad grave y que su gesto quizá le salvó la vida.


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Nives Meroi y Romano Benet hace 35 años que practican actividad de montaña en pareja. Dicen formar el “equipo perfecto” porque saben leer a la perfección los gestos, límites e intenciones de cada uno sin necesidad de mencionarlos. “La vida en pareja es igual en casa que a ocho mil metros, se discute en cualquier cota”, bromea ella. “En general no más allá de siete mil porque por encima ¡falta el oxígeno!”. En 2009, mientras ella trataba de convertirse en la primera mujer en ascender todos los ochomiles, algo grave se manifestó en el Kangchenjunga disfrazado de pequeño contratiempo.


Nives y Romano ascendían el Kangchenjunga. A 7.500 metros Romano se encontró mal y le dijo que siguiera sola a la cima, que él la esperaría allí para luego bajar juntos. Nives lo pensó y decidió que si habían ascendido 11 ochomiles juntos no tenía sentido ascender sola. Y tomó la decisión de bajar. Era un momento en que tenía posibilidades de ser la primera mujer en completar los 14 ochomiles pero lo tuvo muy claro: su proyecto era un proyecto en pareja. Sin Romano aquella cima no tenía sentido.

Detectasteis que algo iba mal en la montaña en una expedición al Kangchenjunga. ¿Cómo fue la situación?
Romano (R):
Estábamos yendo hacia el último campo, la siguiente noche hubiéramos intentado ir a la cima porque hacía muy buen tiempo y la condiciones eran perfectas. En un momento del camino me vi incapaz de dar un paso adelante más. No es que estuviera mal, era como si no estuviese en forma. Entonces le dije a Nives que tirase para arriba mientras yo la esperaba abajo, en el campamento. Ella decidió acompañarme y fue un acierto porque al día siguiente las condiciones empeoraron y yo también.

¿Qué pensaste que era? ¿Mal de altura?
R:
Pensaba que era gripe o algo parecido. Había tenido una bronquitis un poco antes e imaginaba que venía de ahí. En ningún momento pensé que sería mal de altura porque me conozco bien y sé reconocer los síntomas del edema.

Entonces le dijiste a Nives que siguiera para arriba…
R:
Sí, ella estaba en la carrera por ser la primera mujer en hacer los 14 ochomiles. Estaba en forma y tenía las condiciones. Por suerte tomó la decisión de acompañarme.

«Si seguía sola no sabía cómo me lo iba a encontrar cuando volviese a la tienda»

Nives, ¿cómo lo viviste tú?
Nives (N):
Recuerdo que a siete mil y pico metros Romano me hizo el gesto de cortarse el cuello para decirme que se paraba. Me dijo que me esperaba en la tienda y que yo continuase hacia la cima pero pensé que en esas cotas las condiciones físicas pueden empeorar muy rápido. Si seguía sola no sabía cómo me lo iba a encontrar cuando volviese a la tienda, si estaría en condiciones de descender de manera autónoma. También pensé que, a fin de cuentas, la carrera la habíamos empezado juntos. A los once ochomiles anteriores habíamos salido los dos, no tenía sentido que yo lo hiciera. Preferí esperar y, por suerte, hice lo correcto.

¿Cómo fue a partir de ahí?
N:
Al día siguiente sus condiciones empeoraron bastante y bajar hasta el campo base se convirtió en una empresa muy difícil. Y no solo descender, también fue muy costoso salir de a montaña, es decir, afrontar el trekking para llegar a una población, de ahí a Katmandú y luego el viaje de vuelta a Italia. No pudimos hacerlo en helicóptero porque estaban todos ocupados, fue un proceso muy difícil, recuerdo que Romano estaba muy cansado y que se sentaba cada diez pasos.

R: ¡El descenso fue un ochomil al contrario!

Y cuando le atendieron los médicos en Italia, ¿Qué le diagnosticaron?
N:
Romano sufrió la enfermedad de los niños de Chernóbil, se llama aplasia medular severa. Le llamamos el decimoquinto ochomil porque fue el más difícil. En primer lugar, porque te cambia la vida de un día para el otro. Nosotros teníamos nuestro plan de entrenamiento y expediciones y, de pronto, las prioridades fueron otras: lidiar con el dolor, el sufrimiento de la enfermedad, la incertidumbre…

«No ves el buen tiempo pero sabes que tarde o temprano llega… ¡y nos llegó!»

¿Cómo os enfrentasteis al reto?
N:
Creo que la montaña nos dio los instrumentos para afrontar esta escalada. Fue una enfermedad difícil porque era incierta, probamos las dos terapias conocidas para tratarla y ninguna funcionaba, luego le hicieron un transplante de médula que tampoco dio resultado. Digo que la montaña nos enseñó la pauta para actuar porque afrontamos la enfermedad dando un paso después del otro, como cando escalas, con paciencia y sin desanimarse. El recuerdo de la belleza de las expediciones también nos dio la fuerza para resistir.

R: La montaña nos dio los instrumentos porque el tipo de alpinismo que hacemos nosotros va a lo esencial, no esperamos apoyos externos, por eso los momentos difíciles los afrontábamos como cuando hace mal tiempo en una expedición y tienes que estar metido en la tienda. No ves el buen tiempo pero sabes que tarde o temprano llega… ¡y nos llegó! He sido capaz de retomar la escalada y los ochomiles, algo que ningún médico veía claro. Cuando uno cree, las cosas se consiguen. La montaña te enseña a superar las situaciones poco a poco, sin grandes expectativas.

¿Cómo fue el regreso al alpinismo?
N:
Romano tenía un harén de doctores que le hacían el plan terapéutico y también el alpinístico. Le dijeron que primero intentase un cuatromil, que estaba más cerca del hospital si pasaba algo, e hicimos Gran Paradiso (4.061). Luego fuimos a un seismil en Nepal, el Mera Peak, y allí me di cuenta de que Romano había vuelto a ser el de antes. ¡Mi periodo de gloria, en el que yo iba delante, había terminado! Romano salió para la cumbre y cuando yo llegué me lo encontré sentado, mirando el reloj, y me dijo: “Llevo una hora esperándote”. Ahí vi que todo había vuelto a lo de antes. Entonces él quiso volver a empezar en el mismo punto donde nuestro camino se había cortado, por eso volvimos al Kangchenjunga.

«El conocimiento que tenemos el uno del otro es tan grande que nos podemos mover con tranquilidad en la montaña»

Lo cogiste con tanto entusiasmo que os confundisteis en la cima y no os disteis cuenta.
R:
Me sentí tan bien que no me di cuenta de que nos habíamos equivocado de cumbre. El entusiasmo era tal que por la noche encontré una canal, empezamos a subir y acabamos en la cima sur en lugar de la principal. Aún así, fue una gran experiencia.

Comentabais que normalmente es Romano el que va delante
N:
¡Siempre delante! ¡Me he pasado la vida intentando cazarle y nunca llego! (risas) Romano es muy fuerte física y técnicamente, me supera, pero sabe que yo, a mi paso, también llego.

¿Siempre habéis hecho actividad juntos?

R: Escalamos también solos con otros amigos, pero el conocimiento que tenemos el uno del otro es tan grande que nos podemos mover con tranquilidad en la montaña. Esto es muy importante, sobre todo en el Himalaya, donde cada uno se mueve por su cuenta. Yo sé hasta dónde puede llegar Nives y ella sabe hasta dónde puedo llegar yo. Es un equipo perfecto.

Comentarios
3 comentarios
  1. No encuetro que es lo admirable de la situacion que se planteó (incluso depues de todos estos años en los que han refinado su narrativa). La otra opcion era dejar a su marido tirado enfermo a 7000 metros. Pero estamos de broma?

  2. Que bueno! Dá gusto leer este tipo de relato, donde los valores «románticos» de la montaña prevalecen en detrimento de otros valores (más pequeños) Mis felicitaciones por todos y cada uno de sus objetivos porque el ‘cómo’ suele ser más importante que el propio ‘que’

  3. Una pareja de montañeros con la M mayúscula. Un hermoso modo de ver la montaña. » tiene por garras los crampones bajo las botas de alta cuota, tiene en sus manos los piolets para morder las pendientes heladas… Es un tigre de alta montaña Nives Meroi» (De un libro de Erri de Luca)

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